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Frontera Ciudad Juárez-El Paso Julio de 2014

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Por: MIGUEL MOCTEZUMA LONGORIA •

Envío este artículo, para su publicación, sobre la situación fronteriza México-estados Unidos, que espero sirva de preámbulo para un segundo que también enviaré, sobre la apreciación que me forje a partir de trabajo de campo sobre los menores migrantes no acompañados. En el segundo de los artículos comentaré mi experiencia vivida a partir de la invitación que me formuló la Embajada Americana de Estados Unidos con sede en Monterrey.

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La frontera entre dos países no siempre es un lugar vigilado y regulado por las autoridades de los países, y aún menos por sus cuerpos policiacos. Solo entre países limítrofes en conflicto, la frontera se ha convertido en una región militarizada. Desde que en 1994 se puso en el centro la discusión de vigilar bajo distintos programas la frontera de Estados Unidos con México se han sucedido un sin fin de acontecimientos en cadena que indican un cambio brusco en las relaciones de ambos países. La frontera en primer lugar es cada vez más el lugar donde encuentran la muerte un creciente número de indocumentados, entre los que se encuentran los “menores migrantes no acompañados” que tratan de llegar a Estados Unidos. En segundo, es también un espacio de poder en donde se viene construyendo una relación asimétrica con México desde las altas esferas del Estado norteamericano, y, tercero,  desde la sociedad civil, la frontera es asimismo un espacio de negociación, cuyos actores dan forma y contenido a las relaciones entre los dos países.

La frontera de México con Estados Unidos es muy extensa, abarca más de 3 mil kilómetros. Su extensión hace posible una diversidad de relaciones que toman forma sobre la base de la existencia de varias poblaciones “hermanas”, cuyas autoridades locales de ambos lados se ven compelidos a tomar decisiones que los gobiernos centrales no siempre comprenden. Así, la Región “Paso del Norte” es una frontera altamente permeable donde la vida entera se expresa a través de los encuentros frecuentes de sus habitantes, cuya perspectiva civil incluye no solo su reconocimiento sino también su preservación; “no es simplemente una línea o un mapa sino… más fundamentalmente es una área susceptible donde dos culturas o sistemas políticos están cara a cara” (Paredes, 1978). Esto es concebido por algunos especialistas a partir del concepto conocido como “la región  trasfronteriza” México-EUA, la cual abarca por el lado mexicano los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo Leon y Tamaulipas y del lado estadounidense se extiende de California, Arizona, Nuevo México y Texas. Cuenta además con “              con 14 pares de ciudades que fomentan los más de 200 millones de personas cruzando por los 25 puertos o cruces internacionales” (Colef, 2012: 2).

Pero, ¿cómo se gestó esto? El concepto “Paso del Norte” es un artificio histórico cuyo significado es el de “estar de paso” y transitar hacia el Norte. Actualmente, El Paso sigue siendo una región de transición para ir a Estados Unidos, pero también lo es en el sentido de haber creado un escenario social particular. A diferencia del resto de México, aquí la imagen que se tiene de la frontera es muy distinta a otras percepciones creadas por las relaciones de proximidad de dos ciudades hermanas entre El Paso, Texas y Ciudad Juarez, Chihuahua. En efecto, estos dos centros urbanos están geográficamente unidos en la frontera más dinámica en cuanto a la circulación de bienes manufacturados. De un lado encontramos, la Base Militar Fort Bliss, que es el Centro de Entrenamiento de Artillería más grande del Mundo, la Patrulla Fronteriza, los Minus Man y del otro, las grandes maquiladoras de tercer nivel, los indocumentados tratando de cruzar la frontera, el Grupo Beta, etc., y como parte de este engranaje están los commuters y los estudiantes chihuahuenses que cruzan la frontera, los primeros para ir a trabajar y retornar diariamente o en una semana y los segundo para ir a estudiar a la Universidad de Texas en El Paso (UTEP).  Estas ciudades cooperan asimismo en una misma problemática ambiental sobre el agua, su distribución y uso a tal grado que sus autoridades emprenden soluciones ingeniosas y de colaboración.

La dinámica y complementariedad de estos procesos es tan intensa que Ciudad Juárez y El Paso se miran asimismo como parte de un mismo todo. Y es que sus habitantes definen la zona transfronteriza como un espacio imposible de administrar y determinar por las políticas federales diseñadas desde Washington o el Distrito Federal. Aquí la sociedad civil reconoce que estas ciudades son grandes albergues de inmigrantes. Ellos llegan a trabajar, en un lado, en las maquiladoras y en el otro, en los servicios, pero la mayoría va de paso. Para sus habitantes, la puesta en marcha del TLCAN no hizo más que reconocer la intensa relación que ya existía y que de alguna manera ya presentaba una dinámica propia.

