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miércoles, 24 abril, 2024
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La escritura revolucionaria

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Esta semana se celebró el aniversario 100 del nacimiento de Julio Cortázar, escritor nacido en Bélgica pero argentino, luego nacionalizado francés, autor de bellísimos cuentos como Casa tomada, Circe, La noche boca arriba, entre otros y de una de las novelas más emblemáticas de la literatura hispanoamericana: Rayuela, que desafía las reglas temporales del mundo y permite al lector perderse en la lectura de sus 155 capítulos.

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La escritura de Cortázar es un ejemplo de cómo la literatura es un medio en el que la vida cobra nuevas posibilidades y permite al ser humano enfrentar sus mayores temores e incluso ser derrotado sin que ello sea un fracaso.

 

La escritura del abismo

No sólo se trata de esculpir letras, palabras o frases en una hoja blanca; quienes lo hacen saben de la terrible sensación de vacío que se experimenta al enfrentarse a la blancura inicial, donde no hay certezas, ni dudas, sino todo y nada a la vez. Escribir es enfrentarse a uno mismo.

Hablar implica un esfuerzo mental en el que el pensamiento se ordena y conlleva cierta disciplina sin la cual no podríamos darnos a entender ante los demás; escribir por su parte implica un esfuerzo aún mayor, pues mientras que en la oralidad es posible valerse de gestos y ademanes, así como de aclaraciones instantáneas, la escritura es una unidad en la que se condensan cantidad de ideas, emociones e imágenes… Y nadie lo hace con la completa certidumbre de ser comprendidos tal cual.

Quizá por ello Paul Ricoeur dice que somos seres que vivimos en soledad y “por soledad no me refiero al hecho de que frecuentemente nos sentimos aislados en una multitud, o al de que vivimos y morimos solos, sino, en un sentido más radical, a que lo experimentado por una persona no puede ser transferida íntegramente a alguien más”.

Sin embargo, en esto radica el papel fundamentalmente revolucionario de la escritura, el de acercar a las personas, de permitirles identificarse con algo, sentirse vivos o muertos, pero sentirse. Algunos dicen que este fenómeno es el que justifica por qué en México no hay una cultura de lectura, pues no somos una sociedad a la que le complazca verse reflejada y hacer catarsis en silencio.

Escribir y leer son actividades subversivas en sí, pues permiten al hombre reencontrarse y perderse otra vez. Nos hacen sentir el vértigo del abismo y a la vez es autorizado aventarse, quedarse ahí o salir es decisión propia y en ambas opciones hay una verdad íntima en cada quien y a veces hasta un aprendizaje, porque todos somos un abismo en sí.

 

Un lector comprensivo

Mucho se dice sobre el hábito de leer; hay quienes afirman que nos hace personas más cultas e inteligentes y hay otros que lo utilizan como una forma de impresionar a los demás. Lo cierto es que leer no nos hace ni más ni menos que quienes somos en realidad. Lo que la lectura ofrece no puede saberse de inmediato, porque sus efectos son lentos; de otra forma los estudios literarios serían obsoletos.

A diferencia de la escritura, la lectura no requiere de un esfuerzo demasiado grande; incluso hay quienes dicen leer mucho pero sólo pasan los ojos por encima de las hojas. Más que la lectura lo que se debe culturizar es el hábito de la comprensión pues sin ésta es imposible ser más inteligente, culto e interesante.

En un mundo en el que cada quien vive inmerso en sus adentros sin realmente compartirse con los demás, comprenderse a sí mismo y al otro es un trabajo en el que pocos parecen estar interesados; todos quieren hablar de lo propio, pero no se escuchan ni escuchan a los demás.

Una escritura revolucionaria es aquella en la que el autor entra en lucha consigo, sin miedo de perder la batalla pero tampoco con la consigna de vencer. Por ejemplo, los escritos de Julio Cortázar relatan mucho de su vida personal, desde los recuerdos de su infancia, como en Los venenos y Deshoras, hasta sus momentos de crisis, como aquel que sufrió luego de graduarse como traductor de francés e inglés, en el creía ver cucarachas en la comida y lo que luego terminó siendo el cuento Circe.

Escritores que han tenido tales diatribas, que han comprendido una porción de sí mismos, nos pueden acercar a la idea de comprendernos a nosotros mismos y atravesar, aunque sea en una mínima parte, la barrera de soledad que nos aísla.

Al leer Carta a una señorita en París, habrá quienes digan que el cuento trata sobre un personaje que enloquece y cree que vomita conejos, sin embargo, aquel que también ha entrado en la batalla contra el espejo, sabrá comprender que esos conejos son más que pequeños animales nacidos de la boca de quien escribe una carta en el cuento de Cortázar. Todos vomitamos animales peludos de vez en cuando y sentimos pena y culpa de hacerlo. Cada conejo tiene un significado particular en cada persona y sólo cuando lo identificamos estamos entrando en la revolución que el escritor ha propuesto. ■

 

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