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jueves, 28 marzo, 2024
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La ficción real

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

En la época medieval europea, los símbolos y alegorías fueron el lenguaje del mundo, por lo que era difícil discernir entre la ficción de la realidad; de ahí que el mayor peligro que conllevaba la literatura era precisamente el de que el lector no supiera diferenciar una de otra, como en el caso de Don Quijote de la Mancha, quien creyó tanto en las novelas caballerescas hasta caer en el hechizo ficcional de hacer de su vida una fantasía.

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Se dice que la literatura tiene una función compensatoria que consiste en permitir al lector vivir otras vidas, sentir o percibir el mundo de formas que su propia existencia por sí misma no le puede dar; sin embargo, la lectura también nos provee de la capacidad de hacer reales esos sucesos imaginarios.

 

Un mundo fantástico

La fantasía es entendida desde su acepción latina como una aparición, un espectáculo o una imagen, es decir, algo que no puede ser real, que está fuera del mundo y de nosotros mismos; en la Edad Media, Alfonso X, El Sabio, la definía como una “ficción creada por la imaginación”, y la literatura como texto fantástico tenía la cualidad de hacer de esa fantasía una servidora de la moral y la buena educación.

El historiador del derecho español, Juan Benito Pérez, en su libro Textos políticos de la baja edad media, explica cómo la fantasía tenía la connotación de una actividad psíquica y emocional en la que no imperaba la razón, en otras palabras, la fantasía era aquel arrebato en que las personas actúan bajo ciertas circunstancias. Pérez traduce incluso un apartado en el que se ejemplifica como el pueblo no debe dejarse influenciar por la fantasía al momento de juzgar a su rey por algún acto ilícito cometido.

Así pues, la fantasía y particularmente la literatura tenían la función natural de inculcar en las personas los valores y la ética, lo cual a su vez mostraba la enorme necesidad de imponer leyes o bien, evidencia que en la gente de aquellos tiempos prevalecía el ideal del perfeccionamiento humano a través de la purificación y el retorno a Dios.

Desde luego en el pensamiento medieval influye la concepción divina del universo, en el que se proponía a Dios encima del cielo, resguardándonos; una visión bastante reconfortante para hombres con conocimientos muy básicos sobre la ciencia y las humanidades. Dios era el límite del universo, no había nada después ni antes de él, por lo tanto, observar al cielo era ver justo en los ojos del Señor.

Entonces, lo que se escribió en los siglos que abarca el Medievo y que se puede considerar culto, tenía como base principal la religión y la característica moralizante que además de todo beneficiaba al gobierno en turno, puesto que se daba especial énfasis en la obediencia que el pueblo debía ofrecer a sus superiores: Dios y el rey.

El orden ideológico y cósmico tan bien definido de aquel antiguo mundo, ahora nos parece fantástico en su sentido más literal, es decir, un mundo ficticio en el que las apariciones de brujas, duendes y hadas convivían con los símbolos religiosos y políticos.

 

Un mundo real

Actualmente, el universo se nos presenta como un espacio caótico e infinito, en el que apenas alcanzamos a ser una pequeñísima parte, casi sin importancia, que aunado a los adelantos científicos y tecnológicos, como el Internet, nos expone como seres solitarios y olvidados de un Dios en el que, de hecho, ya pocos creen.

Si bien el pensamiento moralizante sigue siendo viable para los altos mandos de poder, que buscan en el arte la manera de aleccionar a sus súbditos, también es cierto que la literatura ha buscado el medio para hacer de la fantasía su aliado real contra los regímenes.

Leer a Aldous Huxley, George Orwell, Albert Camus, Phillip K. Dick, Ray Bradbury o Alan Moore es contemplar una realidad demasiado cercana, es casi observarnos en un espejo y a pesar de la extensión de nuestra idea del universo, nos encontramos con un presente muy concreto y trascendental en el que no creemos en el poder personal. Quizá, hoy más que nunca, son necesarios los símbolos.

Las historietas y novelas gráficas tienen en principio como ideal el de crear seres que sean leídos como símbolos de la justicia y la paz. El mismo Alan Moore escribe al respecto en su célebre novela V de vendetta que el protagonista, V, se convierte en un símbolo para un pueblo oprimido, y en otras palabras, se incita tanto a los espectadores ficticios de la novela como a los lectores reales a que se subleven y hagan de la anarquía su arma más poderosa.

El peligro actual de la literatura es que sólo la leemos como un texto lejano, un universo paralelo que compensa nuestra furia hacia el presente inmediato pero que no logra un efecto real. Es contemplarnos desde una zona de confort. Difícilmente seremos los Quijotes de nuestro destino por leer novelas subversivas y por el contrario, parece ser que, a diferencia de la Edad Media, la Edad Contemporánea nos arrebata el deseo de la fantasía. ■

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