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miércoles, 24 abril, 2024
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Ser niño en México

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Hace unos días, en el cartón que firma Rocha para La Jornada nacional, se ilustró tres episodios recientes de la niñez en nuestro país: Los infantes que cruzan de Sudamérica hacia Estados Unidos en el tren al que llaman “La Bestia”, los que vivían bajo la custodia de Mamá Rosa en un albergue en Michoacán y el que fue alcanzado por una bala de goma en una manifestación en Puebla, causa de su muerte.

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No es que todos los niños en México padezcan las mismas situaciones, desde luego que hay a quienes les es permitido vivir sus etapas saludablemente, pero también en el cartón de Rocha se podrían incluir a los niños-narco, a los limpiaparabrisas y tragafuegos, a los indígenas que limosnean, a los que acosan o son acosados con bullying, en fin, a todos aquellos que se les ha negado la educación, una vivienda digna, la Seguridad Social, una vida decorosa.

Ser niño en México para la mayoría significa sufrir, pero también es una justificación, pues debido a que se trata de personas aún dependientes, la culpa recae en quienes están a su cargo… Lo realmente desastroso aparece cuando esta actitud infantil es prologada indefinidamente por adultos como medio de defensa al ambiente social hostil.

 

La adolescencia: Primera postergación

En la literatura mexicana podemos leer la denominada De la onda, donde aparecen los cuentos y novelas de José Agustín, Parménides García Saldaña y Gustavo Sainz principalmente, los cuales tienen relevancia porque marcan un periodo especial en la historia nacional, las décadas de los 60 y 70, en las que por primera vez se puede hablar de la adolescencia.

Antes de los 60, en México se pasaba de la niñez a la adultez; los del género masculino empezaban a trabajar en el campo o en donde fuera posible en cuanto daban los primeros indicios de cambios corporales; de igual forma con la féminas, quienes su primer menstruación anunciaba boda y el oficio de ama de casa como destino  inmediato y eterno. La adolescencia no existía, era un terreno prohibido que se evadía.

Los textos de los onderos son los primeros en relatar la posibilidad de extender la infancia un poco más, porque aunque se describen situaciones de jóvenes entre los 15 y los 18 años, no tienen aún mayores responsabilidades o compromisos; reflejan una necesidad de diversión, de experimentación y sobre todo de evadir el presente.

En los 80, es José Emilio Pacheco, quien relata una magistral obra sobre la niñez mexicana, Las batallas en el desierto, donde el narrador recuerda su infancia en el sexenio de Miguel Alemán, en 1948, describiendo juegos y costumbres de la época y sobre todo criticando la hipocresía de la política de aquellos años e indirectamente la actual.

Carlos, el personaje principal, con apenas 8 años de edad, comienza a madurar debido a ciertas situaciones que se presentan, entre las que destaca un enamoramiento con un final fatal, por lo que concluye que “Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia.” El final de aquel México que Pacheco alude, es un parangón de la infancia, de aquella época tristísima en la que ni los juegos, ni los dulces pudieron cubrir a una sociedad en pobreza e injusticia.

 

La infancia: Un refugio

La niñez suele ser vista como un campo seguro, pues nos resulta cómodo creer que los niños no saben, no sienten, no se dan cuenta. Ya Juan Rulfo en su cuento Es que somos muy pobres, narra la historia de Tacha, una niña a la cual su padre le compró una vaca para que al crecer el animal le dé un valor a ella como mujer y no termine de “piruja” como sus hermanas. Por infortunio, la vaca de Tacha muere ahogada en el río, y en la pequeña jovencita se augura un futuro desolador. Así, la infancia como refugio se va derrumbando en la medida que el desarrollo físico y emocional se hace presente.

Así es como, a diferencia de las antiguas generaciones en las que la adultez aparecía repentinamente, en la actualidad nos aferramos con fuerza a la infancia ya sea por evocación, nostalgia o actitud.

Se dice que en México hay una gran cantidad de jóvenes que no logran madurar debido a la falta de oportunidades en el nivel profesional, sin embargo, también influye la necesidad de permanecer en aquel momento lejano, en el que parecía no suceder nada, en el que nadie contaba con nosotros… En realidad, mucho del carácter social mexicano, tiene que ver con una infancia prolongada a nivel psíquico.

Alan Moore, escritor británico de novelas gráficas, en su más reciente entrevista dice “para mí, abrazar lo que son, sin ambages, personajes infantiles de mediados del siglo 20 indica una retirada de las abrumadoras complejidades de la existencia moderna”; en otras palabras una fuga del presente. Nuestra nostalgia por el pasado revela la necesidad de seguir bajo la protección de la cómoda dependencia paternal y no hacernos responsables de los verdaderos niños, esos que realmente nos necesitan. ■

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