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jueves, 25 abril, 2024
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Cierra coloquio Zacatecas: Los días de las armas; reseñan Un día en el siglo, de Eduardo Lizalde

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Por: ALMA RÍOS •

■ “Lo que ocurría por dentro a la familia”, antes, durante y luego de la Toma, contenido de la obra

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La miseria, el hambre, la angustia, la desesperación, “lo que le ocurría por dentro a la familia”, antes, durante y luego de la Toma de Zacatecas, es lo que quiso contar Eduardo Lizalde en su novela Un día en el siglo (Vuelta, 1983), misma que tuvo hace dos años una reedición en la editorial Jus.

La referencia a esta crónica íntima que sustentó en la propia experiencia de sus ancestros zacatecanos que vivieron, murieron y algunos sobrevivieron este episodio histórico, sirvió de tema para clausurar ayer el Coloquio Zacatecas: Los días de las Armas en el que intervinieron investigadores de la Universidad Autónoma de México (UNAM), El Colegio de México (Colmex), el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), entre otros.

El poeta y ensayista refirió que Un día en el siglo es una obra de ficción y no una novela histórica, misma que no obstante sus personajes, la mayor parte de ellos reales y traídos de su familia, y otros  inventados, no se deformaron los hechos acontecidos en este episodio histórico.

“El propio personaje central un poco el héroe, el personaje novelado, ignorante de la Revolución mexicana que se llama Claudio en la novela, está inspirado en un primo de mi padre a quien conocí y traté.  Y que decidió en la juventud colocarse unos galones de capitán porque en la confusión de la Revolución Mexicana, dijo que cualquier persona se podía disfrazar de militar carrancista o villista”.

Eduardo Lizalde narró en su obra a una ciudad desolada en la que los vecinos hubieron de colaborar a la quema de los cadáveres y entre otras visiones, muestra el sufrimiento y la muerte posterior de las víctimas de la epidemia de tifoidea producida por la putrefacción de los miles de muertos,  la migración de las familias y la catástrofe de la economía que vino tras la histórica batalla del 23 de junio de 2014.

En paráfrasis al historiador Adolfo Gilly, quien también participó en este coloquio,  Eduardo Lizalde agregó, que efectivamente la que se libró en Zacatecas fue “la última batalla que dio fin a todo un régimen”, pero a la par, fue el inicio de un proceso sangriento del que enumeró los sucesivos asesinatos de los caudillos revolucionarios: Zapata, Carranza, Villa, Obregón; mismo que no culminaría hasta más de una década después.

Lizalde inició su intervención mencionando los vínculos que le unen a Zacatecas: el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde 2002, es primero de su familia no nacido en este lugar después justo, de la Batalla de Zacatecas.

Recordó que su madre, Elena García de la Cadena, quien tendría nueve años de edad en 1914, vivía en la capital del estado en la casa de los gallos, ubicada en el centro. Su abuelo materno, un empresario liberal, murió víctima de la epidemia de tifo derivada de la putrefacción de los cadáveres que dejó el encuentro armado.

Francisco I. Madero habría sido visitante reiterado en su domicilio, como lo fueron también los músicos Manuel M. Ponce y Fernando Villalpando, refirió.

Lo que ocurrió en Zacatecas en la fecha que este año conmemora su centenario, tiene también antecedentes en viejos rencores, que recupera asimismo en su novela y conoce bien, pues involucran a sus bisabuelos el general Trinidad García de la Cadena y Juan Ignacio Lizalde.

García de la Cadena fue hombre temido por Porfirio Díaz, dos veces gobernador de Zacatecas y otra vez por Aguascalientes, combatiente en la guerra de Reforma al lado de Benito Juárez contra quien se rebeló luego del interés que mostró éste por reelegirse.

Los nombres y anécdotas se entrelazan, pues relató, Ireneo Paz, el abuelo del Nobel mexicano de literatura, formó parte de las tropas de su ancestro, al que por cierto, luego postularía como candidato a suceder a quien sería conocido por la historia mexicana como el dictador a vencer por la Revolución.

Estos hechos habría propiciado el asesinato del general zacatecano, tras del cual, Porfirio Díaz no habría de pisar nunca este territorio.

La novela de 600 páginas, que encubó durante más de 15 años hasta su publicación por la editorial Vuelta y que tuvo como presentador al propio Octavio Paz en 1983, tiene como tema central a la Toma de Zacatecas como un hecho “verdaderamente traumático”.

En su caso no podría haber escrito una crónica minuciosamente histórica del acontecimiento pues esto ya lo habían realizado “todos los grandes novelistas historiadores y testigos”,  entre los que citó a Martín Luis Guzmán en sus Memorias de Pancho Villa, El águila y la serpiente y La sombra del caudillo y desde luego, dijo, “el extraordinario Rafael F. Muñoz y por supuesto  José Vasconcelos”.

“¿Por qué no ha sido demasiado comentada (esta novela)? expuso, “porque está imbricada, metida en un contexto complejo, documental, histórico, novelístico, al que no es muy aficionado el universo común de nuestros lectores, generalmente aun nuestros lectores ilustrados no saben lo que ocurrió en el proceso revolucionario”.

Por todo ello dijo, Un día en el siglo, resultaba “ligeramente indigesta”. Cuando Eduardo Lizalde quiso hacer su crónica pensó en las batallas leyendarias como Troya, pues la de Zacatecas también lo fue.

“Pero no creo que sea mucho motivo de celebración, excepto porque significaba el derrocamiento de ese miserable monstruo y canalla que era Victoriano Huerta y su gente”.

El escritor recomendó para no poderse extender más, que se lean al respecto textos tanto populares como cultos.

Acerca de las novelas de la Revolución dijo, nunca han sido un encomio o un elogio a ninguna de las facciones participantes en ella, sino una crítica que continúa estando en los escritores y periodistas de México y el mundo.

“Nunca ha sido encomiástica para la política oficial la literatura mexicana. Todo servilismo impide la literatura, el pensamiento, el desarrollo de las ideas”.

El Coloquio Zacatecas: Los días de las armas fue clausurado con palabras de agradecimiento de Javier Garcíadiego, presidente del Colegio de México y Josefina Mac Gregor en representación de la UNAM. Francisco Escobedo Villegas, secretario general de gobierno del estado, ofreció también un mensaje institucional de cierre.

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