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jueves, 28 marzo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

La pasión del ciclista

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Claro que me encanta el ciclismo, no tengo reparo en reconocerlo: soy al tiempo motor y pasajero, impulso cada impulso, determino el ritmo, marco la pausa, mojo mi nuca con un sudor frío y la espalda con un lodo más gélido y sucio.

Claro que los días más felices de mi estancia en la frontera juarense y paseña los viví sobre una bicicleta. Era ella delgadísima y algo peligrosa: caí en tres años unas siete veces. Aun así durante varias tardes logré encaramarme sobre miradores del extremo sur estadunidense y frente al límite que no encontré me convencí de continuar con las luchas que cada mañana me plantaba la cotidianidad.

Claro que mi locura me ha dictado los nombres más ridículos para las bicicletas que han estado en mi vida: La burra, La roja, La mulita, El corsario cobalto. Claro que a veces la soledad se me entintó tanto y me absorbió el tuétano que terminé platicando confidencias a mis potros metálicos. Ellos escucharon lo que no me atreví a decir a muchos advisors, los mentados consejeros de la vida académica gabacha. No tengo remedio, ya sé y no me importa. He llevado sobre la frente una indeleble marca, vaya condena, de ser absurdo o descarado o muchas veces imprudente.

Claro que intento hacer mía la pasión del ciclista. Cuido mucho que los años no la erosionen, que no me la quiten. “Soy un ciclista” puede significar “soy un enamorado de la vida”. Montar en la bicicleta me es montar en la alegoría de la lucha. Caer cuando voy sobre ella sólo me fortifica la naturaleza de toda metáfora. Las heridas son algo menor, algo para la anécdota, algo que incluso puede olvidarse.

Claro que cuando monto y pedaleo me siento pirata, relámpago, verso cantarino, látigo, cauda de cometa, bala bien apuntada, jaculatoria efectiva, beso lanzado a lo largo de metros para caer en los labios de una niña tímida. Claro que soy ciclista incluso después de bajar de la bicicleta, sobre todo cuando siento adoloridas las rodillas y las piernas y los tobillos y la cintura y entonces bendigo a ésos como los mejores minutos empleados durante la jornada.

Claro que no sobrevaloro al artefacto por el que ocasionalmente me transporto y recreo, no lo súper exalto gratuitamente. Puedo continuar la redacción de este texto, sí, para provecho e identificación de quienes también viven la pasión del ciclista.

Claro que también lamento que la ciudad de Zacatecas no parece estar preparada para acoger a los dementes por esta afición. Sólo uno más orate que yo se lanzaría con su rocín al único bulevar, bastante irregular por cierto, con el que contamos entre la capital barroca y Guadalupe. Tengo que llevar a mi potro a otros lugares, Alameda y La Encantada, para sentirme más libre. Batallo entonces para desmontar la llanta delantera de la Schwinn Frontier, guardarla en la cajuela del auto y montar cuadro y llanta restante a lo largo de los asientos traseros. Me hace falta un soporte exterior para portarla, lo sé, en ésas ando.

Claro que la pasión del ciclista es comparable con cualquier otra pasión. Qué le hacemos, nací errante, vago al que le gusta definirse. Qué viva la intensidad y con ella quien la vive. Qué vivan los apasionados del ciclismo o la música o los negocios o la arquitectura o la política o la zoología o el buen café o la edición o la vida familiar o la decoración de interiores. Qué vivan quienes somos necios, los desahuciados para la sensatez, los que no se dejan atacar por la vejez y la abulia, los que viven infectados por terribles manías, los que son ciclistas sin bicicleta porque se mueven entre ciclos y ciclos de felicidad, crecimiento e incluso aleccionadoras desventuras.

Claro que sí.

 

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