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jueves, 18 abril, 2024
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La mortalidad de Zacatecas

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Por: JUAN MANUEL PADILLA •

  • “No habrá más allí niños que mueran de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años” (Isaías 65: 20).

Tener una vida longeva es, sin duda, una aspiración que compartimos, desde hace mucho tiempo. Los cambios en la mortalidad que siguen ocurriendo en el mundo no pretenden lograr la inmortalidad, sino en evitar la muerte prematura de lactantes, niños, y adultos jóvenes o de mediana edad. Quizás algunos suspiren por la inmortalidad, pero no es una opción para nosotros. Tal vez todos tengamos nuestra “hora de nacer y la hora de morir”, pero es muy alto el número de muertes que se pueden prevenir y, sin embargo, ocurren antes de esa “hora de morir”.

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Es inevitable que si vivimos habremos de morir, aunque hacemos lo posible, desde siempre, por retrasar este momento. En el plano demográfico la mortalidad y la emigración son mecanismos de salida de la población, o sea, la hacen decrecer, mientras la natalidad y la inmigración son de entrada, esto es, la hacen crecer. Si desde siempre nadie hubiera muerto el planeta tendría una población de alrededor de 75 mil millones de gente, pero gracias a que morimos somos ahorita sólo una décima parte de esa cantidad, la cual no podría soportar.

No se trata aquí de plantear la pregunta acerca de cuánta gente puede soportar la economía mundial, mexicana o zacatecana en términos de prosperidad, libertad y felicidad, sino de un repaso de algunas características de la mortalidad zacatecana.

El rasgo esencial de la mortalidad en Zacatecas desde 1930 ha sido su disminución constante. Entre 1940 y 1970 fue cuando tuvo el mayor descenso, al pasar su nivel de 28 a 9 por cada mil, a 4.8 en 1990, a 4.6 en 2000 y a 5,5 en 2010, según cálculos propios con datos del Inegi. Su comportamiento fue, más o menos similar, al nacional. En absolutos tendríamos que: en 1940 hubo 13 mil 657 muertos, 9 mil 268 en 1970, 7 mil 21 en 2005 y 8 mil 202 en 2010.

La transición demográfica de Zacatecas empieza hacia 1930, porque es a partir de este año cuando inicia el descenso de la mortalidad. México ya la había comenzado en 1920; recordemos que la primera fase de ese proceso es precisamente la caída de la mortalidad, permaneciendo constante la fecundidad; en una segunda fase la mortalidad sigue descendiendo pero cada vez menos, también desciende la fecundidad, ocurriendo esto entre 1970 y 2000. Y ahora, cuando entramos a la última etapa transitoria, en medio de un proceso de maduración y envejecimiento demográfico, vemos que el nivel de mortalidad crece moderadamente, precisamente por la mayor propensión a morir de los adultos mayores.

Por sexo puede señalarse que, para 2005, de 7021 muertos 3,810 son hombres y 3,210 mujeres, 54.3 y 45.7por ciento respectivamente, niveles similares a los de 2000, 57.1 y 42.9 por ciento. Esto es, la incidencia de la mortalidad sigue siendo más masculina que femenina.

Anotemos, por otra parte, las cinco principales causas de muerte: diabetes mellitus, enfermedades del corazón, del cerebro vasculares, accidentes y pulmonares obstructivas crónicas. Alrededor de 10 por ciento de los eventos ocurren por accidentes y 1.2 por ciento por agresiones. Inegi, por otra parte, reporta un aumento en el número de homicidios dolosos, de 290 a 464 entre 2011 y 2012.

Recordemos que las regiones de mayor emigración internacional son las de más mortalidad. Para 2010 la tasa de Tlaltenango fue de 10.1 por millar, Jerez 9.1 y Jalpa-Juchipila 8, según cálculos propios con base en datos del Inegi; el esquema regional es el del Copladez. Cruzando el índice de intensidad migratoria internacional del Conapo con la tasa de mortalidad general por municipio, resulta un coeficiente de correlación positivo y significativo, 0.5828, lo cual significa que a mayor migración internacional mayor mortalidad, y al contrario.

Agreguemos aquí que las tres regiones de mayor mortalidad infantil para 2005 según el PNUD son: Sombrerete, Mazapil y Loreto-Pinos, en este orden, mismas que según el Coneval serian también las de mayor pobreza. De esta forma, podría decirse que las regiones más pobres o de menos desarrollo son donde se registra una mayor mortalidad infantil, mientras que la de mayor desarrollo, Zacatecas, es la de menor incidencia.

Suponiendo que la mortalidad general esté relacionada con un marco socioeconómico adverso cruzamos sus tasas con el Índice de Desarrollo Humano del PNUD correspondiente a 2005, resultando un coeficiente de -0.1525, o sea que a mayor desarrollo humano menor mortalidad y al revés.

Luego se cruzaron con el índice de marginación, resultando un dato insignificante de 0.0833, lo cual quiere decir que las muertes ocurren en todos los lugares sin importar su grado de marginación.

En cambio, si se corrobora la relación esperada entre el ingreso per cápita y la mortalidad, negativa y significativa, -0.2722, o sea que a mayor ingreso menos mortalidad y al contrario, que a menor ingreso mayor mortalidad. Si recordamos aquí que, según el PNUD, para 2005 respecto del 2000 casi en la mitad de los municipios el ingreso disminuyó, podemos comprender mejor el aumento del nivel de mortalidad ya referido. Puede afirmarse, por ende, que un aumento del ingreso podría significar una reducción de la mortalidad. Aunque no necesariamente ocurre así, habría que ver su distribución: Cuba es un ejemplo de cómo con un ingreso per cápita bajo puede acompañarse de una baja mortalidad infantil, como en otros lugares donde se ha aplicado una política social solidaria y efectiva con inversiones en educación y salud, caso de Kerala, estado hindú.

No podemos aspirar a la inmortalidad, pero si a evitar muertes prematuras e innecesarias. El combate a la pobreza puede traducirse en una menor mortalidad infantil. Estoy suponiendo que dicho combate implica aumento sustancial en el gasto social y económico. ■

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