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viernes, 19 abril, 2024
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Hubo una vez un México…

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

  • Inercia

Hubo una vez un México donde la pobreza, ama y señora de los hogares, exilió a familias… Huyeron aterrados a un lejano país, del otro lado del río Estige. Y así fue como el México de hoy quedó dividido en dos: Los que viven de este lado y los del otro.

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Los de allá quedaron suspendidos en el tiempo, en el país de la melancolía, y en sus actuales residencias experimentan la nostalgia infinita de volver… Pero el país al que quieren regresar ya no existe más que en canciones de la radio o en fotografías viejas. Y tampoco pertenecen a aquél lado en el que habitan; pareciera que aceptarse como parte del lugar que moran significara una traición a éste, en el que nacieron.

 

Los de acá

Quien haya leído Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco seguramente recordará aquel México de antaño, durante el gobierno de Miguel Alemán: un país en transición en un mundo en transición. Se había establecido Israel y había guerra contra la Liga Árabe. Por su parte el presidente nacional inauguraba obras, que aún ni siquiera se empezaban a construir; era un país que aparentaba pasar de la pobreza a la prosperidad.

Pero como la transformación era ficticia, el progreso y la modernidad anunciada eran sólo una campaña publicitaria, encargada no sólo del presente sino de los oráculos; así lo relata Pacheco: “Para el impensable año dos mil se auguraba- sin especificar cómo íbamos a lograrlo- un porvenir de plenitud y bienestar universales. Ciudades limpias, sin injusticia, sin pobres, sin violencia, sin congestiones, sin basura. Para cada familia una casa ultramoderna y aerodinámica. A nadie le faltaría nada.” Y a la par, comenzó el acoso comercial del “sueño americano” y tanto el fenómeno de la emigración se hizo una constante en todas las familias como el bombardeo de productos norteamericanos alcanzó esencialidad, hasta llegar a modificar el modus vivendi de todos.

En contraparte aparece la generación beat que expone a un país descompuesto, hipócrita, en el que el sueño americano es eso, sólo un sueño, algo irreal. Escribe Allen Ginsberg: “Esta época  instruida presenció/ los funerales de sus mejores amigos, llamó a/ hijas y nietas por teléfono/ unos conducen, otros no, unos cocinan,/ otros no/ esta época instruida/ a menudo/ no dice nada”. Poema que refleja la vacuidad y critica a la felicidad artificial de ese tiempo.

 

Acá, pero allá

El mexicano, que ya llegó al dos mil, vive aún esperando que se cumpla el augurio de la prosperidad, y como esa no llega, se permanece en transición psíquica, es decir, en inestabilidad. Al desarrollarnos en este escenario se mantiene también el suceso de la emigración, aunque ya no sólo en el plano espacial, sino que tiene alcances de otras dimensiones: intelectual, cultural, espiritual.

Mientras los que viven del otro lado, tienen un sentido nacionalista basado en un espejismo de antaño, mantienen cierta integridad en ello, tan así que, en la medida de lo posible conservan las costumbres y tradiciones mexicanas, el lenguaje, y por lo general, sus matrimonios son entre miembros de la comunidad inmigrante.

Caso contrario, acá, a la menor provocación se traiciona a los símbolos patrios y se reniega de la cultura; algunos le llaman a esto malinchismo, pero es más preciso nombrarlo como lo que es: rechazo, que no es otra cosa que un escudo de protección contra el propio rechazo que el país hace a sus habitantes.

México, tal como lo vivimos hoy es un lugar estadunizado; reniega de sus raíces y esto se refleja en sociedad, es decir, entre más gringo parece, mejor, entre más parece indio (entendido como nativo del lugar), peor. En otras palabras, ser mexicano en México es un estigma de marginalidad. De ahí que, el que se sienta medianamente moderno, refuta la música popular, reprocha la idiosincrasia y arremete contra todo aquel que le recuerde sus orígenes. Estamos aquí, pero allá.

Es evidente que esta tendencia tiene sus inicios en la globalización y el neoliberalismo, pero también hay una permisividad extrema en el plano político. Los dirigentes del país ya no sólo nos venden publicidad que profetiza avance y bienestar, ahora también venden al país en el extranjero, y los gobernados, que no vivimos ni intelectual ni culturalmente aquí, volvemos a traicionar a la patria al aceptar tal engaño. Este lugar se está convirtiendo ya, en la utopía de los grandes colmillos trasnacionales, pues sin tener que hacer mayor esfuerzo empiezan a alimentarse de nosotros… Y no se puede hablar de robo, porque se lo dimos en la bandeja de plata de las reformas que todos permitimos se aprobaran.

Nos mantenemos en una constante emigración que es propiciada por la inquebrantable ilusión de que el cambio está cerca y mientras tanto, en el verdadero México, el de aquí y ahora, no hay nadie que se preocupe, es un desierto en el que ha muerto toda esperanza, en palabras de Pacheco “terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia”. ■

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