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viernes, 29 marzo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Todo es hoy y para siempre

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En alguna habitación de Tokio, en 1952, un joven de cabello alborotado escribe con letras occidentales lo que parecen versos largos. Nos acercamos para confirmar que, sí, este hombre no es japonés sino mexicano. Tiene 38 años, ha sido diplomático y es dueño de una inteligencia envidiable. Asomémonos por encima de su maraña para leer algo de lo que escribe:

 

Yo estoy de pie, quieto en el centro del círculo que hago al ir cayendo

desde mis pensamientos,

estoy de pie y no tengo adónde volver los ojos, no queda ni una brizna

del pasado,

toda la infancia se la tragó este instante y todo el porvenir son estos

muebles clavados en su sitio

el ropero con su cara de palo, las sillas alineadas en la espera de nadie,

el rechoncho sillón con los brazos abiertos, obsceno como morir

en su lecho,

el ventilador, insecto engreído, la ventana mentirosa, el presente

sin resquicios,

todo se ha cerrado sobre sí mismo, he vuelto a donde empecé, todo es

hoy y para siempre.

 

Octavio, el de Mixcoac, Octavio Paz parece dudar mientras escribe. Toda su escritura es un planteamiento que asalta, que duda y hace dudar. Cuando él termine de escribir este poema lo titulará de hecho con una interrogación: “¿No hay salida?”.

Este mismo poeta de sienes locas y ojos llamativos como pera dirá después, palabras más palabras menos, que uno sabe que escribió un poema cuando después de terminarlo siente uno que algo acaba de nacer en el universo. Este mismo poeta dejó en la tierra el despojo de su cuerpo en algún panteón pomposo, sí, pero también sus versos desafío, de los que tomo el título de esto que ahora escribe un mexicano de 39 años que no ha sido diplomático, y que toma plaza no en habitación de hotel aunque sí en ajena -puerta de dos hojas y un par deminúsculas ventanas blancas- a cincuenta metros de un río verde oscuro.

“Todo es hoy y para siempre”, insisto junto con el poeta mayor que para mí sigue anclado en la tarde o noche de Tokio, que sigue vivo en ese 1952 y como un David implacable lanza sus piedras con la extensa honda de su poesía.

El pasado no existe: es una serie de mitologías sujetas a cambios constantes, a reescrituras en espiral, a interpretaciones fantásticas o fatalistas o farsantes o fecundas pocas veces. El futuro no existe, fuera de ideales o imaginarios o intentos o intenciones inútiles muchas veces. El presente sí existe: piedra ruda que no es totalmente lo que uno quiere pero sí lo que es y sobre lo que hay que trabajar.

Dejo que vuelva a hablar la pluma del despeinado Octavio con un par de versos anteriores a lo que he citado: “Y mi pensamiento que galopa y galopa y no avanza, también cae y se levanta / y vuelve a despeñarse en las aguas estancadas del lenguaje”.

Yo vivo el ahora que se fue al nombrarlo. Vuelvo a vivir para el instante que se deja tocar sólo en el ribete, porque cuando toco el fondo es ya el de otro momento.

 

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