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viernes, 29 marzo, 2024
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Lectura, capacidad de juicio y democracia

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS VARGAS •

La lectura es un acto que se hace en la soledad, y en la soledad es también donde ocurre el pensamiento, y éste se compone de diálogos consigo mismo, lo cual puede ocurrir a partir de un diálogo con otro que se inscribe en nuestro discernimiento interno: el autor de un libro.

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Hannah Arendt afirma que en la reproducción del mal acontece una ausencia de discernimiento de los operadores de la opresión; en forma inversa: la falta de juicio propio, es el mecanismo principal de comportamiento de los operarios de la injusticia. Y esa carencia de juicio está ligada a la omisión de prácticas que estimulan el diálogo interno, como la lectura.

Es decir, hay una liga entre la práctica lectora y la capacidad de juicio; y entre esta última con la posibilidad de hacer crítica a nuestras acciones.

Con lo dicho, afirmamos que la lectura no es sólo para apropiarnos de más conocimientos o de un caudal mayor de información, sino algo más radical: la lectura nos remite a espacios de soledad y diálogo interno, que es la base del cultivo de competencias críticas con las cuales se construye una mejor sociedad. Así las cosas, el estímulo de la lectura es un fin en sí mismo: un objetivo en el desarrollo de una nación.

Así como los países pobres son justamente aquellos que tienen regímenes más autoritarios (hay un relación entre democracia efectiva y desarrollo); asimismo, los países menos democráticos son también los que presentan menores tasas de lectores. Un país sin lectura es un pueblo que no tiene desarrolladas sus capacidades democráticas, porque esto último pasa por que las personas se constituyan en sujetos sociales. Y un autómata no es autónomo.

En otras palabras, las capacidades de juicio que expande la lectura, se expresan en la autonomía de la razón, que es la base para el funcionamiento efectivo de una democracia. Por ello, el tema de la lectura debe ser prioritario, ya que su carencia o, peor, su inexistencia no es un asunto menor.

Pero las estrategias educativas están fuera de toda posibilidad de tener éxito en esta urgente tarea por la siguiente razón: toda la estructura de la actividad escolar está sentada en el supuesto de la “obligación y el deber”, y no solamente para con los estudiantes, sino en la preparación de los profesores (la reforma educativa está fundada en la amenaza de perder el empleo); y resulta que la afición a la lectura es como cualquier amor, un acto de seducción (un amor no se infunde por obligación).

Y si las estructuras de toda la actividad escolar no están basadas en estrategias para incitar a la seducción por la lectura, entonces está todo destinado al rotundo fracaso: la escuela no es un espacio de formación lectora. En suma, seguiremos siendo un pueblo con poca capacidad de autonomía y juicio.

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