¿ Qué es lo que no debe olvidarse? ¿Por qué es una preocupación que se olvide lo que ocurrió el 2 de octubre? ¿Qué realmente se está pidiendo cuando se apela a la memoria como esencial a las generaciones presentes? El objeto de la memoria es un acontecimiento, una matanza; pero ¿qué es lo que ahí ocurrió al realizarse dicho acto atroz? Pues el ejercicio de poder del Estado que aplastaba con la fuerza de tanquetas las aspiraciones de los jóvenes que ahí se encontraban. No debe olvidarse cierta forma de ejercicio de poder de parte de la entidad que tiene el uso exclusivo de la violencia legítima. Debemos tener siempre presente la perenne posibilidad que tiene el Estado de ejercer la violencia contra su pueblo: siempre estamos ante la posibilidad de que el poder del Estado se convierta en dominio despótico contra los ciudadanos.
La sociedad moderna inventó un doble mecanismo para proteger al ciudadano de los poderes que lo amenazan: primero, contra la posible violencia de sus semejantes, concibió justamente al Estado; así, éste se convierte en mediador legítimo entre los individuos e impide que los más fuertes abusen de los más débiles y les arrebaten sus pertenencias o hasta su vida. Pero para proteger a los ciudadanos comunes de ese nuevo poder-protector (el Estado), inventó la democracia. La democracia es un dispositivo para hacer depender del ciudadano el propio poder de quien ejerce la fuerza estatal, de manera que, si hay abusos, también exista siempre la posibilidad de destituir a las personas que los realizan por vía de un dispositivo que da y quita el poder: el voto. El voto representa el poder ciudadano sobre el poder estatal, y elimina por tanto la dimensión absoluta de este último, ya que se le hace depender del primero. ¿Pero qué ocurre cuando se elimina la efectividad de esta dependencia, es decir, cuando se le quita al voto la capacidad de control del poder del Estado? Pues se elimina el mecanismo que nos defiende del despotismo y, con ello, se afianza la posibilidad de que ese Estado ejerza un dominio contra los ciudadanos. Si ya no hay forma de que los ciudadanos controlen al Estado, entonces éste actúa de forma despótica. Y siempre está ahí esa posibilidad.
Por ello, la democracia es la bandera que nunca debemos perder, nunca debemos olvidar. El olvido de la democracia se traduce en despotismo estatal, y esto último se convierte en violencia contra los ciudadanos. Además, la memoria no es algo que reside en nuestras cabezas, sino en nuestros actos. Cuando olvidamos algo, dejamos de hacerlo. El olvido de la democracia consiste en dejar de exigir los derechos, en dejar de organizarse, en desentenderse de los problemas comunes y públicos: el olvido es la indiferencia. Y sus expresiones son la apatía, indolencia, y acidia social. La memoria es la acción democrática; por ello se conmemora el 2 de octubre con un acto donde se toman las calles y plazas públicas, que es el signo ciudadano de ocupar el espacio o poder público.
