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sábado, 20 abril, 2024
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¿Cómo crear una verdadera democracia, sin “experiencias democráticas” radicales que la nutran?

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Por: RICARDO BERMEO •

Esta pregunta traza una circularidad, que puede parecer tautológica (vacía), ¿similar a aquella del huevo, o la gallina? En todo caso, se trata de un problema fundamental. Lo vemos repetirse todos los días, en las calles y plazas, en donde esa “plantita frágil y vivaz” de la democracia sustantiva, reivindicada -y afirmada- como una significación de primer orden, para dar vida a un nuevo imaginario político democrático, generado desde dentro de la propia movilización social (no sólo diagnosticada y diseñada desde fuera), no termina por prender, convirtiéndose -así- en nuestro patrimonio intangible más valorado.

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Lo que se aprecia, es que esa democratización, o bien, comienza a germinar, o a entrar en etapa de latencia, o de plano, a marchitarse, (si antes fue, plantada, cultivada). Todas esas vicisitudes, creaciones, intermitencias, necesitamos comprenderlas, elucidando -juntos- (saber lo que pensamos, y pensar lo que hacemos) los modos en que esa “democracia real ¡ya!” a la que aspiramos, puede permitirnos (re)construir un mundo común, desde nuestro “aquí y ahora”.

Se trata de un tema, el de la democracia, que los tiempos que vivimos, nos exigen pensar y resolver, especialmente si de lo que se trata, no es -únicamente- de salir al encuentro de lo que es, dando y cuenta y razón de lo que vivimos, sino, de concentrar toda nuestra imaginación creadora, y lucidez -colectiva-, para lograr que “aquello que aún no existe pero que necesita de nosotros para ser” encarne en nuestras vidas.

Una respuesta, tan obvia que la obviamos. Esas tradiciones democráticas murieron, tienen que reinventarlas, los jóvenes que han salido a las calles y se han movilizado en solidaridad con los estudiantes de la escuela Normal de Ayotzinapa. Atribuible –también, y especialmente-, a la ausencia de una democracia viva, y al vació dejado por la falta de relevos generacionales, que pudieran  trasmitirlas.

Aunque en diversos lugares (pero no en todos, ni mucho menos) esa germinación comienza a darse. Estos “brotes” -saberes, formas de hacer, y formas de vivir la democracia-, no terminan por ser apropiados, para, de ahí, generalizarse masivamente hacia “mayorías sociales”.

El testimonio, dado por una madre, en el mitin en la Plazuela Goytia, es un ejemplo esencial. Necesitamos de la resiliencia democrática.

Cuando se piensa en la mayoría de los procesos de movilización social más recientes, (si bien afecta a casi todos; existen –contadas- excepciones, notables, pero muy localizadas),  especialmente, en aquellos que han tenido como objetivo central poner fin a esta espiral de violencia sin fin. La serie de movilizaciones por la paz, que se hicieron muy visibles con el Movimiento con la Paz con Justicia y Dignidad, y con mayor fuerza, ahora, en las movilizaciones y protesta contra los crímenes de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, las desapariciones de los 43 estudiantes, (y todo el horror -indecible-, de lo que conocemos hasta ahora).

Es evidente que tales movilizaciones, han sido -y son- atravesadas, en sus diversos momentos, por un complejo de problemas, que bloquean e impiden que la “ruptura democrática” se extienda, y multiplique, hasta poner a las sociedades que somos en ese movimiento. Se trata de un punto crucial. Sin ese aprendizaje, sin liberar la creatividad encerrada en el núcleo de la democracia real ya, sin las solidaridades imaginantes que la forman e informan, es imposible impulsar la transformación social y creación cultural, que necesitamos realizar con urgencia.

Nos condenamos a nosotros mismos, a impulsar cambios que al final nada cambien, a repetir formas de “transdominación” como las que los marxismos históricos construyeron, y otras nuevas, al acecho.

La única forma de evitarlo es profundizando la democratización, en los movimientos sociales mismos, en las organizaciones populares. Definiendo los modos de participación en los procesos electorales (con todo lo que esto supone). Instituyendo el “mandar obedeciendo” en los diferentes niveles y escalas, la rotatividad, el sorteo de las responsabilidades, las portavocías, la revocación de mandato, la globalización de lo local (democrático), y la relocalización de lo global (que impulse la radicalización democrática).

Abandonar el fantasma de una teoría total, asumiendo nuestras verdades -y errores- como provisionales. Y muchos aspectos más, que tendrán que ir surgiendo de la creatividad de la propia gente implicada.

Parafraseando a Santiago Alba Rico, en medio de tanta crueldad y dolor y solidarizándonos con los padres y estudiantes de Ayotzinapa, necesitamos…“un liderazgo democrático, inteligente y convincente, una militancia bien preparada y capaz de abandonar la mentalidad de minoría marginal y -sobre todo- de las mayorías sociales, lo que sólo se conseguirá si se deja clara en cada momento, en cada gesto, en cada medida, la ruptura ética, política y cultural con el régimen [actual]. El tiempo corre a nuestro favor; el tiempo vuela en nuestra contra”. ■

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