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jueves, 25 abril, 2024
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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

«La Ciudad de México es la capital de lo político del país y nada podrá hacerse desde el pueblo bicicletero donde vives”, me decía hace unos años un pedante y querido amigo chilango que no conocía más mundo que el Distrito Federal y que suponía que no había pluma leída, ni voz escuchada, si no se emitían desde ese lugar.

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Hace años que no lo veo, ignoro si ya se enteró que Julio Hernández López dirige La Jornada de San Luis Potosí al tiempo que escribe su columna Astillero en la edición nacional, que Sanjuana Martínez reside en Monterrey, y que Lydia Cacho vive entre Cancún y el exilio al que está sujeta por su activismo contra la pederastia. Tampoco sé si ya se enteró que hoy en todo el país se exige la libertad del doctor José Manuel Mireles, líder de autodefensas de Tecapaltepec, Michoacán, población con 25 mil habitantes, o que Lucero Palma en Guanajuato logró que pusieran prisa y eficacia a su denuncia de intento de violación hasta que publicó en Facebook las negligencias de las autoridades judiciales.

La evidente influencia de las redes sociales en luchas contra el poder ha llevado a proponer formas organizadas de aprovecharlas. Una de ellas es la página de Internet avaaz.org, (disponible en más de quince idiomas) que se define a sí misma como una “comunidad global de movilización online”, en la que se busca “movilizar a los ciudadanos del mundo para cerrar la brecha entre el mundo que tenemos y el mundo que la mayoría de la gente quiere”. Su forma de acción es que el público cree una petición que es difundida entre los miembros y firmada electrónicamente por quienes lo desean y luego entregada a quien corresponda.

Según su decir, Avaaz tiene 37 millones de miembros de casi 200 países, y ha emprendido casi 200 mil acciones. Para demostrar su eficacia, Avaaz dice en su página web, entre otras cosas, que contribuyó a la derrota de la iniciativa ACTA que pretendía imponer controles y censura al Internet, y dice que el Parlamento Europeo citó la petición de Avaaz como un factor decisivo para ello.

Los detractores de Avaaz por otro lado, la acusan de quedarse con el crédito que corresponde a otras organizaciones que trabajan durante años por una causa, a la que Avaaz solamente se suma. Otros más los acusan de tener nexos oscuros, o de dar prioridades a ciertos temas según su conveniencia.

Otra organización del mismo corte es change.org con 70 millones de usuarios en 196 países. En su página de Internet puede iniciarse una petición en espera de conseguir firmas, pero también se puede solicitar empleo, o bien conocer su “modelo de negocio”, en el que explica que son una “empresa de emprendimiento social”, que puede sostenerse financieramente gracias a que permite peticiones de apoyo patrocinadas. Sus críticos la acusan de enriquecerse con el “ciberactivismo” o, en el mejor de los casos, de servir sólo de catarsis ante la indignación que no sale a la calle.

Fue en esta última página en la que un grupo de académicos entre los que destaca Denisse Dresser alojó la petición que reclamara la condonación de impuesto sobre la renta a ciertos municipios y estados. Reunieron 45 mil firmas en dos semanas, mismas que fueron campalmente ignoradas por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Estas redes sociales que vertiginosamente se movilizan por la justicia, también han cometido injusticias, y con la misma celeridad con que se difunde la necrofílica fiesta de Lady Panteones, circula un vídeo en el que supuestamente la televisión de Corea del Norte informa a sus espectadores que su selección de futbol jugará la final del mundial de Brasil 2014 contra Portugal, mismo que se ha descubierto a todas luces falso. Las mismas redes que contribuyeron a la captura de un violador y asesino de una niña en Veracruz, han hecho caer a más de un despistado que llamó a un boicot contra las películas de Steven Spielberg, por ser un despiadado cazador de dinosaurios a partir de la publicación de una broma en Facebook en el muro de un humorista.

Es difícil definir tajantemente los alcances de las redes sociales y el Internet, es verdad que éstos merecen la misma o mayor desconfianza que la que se tiene con cualquier medio de comunicación, y también es cierto que muy probablemente éstos no serán suficiente para hacer los grandes cambios sociales que esperamos, pero también cabe pensar que el ciberespacio puede ser, sin importar kilómetros, y husos horarios, un lugar más para “la cita a ciegas con el destino que se quiera forjar”1

 

@luciamedinas

 

(Endnotes)

1              Castells, Manuel (2012) Redes de indignación y esperanza Alianza Editorial p. 20

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