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jueves, 28 marzo, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

María R. Murillo y el martirio en el lado “hereje”
(parte 2 de 3)

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Ese amanecer de noviembre se extendía en Huiscolco, pequeña comunidad de Tabasco a la que María había llegado hace tiempo, tras su pleito con el cacique de El Plateado.

Al abrir la puerta encontró un escrito con letra malhecha: “Maistrita comunista ballase de la escuela y del pueblo o sufrira la justicia de Nuestro Señor. Los Cristeros”. Las siluetas oscuras continuaban intactas. Debitoribusnostris, nuestros deudores, los que nos ofenden, volvió a pensar la maestra en un suspiro que sabía a resignación.

Durante toda la jornada, María lidió con la inquietud. Ni siquiera la mirada de Medina, su alumno más destacado, logró confortarla. La tormenta podía estallar en cualquier momento, pero ella no podía estar en otro lugar que no fuera el aula, con sus niños, mostrándoles la verdadera luz del conocimiento, la que brota de la ciencia y no del fanatismo.

-¡Abra la puerta!

Los golpes se estrellaron como relámpagos contra los montes. María despertó sobresaltada, como nunca en sus cuarenta y cinco años. De pronto un impacto más fuerte que los otros rompió el travesaño que aseguraba la integridad de su cuartito y descubrió en torno a ella a varios hombres, casi todos con una estampa de la Guadalupana sobre el frente de sendos sombreros.

-Ya nos colmó la paciencia, maestrita. Ora venimos para llevárnola de aquí, porque diun modo o de otro usted va a dejar de prevertir a nuestros hijos.

-Ya le habíanos avisado…

-¡Protestante!

-¡Comunista!

-¡Sólo Cristo reina en este país!

-Como dice el señor cura Cabral: más vale que nuestros hijos sean burros en el cielo que sabios en el infierno.

Los gritos y reclamos seguían agolpándose mientras uno de ellos trajo del otro cuartito varios de los libros utilizados en clase.

-¡Aquí están! ¡A ver, lele, Marcial! ¡Lele, pa’ que nos digas si sí son comunistas estos libros!

-Este… yo batallo un poco para ler, pero pos ya todos sabemos que sí son libros que alejan de la religión que nos dejaron nuestros padres y que nosotros queremos dejar a nuestros hijos.

-Querías hablarles a nuestros hijos sobre cómo se hacen los niños… ¡‘Ora verás cómo se hacen, hija del demonio!

El más fuerte de todos empujó a la profesora hasta derribarla sobre la cama. María intentó zafarse pero otras manos, muchas, la buscaron para arrancarle el vestido. Los gritos de Viva Cristo Rey quedaron olvidados durante los siguientes minutos, en medio del fragor y los turnos para penetrar el sexo de la hereje.

 

Sacaron a la mujer a empujones y la acercaron al potro zaino. María pensó que desmayaría pero las maldiciones de las buenas señoras de Dios le impedían un momento de paz. La violación y tanto dolor parecían haberle quitado media vida.

Rodearon sus pies con una soga sucia. Por un momento ella puso los ojos en blanco y en silencio, con la boca semiabierta, pidió ayuda al dios por el que la erosionaban, como tierra a la que todos quieren mancillar. El jinete sostuvo con fuerza el otro extremo de la soga amarrada a sus tobillos. El zaino comenzó a galopar y, dejando atrás a la mayoría de los católicos que comenzaban a congregarse, hombres y mujeres de Huiscolco, el cuerpo de ella se hizo más guiñapo voluble, viruta humana, cuerda pálida que se deshilachaba y ponía a punto de reventar. Su cadera se fracturó con la primera piedra saliente que la astilló. Su cabeza vibró entre las rugosidades del suelo. Sus rodillas se convirtieron en un calor ígneo, además levantaban mucho polvo.

Otra vez la alcanzaron ellos para sujetarla. La arteria carótida se le marcaba notablemente, el alarido de María se confundía con los gritos de sus atacantes. Dos hombres seguían presionando esas piernas cansadas, marcadas por el suplicio, sometidas ahora a un hormigueo constante, mientras el barbado sostenía los hombros de la profesora y el cuatro hombre seguía bajando la rozadera afilada a lo largo del seno izquierdo de su enemiga.

Cayó desmayada. El hombre más fuerte la rebasó, llevando en cada mano áspera sendos senos de ella, masas tan aguadas como sanguinolentas.

(Concluirá el próximo miércoles…)

 

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