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martes, 23 abril, 2024
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Educar, condición necesaria para la democracia

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Por: MATÍAS CHIQUITO DÍAZ DE LEÓN* •

En los albores del Instituto Nacional Electoral, y al reconocer las significativas y trascendentales aportaciones históricas del IFE, se pueden percibir con claridad los avances alcanzados en la consolidación del sistema electoral y sus impactos positivos al sistema político nacional. Son palpables los progresos que el país ha obtenido en materia política y de elecciones en los últimos 20 años; paulatinamente se han observado márgenes más amplios de transparencia y confiabilidad en los procesos electorales, a la par, el sistema político se fue pluralizando y las decisiones fundamentales ya no se toman de manera unilateral, en solitario, ahora resultan necesarios el diálogo y la negociación para lograr el funcionamiento y operación del gobierno. Se han colmado las exigencias de una democracia electoral efectiva, sin embargo, no hemos llegado a la consolidación del sistema de gobierno con estándares de desempeño estrictamente democráticos.

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Es evidente que la democracia, hasta ahora conocida en México, no ha podido satisfacer las aspiraciones de la mayoría de los mexicanos, pues los avances conseguidos no han sido suficientes para su desarrollo y bienestar, particularmente si de sus condiciones económicas y sociales se habla; luego entonces, los beneficios que la democracia supone no son perceptibles y la desesperanza apremia. ¿Qué es lo que hace falta? Las respuestas han de ser múltiples, pueden anunciarse soluciones fáciles con efectos sólo inmediatos; se podría, de igual manera, pensar en las más difíciles aunque con impactos efectivos, duraderos y sustentables. En este último supuesto, la pretensión sería el efectuar restauraciones al proyecto de nación desde sus orígenes, asumiendo que el gobierno y la sociedad deben operar como una sola unidad; llegar al entendimiento de que el poder no es un fin en sí mismo, además de la formación de una sociedad exigente con su gobierno que, a la vez, tenga una visión integral de contribución al mismo. Educar es la solución. La educación, como sinónimo de liberación, proveerá al individuo de capacidades para la reflexión y la acción sobre su entorno para transformarlo en su beneficio.

El tema de la educación no es asunto nuevo, ha estado presente desde la formación del estado mexicano como nación independiente, y en ella destacan las aportaciones de personajes ilustres de la época, quienes con su nítida visión política y social insistieron en la necesidad de instruir al pueblo. Así, por ejemplo, en los manifiestos de don Mariano Otero se puede apreciar la proclama siguiente: “Mientras que la mayoría de nuestra población no sea ilustrada, son inútiles todas las cuestiones sobre el espíritu de las leyes y la naturaleza del gobierno”.  En Francisco Zarco, portavoz liberal de la Reforma, encontramos que uno de sus mayores anhelos era precisamente la educación de todos los mexicanos; pensaba en un gran sistema que permitiera a todo individuo, ricos y pobres, a todas las razas, ocupaciones y sexos, tener amplias oportunidades de desarrollo intelectual. Para Zarco, “la educación es la base de la felicidad de las naciones, de las familias y de los individuos; la educación hace buenos padres, buenos hijos y buenos ciudadanos. En vano una nación aspirará a ser grande si antes no ha procurado difundir la instrucción en el pueblo. Sin ella ¿cómo podrá una nación seguir una senda de progreso que no conoce, que no comprende siquiera? Para mejorar la condición del pueblo es necesario moralizarlo, y para moralizarlo es necesario comenzar por instruirlo; la instrucción pública es, pues, una necesidad para el bien de las sociedades y los gobernantes que tienen la precisa obligación, de velar por la felicidad de sus pueblos, deben dar a la instrucción pública un impulso constante y eficaz” .

En este contexto, el Estado mexicano ha reconocido la necesidad de instruir a sus nacionales, en la Constitución Política además de ordenar obligatoriedad de la educación básica ha fijado los criterios que deben regirla: que sus bases sean los resultados del progreso científico, que luche contra la ignorancia y sus efectos, además de eliminar las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios. Como se podrá apreciar, todo está ordenado de manera virtuosa, sin embargo, parece evidente la falta de éxito en este componente fundamental de la vida individual y colectiva del país. La educación en México más que liberar, oprime al individuo y lo va sumiendo en un mundo de fanatismos, donde las creencias están por encima del conocimiento objetivo de la realidad. En una amplia generalidad, el individuo no crea procesos de análisis sobre su entorno, sino que espera que alguien se lo explique, dando espacio y haciéndose susceptible por voluntad a la manipulación.

De esta manera, si la sustancia del sistema democrático es el ciudadano, entendido éste como un ente libre y responsable, con la capacidad de darse sus propias normas en un proceso participativo que a la par lo vincula a su comunidad y la corresponsabiliza de su destino, la consolidación de la democracia iniciará sólo cuando nos enseñemos, todos, a pensar con libertad e independencia y con espíritu crítico; cuando la educación pública y privada atienda a las aspiraciones plasmadas en nuestra carta magna.

Aunque complicada, es una tarea que debe realizarse y nunca será tarde para iniciarla. Valoremos, si el sistema electoral mexicano con una tradición ritual de poco más de 170 años logró reconstituirse y consolidarse en poco menos de 20 años; con similares impulsos, el sistema educativo nacional también puede reconstruirse y consolidarse en un muy corto plazo. Es necesario y vale la pena intentarlo. Es la única apuesta en la que nunca se puede perder. ■

 

* Delegado del INE en el Estado de México

1. Disertación de Don Mariano Otero.  Guadalajara, Jalisco 1842. Visible en la página 37, Tomo I, de la edición “Obras de Mariano Otero”, publicada por la editorial Porrúa.

2. Francisco Zarco; citado por Wheat C. Raymond, en su obra “Francisco Zarco el Portavoz Liberal de la Reforma”, publicado por la editorial Porrúa en 1957; pág. 102.

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