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jueves, 28 marzo, 2024
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La violencia

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ •

Cuando le preguntaron a don Roberto de Ávila, habitante y uno de los líderes de resistencia de Salaverna, qué le aconseja a las personas que se encuentran como él, siendo despojados de sus propiedades y sin apoyo alguno, él respondió: “Que luchen… madre sólo hay una: la tierra”.

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Desafortunadamente sí hay muchos más en la misma condición que don Beto, algunos como él, violentados por empresas mineras, otros por el narco, otros por Hacienda, el banco o la pobreza… Pero ¿acaso se puede hablar de otros? Todos somos uno mismo, porque lo esencial, que es la violencia, es igual y tiene efectos en todos.

Juan Rulfo en su cuento Nos han dado la tierra narra un gobierno que regala un llano estéril a algunos campesinos, para que siembren en él; éstos sin tener la oportunidad de argumentar a su favor, recorren el lugar, que es semejante a la descripción de un infierno en el que nadie puede ya hablar pues el sol y el cansancio son extremos. El narrador cuenta que una gota de lluvia cae del cielo, sola, como un salivazo, pero nada más.

El parangón es muy preciso: No se puede diferenciar la ficción de la realidad con certeza. Todos somos esos campesinos empobrecidos que aceptamos sin remedio la “caridad” de aquel al que consideramos superior. Todos somos esos hombres deambulando por la seca corteza de la tierra, en apariencia, sin energía. Y también todos hemos visto esa gota, gorda y jugosa caer, presagiando una tormenta revitalizadora; hemos sentido que hay esperanza, que va a cambiar. Esa gota a veces es un movimiento de jóvenes estudiantes, a veces el líder de un partido político, a veces un grupo de personas que se defienden como les es posible; pero luego esa chispa es absorbida por la resequedad de la tierra. Y nada pasa.

Segunda ley de la inercia: La violencia

“Todo hombre permanece en reposo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas violentas sobre él.”

Es un hecho que el ser humano tiende a permanecer en “confort” por periodos indeterminados, debido a una falsa creencia de que eso es la felicidad. Sin embargo, las crisis y el dolor que traen consigo, son las verdaderas razones de la evolución del hombre, pues en la superación de esos periodos es cuando se experimenta aprendizaje y placer en sus más puras formas. Javier Moscoso, en su Historia cultural del dolor explica como el dolor es un recurso mnemotécnico, es decir, no es una sensación “mala” (si es que se le puede dar una calificación moral) sino que es un recurso de autoconocimiento.

Ahora bien, la primera condición para que haya dolor es que exista un detonante violento. El filósofo y sociólogo esloveno, Slavoj Žižek, distingue dos principales tipos de violencia: la subjetiva, que es una perturbación en el orden preestablecido, y la objetiva, que es más compleja, ya que se encuentra dentro del orden preestablecido, es decir de manera invisible y lo ejemplifica con una anécdota: Los dueños de una compañía desconfiaban de un trabajador, creían que éste les robaba, por lo cual diario le registraban la carreta en la que trabajaba sin encontrar nada nunca. El trabajador robaba, cada día, la carreta. En analogía con el cuento de Rulfo, el llano es la violencia; en el actual México es el orden preestablecido en sí.

Vivimos de manera habitual ambos tipos, y por lo general solo registramos de manera consciente la subjetiva. Pero como advierte la tercera ley newtoniana: Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria… aún la violencia imperceptible tiene su acto reflejo.

En la actual sociedad mexicana hay una desproporción entre el dolor y su efecto. Toda la violencia recibida se queda contenida. Hay en el pueblo mexicano un fuerte miedo a vivir el dolor, de tal forma que se le niega la posibilidad de manifestarse. No es justificable el uso de la violencia en ninguna de sus formas, pero a fin de cuentas, los mexicanos hemos llegado hasta este punto, lo hemos permitido y sin embargo no queremos ser responsables de eso, porque es más fácil aparecer como la víctima, (y victimizarse es en sí, una violencia autoinfligida).
Que el gobierno y sus dirigentes aprovechen la situación se debe a que les damos ese poder. En otras palabras, no hay víctimas ni victimarios. Existe en cualquier relación una responsabilidad compartida.

En la medida que el pueblo mexicano renuncie a su confort y a su victimización podrá afrontar la violenta relación que mantiene con su gobierno. Y es que, son aquellos que se muestran indiferentes a situaciones tan obvias como las de don Beto, quienes más miedo tienen a enfrentar su responsabilidad; evaden y juzgan a los que intentan cambiar y esto sólo crea un ambiente de escisión: gotas de lluvia, dispersas, que no logran fertilizar el llano.

“Que luchen…” dice don Beto… pero luchar ya no solo implica revelarse ante los intereses de un régimen en turno, sino a detener la inercia de miedo y violencia que en realidad nos gobierna, lo cual sólo es posible mediante la conciencia social. ■

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