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jueves, 18 abril, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Esa biblioteca en mi recámara

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Contenedora física de mis grandes lecturas, aprecio mucho a esa biblioteca que cada noche me mira dormir. Su parte vertebral es el librero más grande: el de madera recubierta con pintura café chocolate, según apodan a tal color. Siete espacios marcan su altura: los nones con tres separaciones; los pares con cuatro. Son en total veinticuatro los espacios para albergar principalmente ficción; en segundo y tercer lugar, libros sobre escritura creativa y correcta redacción en español. Mención aparte merece su parte alta, que también contiene libros presionados en cada orilla por planchas tan oxidadas como antiguas.

Aunque esa biblioteca en mi recámara rodea todo, es el librero chocolate el que se planta frente a mi cama, así que es lo primero que miro cada mañana, es lo último que veo antes de cerrar mis ojos. Todos los lomos que él alberga me dicen buenas noches o buenos días o qué bueno que llegaste con bien. Ellos me alegran en mis días nublados, ellos me proponen con qué gozo reencontrarme.

El monumental librero me es un gran naranjo cargado con frutos jugosos. Es un gran abuelo que me espera y tiene para mí multitud de frases. A los lados se plantan otros árboles frutales, con libros de historia universal, fotografías, cine, arte, novelas en inglés. Todo conforma un jardín de letras, esa biblioteca en la recámara. No tengo reparo en que tantos volúmenes estén ubicados en mi lugar de descanso, pues todos esos libros también son mi refugio donde reparo energías.

Desde hace unos meses, mi biblioteca y yo hemos establecido un pacto de aprecio y retroalimentación. Por ella, además, me he comprometido a ser augusto y proveerle otra vez aquellos libros que en tremenda ingenuidad presté y jamás regresaron a mi posesión. Marco un nuevo inicio: procuro siempre que mis horas de solaz continúen frente a las páginas más que frente a las pantallas luminosas.

El proceso que me ocupa por mi biblioteca es lento y costoso, pero vale la pena. He de regresarle tanto las lecturas que me marcaron en mis primeros años como las que es preciso leer más de una vez. Faltan algunos libros que ya tengo casi aprendidos, sí, pero que busco para que mis amados, quienes viven conmigo, también los conozcan.

Esa biblioteca en mi recámara me implica al tiempo proyectos de orden, recuperación y fortificación. En ella aprendo más y me reconozco mejor. Gracias a ella puedo rectificar, gracias a ella puedo refrendar. No busco tener en ella la mejor selección, pero sí mi selección. Lo más importante: estoy comprometido a abonarla con libros de mi autoría, letras que exprima tras alimentarme con toda la riqueza que día tras día, noche tras noche, entre horas para el descanso y el amor, me ofrece.

 

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