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sábado, 20 abril, 2024
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Reformas constitucionales de EPN: un Frankenstein

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Por: JUAN ANTONIO LUNA SANTOS •

Las naciones que se dicen democráticas tienen por necesidad una Constitución, es decir un documento magno que le da sentido y armonía a las relaciones que entre sus integrantes se deben dar necesariamente.

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La Constitución es un valiosísimo instrumento que permite a los pueblos darle coherencia a la vida social, sentido de pertenencia a los individuos, armonía entre los factores de la producción, etc. Pero eso es en un sentido teórico, en la realidad, los individuos se relacionan de otra manera: las clases sociales entran a escena en la búsqueda de apropiarse de la riqueza generada por otros; se establece una feroz lucha por hacer prevalecer los intereses de la clase dominante por encima de las clases explotadas, llámese obreros, campesinos e intelectuales, es decir, se hace evidente la lucha entre los dueños de los medios de producción y los que sólo disponen de su fuerza de trabajo para vivir.

La Constitución Política de nuestro país, ha sufrido desde su creación en 1917, toda una serie de cambios, por lo cual puede afirmarse sin temor a equivocarse que su espíritu original ya no existe. Cuando los constituyentes la concibieron, jamás imaginaron que sería violada por la mezquina lucha de intereses particulares. No se recuerda de cuántas modificaciones ha sido objeto, lo que sí se sabe, es que la han convertido en un verdadero Frankenstein, es decir, más que un documento uniforme, es un montón de parches mal hechos que la hacen ver como algo amorfo e inservible.

La dinámica del mundo capitalista, y en particular la etapa que llaman neoliberalismo, provocó que las relaciones de producción sufran cambios drásticos: los poderes  fácticos empujan a los gobiernos en turno a modificar las leyes para que les sean útiles a sus pretensiones, nada importa si en ese proceso se atropella los derechos de las mayorías. El gran capital necesita garantías o condiciones jurídicas que le permitan obtener las ganancias deseadas y para ello debe lograr someter o sojuzgar a quienes oponen resistencia. Los trabajadores del mundo poco a poco se han convertido en simples lacayos del imperio, someten a los pueblos con modificaciones a las legislaciones de cada país.

La embestida de los neoliberales y sus acólitos está más presente que nunca, la andanada de reformas que se suscitan en todo el mundo no es obra de la casualidad, es producto de un plan macabro de las trasnacionales para imponer un gobierno mundial, donde las naciones tradicionales borren sus fronteras, y sólo prevalezcan las fuerzas del mercado como reguladoras y asignadoras de los recursos comunes. México no escapa a esta lógica del capital, muestra de ello son las reformas estructurales que impulsa el gobierno de Peña Nieto, las cuales son una expresión del afán de los hombres del dinero de apropiarse de manera “legal” del producto del trabajo de los hombres. El gran capital necesita un marco jurídico que le permita, sin sobresaltos, concentrar todo, ya que vivimos en la expresión más refinada y perversa del capitalismo; la burguesía nacional se ve obligada a coaligarse para sobrevivir a los embates del capital internacional, de lo contrario serán arrasados por el poderío de las grandes empresas mundiales.

En este contexto complejo la clase trabajadora ve como sus derechos se esfuman, y como los gobiernos que deberían ser garantes, se transforman en cómplices de las trasnacionales y, bajo las órdenes de sus organismos, dictan a sus serviles las disposiciones que deben acatar so pena de ser derrocados por la fuerza o por campañas de linchamiento mediático.

En ese sentido, no debe sorprender la andanada de reformas impulsadas por legisladores, ejecutivos y altos funcionarios federales; por el contrario, los trabajadores debemos prepararnos para la batalla en diferentes frentes: político, social y “jurídico”. Se debe seguir luchando para que las condiciones sociales y la diferencia de clases puedan cambiar, que la clase trabajadora haga valer su condición histórica como vanguardia revolucionaria, una fuerza motora que construya un nuevo porvenir, derrotando a la burguesía y sus gobiernos; construyendo la sociedad justa que todos merecen; y así lograr un mejor  futuro para las nuevas generaciones. La historia nos llama a luchar, a organizarnos para la batalla. Demos la lucha en todos los frentes, enfrentemos a la burguesía en el terreno jurídico, pero no descuidemos el político y social.

La historia llama a defender nuestro pueblo y enfrentar al capital mundial que pretende apropiarse de sus recursos. Luchemos por echar abajo las modificaciones hechas a la Constitución por la burguesía y sus lacayos. Los trabajadores de la educación deben contribuir a la construcción de la vanguardia revolucionaria.

Asumamos con valentía esta oportunidad histórica y hagamos valer el grito de guerra del Manifiesto del Partido Comunista: “Proletarios de todos los países uníos” andanada. ■

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