Actualmente, con la crisis de la economía estadunidense, Juárez se ha convertido asimismo en una ciudad receptora de migrantes deportados que ha generado sentimientos xenófobos inspirados en la retórica gubernamental de Estados Unidos, misma que se expresa en las declaraciones e iniciativas del ex-alcalde (PRI 2007- 2010) José Reyes Ferriz, (Padilla, 2012: 222). Además, el propio Instituto Nacional de Migración al utilizar la idea de que esos migrantes no son deportados sino repatriados, ocultando con ello la gravedad de la situación.

Entonces, más que hablar de una frontera común de México con Estados Unidos, en este caso existe la percepción de que esta es frontera singular que reclama ser distinguida por sus peculiaridades. Pero, más allá de la xenofobia promovida por las autoridades locales, lo evidente es que la sociedad juarense dista de aquella donde se fomenta el odio y la intolerancia, no existe colaboración entre las autoridades y donde las poblaciones tácitamente se reconocen integrando dos naciones que tienen poco en común. En ese sentido, Ciudad Juárez y El Paso rompen la regla: más allá de sus autoridades, son ciudades hermanas que han creado una fuerte interdependencia económica, adminitrativa y ambiental, lo mismo se habla perfecto Inglés que Español. La UTEP (Universidad de Texas, El Paso) es una expresión de ello, donde la población hispana juega un rol relevante; por ejemplo, de los 20 mil estudiantes inscritos, un porcentaje no despreciable son mexicanos que cruzan diariamente la frontera para asistir a la universidad. Igual que este caso, existen multitud de parejas cuyos miembros son nacionales de ambos países. Así, cruzar el puente es semejante a la metáfora, de cruzar las fronteras cotidianamente, donde existen identidades múltiples (Rosaldo, 1989), de hacerlas permeables y de pasar de un idioma a otro, sin ser estigmatizado.

La frontera, sobre todo destacando sus contradicciones, es en las circunstancias actuales y desde la sociedad civil, una imagen en disputa, cuya principal tensión lo provoca el endurecimiento nacional de las políticas xenófobas del lado estadounidense, cuya procesamiento estatal es el resultado del pensamiento político hipercatectizado que percibe la frontera solo como un espacio de poder e intolerancia. En la lógica inversa, los actores sociales, aunque mantienen un debate permanente, en general reconocen que la Border Patrol es parte de un engranaje de poder asimétrico y sin embargo, alcanzan a percibir que quienes cruzan como indocumentados no son terroristas ni criminales, ni deben ser tratados como tales. Además, así como miramos a los cuerpos policíacos vigilando la Frontera, también encontramos en ambos lados de la frontera, a las ONG’s humanitarias, quienes tienen claro que esta es una coyuntura importante de la lucha social en Estados Unidos para promover una reforma migratoria integral, cuya imagen de la frontera como espacio en disputa dejará de serlo si se emprenden acciones de colaboración, sobre los asuntos más espinosos, donde la sociedad civil ahora se pregunta ¿hasta qué punto es posible mantener un flujo ordenado de trabajadores contratados si se emprenden relaciones de colaboración? ¿Por qué no reconocer que Estados Unidos se ha vuelto dependiente de la mano de obra de inmigrantes y se toman medidas legales para que estos trabajadores y sus familias sean reconocidos con derechos, así sea parciales, pero que hagan posible que salgan de la clandestinidad? ¿Estados Unidos garantiza la seguridad nacional presuponiendo que entre los indocumentados que cruzan del lado mexicano puede haber terroristas? ■

 

Bibliografía

El Colef, (2012), Plan Indicativo para el Desarrollo Competitivo y Sustentable de la Región Transfronteriza, México-Estados Unidos, Versión 2.0

Padilla, Héctor,  (2012), “¿Repatriado? Una historia de vida y su contexto”, en Migrantes Desplazados, Braceros y Deportados. Experiencias migratorias y políticas, María Dolores París Pombo, (Cordinadora), El Colegio de la Frontera Norte/Universidad Autónoma de Ciudad Juárez/Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco.

Paredes, Américo, (1978), “The problem of identity in a changing culture: popular expressions of culture conflict along the lover Rio Grande Border”, in View Across the Border: The United States and Mexico, Ed. S. Roos, Albuquerque University of New Mexico, Pess.

Rosaldo, Renato, (1991), Cultura y Verdad. Nueva propuesta de análisis social, Grijalbo, Col. LOS Noventa, México.

*Doctor en Ciencias Sociales y actualmente Docente-Investigador del Programa de Doctorado en Estudios del Desarrollo. Email: [email protected]

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