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martes, 23 abril, 2024
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El lastre de las epidemias en Zacatecas (Parte 1)

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

En numerosas ocasiones el pueblo zacatecano sufrió el desorden de las impurezas y en carne viva el azote de las epidemias diezmaron su población, alarmaron a las conciencias e implorando a los cielos pidió clemencia para abatir la desgracia que lo derribaba.

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Los registros históricos son singulares pero no a la vista y los camposantos se llenaron de mucha gente inocente que debido a la gran falta de higiene, a la pobreza y miseria extrema, fueron víctimas tumultuarias de epidemias, pandemias y endemias que aterrorizaban la tranquilidad del estado.

El cólera morbus, el tifo, la viruela, la tos ferina, la peste, el crup, la fiebre carbonosa o pústula maligna, tabardillo, matlazahua, sarampión, tiricia, cocoliztli, y otras que ahora nos resultan nombres extraños pero que dejaron huella genética y dolorosa en la memoria.

Ante el cúmulo de desastres que ocasionaron las incursiones españolas en los pueblos indígenas que dejaban gran saldo de cadáveres a la vista de todos, se optaba por quemar y sepultar los restos que amenazaban aún más la salud pública, pero lo que vendría con la espada y la cruz sería todavía más desastroso en la vida de millones de indígenas y muy especialmente en las decenas de miles de zacatecanos y las naciones indígenas adláteres.

La primera gran epidemia en estas tierras vino de la hermana mayor Nueva Galicia, de donde dependía la antigua Zacatecas en el año de 1542, originando la muerte de cientos de indios a causa de la peste y el llanto y la desesperación fue la puerta para muchas otras que vendrían a desgraciar aún más la suerte y destino de sus pobladores.

Los sacerdotes Juaninos fueron la esperanza de muchos zacatecanos que esperaban de ellos en sus recién fundados hospitales la cura para sus males y en 1606, ante otra epidemia de tifo que alarmó a la población, actuaron conforme podían y auxiliaban a “extirpar calamidades” sin que en el fondo se lograse erradicar el mal y su desastre.

En numerosas ocasiones ante las sequias prolongadas, la falta de higiene y la ausencia de remedios, las mismas autoridades religiosas y civiles enarbolaban procesiones callejeras tumultuarias pidiendo la protección de dios y de los santos para mitigar el susto y dolor de las fosas comunes repletas de gente enferma fallecida y que en repetidas fechas se contaban por miles.

Las autoridades locales intentaban con el cobro de impuestos amortiguar y sus vanos intentos de prevención socavaban toda esperanza: hacia el 21 de febrero de 1696 otra epidemia de pulmonía o epidemia de fiebre o “dolor de costado” causó alarma entre la ciudad y muchos decesos, por lo que “el cristo de la parroquia” era
venerado una y otra vez pidiéndole su clemencia.

El padre jesuita Antonio Guaxardo en su Historia del Santo Cristo de Zacatecas narra de los milagros que dicha imagen tenía ante las continuas sequias, pestes y conflictos que vivían los zacatecanos.

“Los tifosos deben ser asistidos en un lazareto. El consejo de salubridad solicita que los tifosos pobres que piden auxilio deberían de ser asistidos en un lazareto convenientemente situado, pero si esto no es posible, que se les admita en un hospital en la aptitud de que los señores profesores del establecimiento se les asilaran en salas especiales y alejaran así el peligro de que el foco de infección se propague a los demás enfermos o habitantes de la ciudad”. Libertad y Constitución. Zacatecas, agosto 22 de 1895. Dice un acta en poder del Archivo Histórico Municipal.

Las medidas eran por demás de último recurso: “las enfermerías serán blanqueadas con cal lo mismo que los alojamientos para pobres, cárcel, cuarteles y se observará la más completa limpieza” dicta un acuerdo del cabildo de 1845.

Quema de ropa del enfermo, sulfato de cobre, azufre, agua de sulfuro de zinc, y muchos etcéteras que eran el acopio de la población para evitar la propagación de las enfermedades, “son demasiado pobres, no tienen recursos para atender a la enfermedad” dice un recado del Médico M. I. Rodríguez, quien le suplica al Jefe Político protegiese a la señora Atanasia Hernández y sus dos hijos ante una epidemia en 1899…
(Continuará…) ■

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