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jueves, 28 marzo, 2024
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Tres preguntas-guía ante el abandono de la democracia

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS • Araceli Rodarte •

¿Si un órgano deliberativo no delibera, en qué se convierte? En oficialía de partes o en algo más irrelevante. En Roma, después de Octavio, se terminó la República por vía de los hechos, pero nunca se eliminó el Senado para dar la idea de que la institución más importante de la República seguía existiendo, sin embargo, todo el mundo sabía que había muerto. Justo es el caso que parece que ahora vivimos: hay Cámara de representantes, y en el texto de la Constitución hay división de poderes, sin embargo, observamos que las fracciones partidarias se convierten en correa de obediencia del Ejecutivo. Así, la pregunta se amplía: ¿y si un órgano que esencialmente debe ser autónomo  y no lo es, en qué se convierte? En mera simulación. Los representantes no consultan a los representados, ni los mantienen  informados, y reducen su acción a avalar decisiones que tomó el Ejecutivo. Tenemos por tanto una tercera pregunta: ¿y si un órgano que debe representar no representa, en qué se convierte? En suplantación.

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En síntesis: ¿si un órgano debe representar, ser autónomo y deliberar intensamente; y no representa, ni ejerce la autonomía y no debate, en qué se convierte? En lo mismo que se convirtió el senado romano. En un órgano para avalar las decisiones del poder que ha concentrado el mando y para distribuir prerrogativas entre la clase política; con ello, consiguen la apariencia de legitimidad. Es una ilusión que les ha resultado funcional.

Cuando votan la reelección (sin posibilidad de revocación de mandato) en realidad lo que ocurre es que están haciendo efectivo el pago por la obediencia: se les garantiza la continuidad de permanencia en estos órganos para  prolongar sus privilegios. Con este pago, se asegura la aprobación de toda la legislación que haga falta al poder real. Y como todo ya está decidido en estos intercambios, el debate ya no hace falta: no hay  argumentos o justificaciones que ofrecer, para dar garantía de acciones con razones democráticas; porque la democracia está ausente. El debate es inútil, porque sus decisiones no dependen de un acto de convencimiento producto de la argumentación, sino de tratos prácticos de obediencia a cambio de prerrogativas. En suma, la deliberación es prescindible.

Durante el imperio, el senado romano siguió existiendo para simular la continuidad de la República y distribuir poder a los patricios y negociar el botín con el César. En eso se está convirtiendo el Poder Legislativo hic et nunc (aquí y ahora).  Podríamos pensar en un cesarismo político, pero tampoco se trata de eso, ya que el titular del Ejecutivo no concentra la soberanía ni es dueño de sus decisiones, sino que éstas últimas son el ejercicio de la imposición de un poder mayor: las grandes corporaciones económicas que se van apropiando de la riqueza del país. Esas corporaciones son el verdadero ‘César’. Se trata de un césar-corporativo. Así, tenemos el mapa completo del poder: la suplantación de la representación popular y el abandono de la democracia en manos de pequeños patricios que hacen las veces de legisladores en busca de privilegios; un Poder Ejecutivo que es en realidad un ministro del verdadero poder; y este último lo ejerce cada vez de manera más directa la red de corporaciones económicas, que a su vez, reordenan las reglas para mejorar la ocupación.

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