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jueves, 18 abril, 2024
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Singular en su ser. Jamás Morirá

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Por: JUAN ANTONIO VALTIERRA RUVALCABA •

Omito su nombre porque no estoy seguro si es verdadero.
Singular en su ser. Desprovista de formalidades. Incrédula de fatalidades, por eso creo que nunca morirá. Al menos en mí. Ella aprendió, luego de los entuertos que su padre jamás enderezó, que la vida hay que vivirla a diario, sin planes de por medio.

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El umbral del dolor en ella es doble al de la mujer común.

Murió primero la madre. Pardeaba el día. Se supo después que venían de Toluca. Los videos de las cámaras de las casetas de cobro así lo revelaban. Ella no manejaba, pero su pareja parecía adolescente ebrio al volante. No calculó ni distancia ni tiempo y volaron sin saber el final.

Alguien vio el accidente y avisó a la policía. Los recogió una ambulancia y los trasladó a un hospital público cercano para que recibieran auxilio de emergencia. Habían perdido tanta sangre que débilmente su vida se consumía como las horas en el reloj que marcaba las 23 horas, once de la noche, pues.

Ella conductora de una cadena de noticias rastreó a su madre vía teléfono celular. No la localizó. Presentimiento femenino hizo que tuviera que ceder a su orgullo y llamara a su abuela materna para saber si sabían algo de su madre.

Toda una noche estuvo en vela esperando que le dieran el parte médico del estado de salud de su madre. Vino la noticia: “El estado de salud es delicado. Si pasa las horas de rigor ya se salvó, de otra suerte puede morir…igual caso ocurre con el acompañante de su mamá, de sexo masculino que es muy delicado”.

El doctor frío como el metal de su estetoscopio, se alejó sin responder a preguntas: ¿La podemos ver? ¿Qué necesita? ¿Se salvará?
Nada. Sumida en soledad se refugió en sus recuerdos de niñez y adolescencia cuando en el Arenal era feliz al lado de sus abuelos mientras sus padres reñían un matrimonio frustrado.

Sus ojos rasgados y vivaces trocados por tristeza y somnolencia acumularon las horas de espera. La madrugada de dos días después la despertó con la crueldad de la orfandad materna. Su madre había muerto.

La familia de su abuela se encargó de todo. En los velatorios militares no la dejaron acceder a la capilla donde era recordada su madre. Instrucciones de la aborrecible abuela se siguieron al pie de la letra.

La abuela no la ha querido. “Es que soy muy rebelde, siempre lo fui pero no le hice mal a nadie. No le he hecho daño a nadie…soy buena gente, pero no sé porque no me quieren”, dice mientras esboza una mueca de esperanza.

Todo comparte. No mira clases ni posiciones sociales. Le da lo mismo caro que barato. El sol y la lluvia no son obstáculo para sus afecciones. Ella sólo tiene un mal: “Detesto a los pendejos y simuladores”.

Recuerda cómo era su abuelo el diplomático, el que vestía elegante; el que todo lo sabía y escuchaba buena música y leía mucho. “El era muy especial, creo que le heredé sus desplantes e inteligencia”.

El otro abuelo, el materno, era muy buena gente, pero “creo que la abuela mala lo orilló a que dedicara sus maduros años al alcohol. Ya nunca pudo dejar de tomar. Vivía una tristeza infinita, larga hasta su muerte”.

“El papá de mi mamá siempre me traía regalos y me los daba a escondidas de la abuela, porque si no habría problemas para ambos”, relata con nostalgia.
“Nunca me he casado, quisiera casarme”, decía en tono conservador. Asomaba la mujer libre, sonriente a la vida y espetaba: “El hombre que esté conmigo lo único que puede esperar son cuernos”. Reía a carcajadas plena de vida.
Años antes, un secuestro estúpido le marcó el horror y el olor a muerte. Sufrió y lloró. Fue martirizada. Le rompieron los huesos de sus manos y los tobillos dislocados aprendieron pronto que el caminar no se olvida.

Visitó el calvario del insulto ajeno. Golpes le hicieron perder tiempo después su matriz. Dar la vida le fue cercenado por un puñado de enemigos del papá que así cobraban cuentas “con quien más te duele”.

Cambio su nombre para protección. Ella vive y trabaja. Es la misma. Un misterio que prefiero conservar si de verdad es quien es. Inteligente, conserva el garbo y salero de la mujer sensual que se sabe guapa.
Puntual con la vida, no adivinaba su próxima estancia o escala.

Tiempo después supe de la gravedad de una afección de su progenitor. Se tuvo que trasladar a otro país de urgencia. Atestiguó la velación y su sepelio. Ya no lo vio vivo. Ella lo recuerda muy severo y duro en sus tratos hacia su persona.

“Es que mi padre quería que yo fuera hombre. Todo el resto de su vida vivió desando un varón. Se le veía frustrado y acongojado por no tener un descendiente a quien heredarle la honra de su apellido y prosapia de familia”.

Lo cierto, como dicen las series de televisión, es que ella no lo sabe, pero a pesar de padecer la muerte a cada instante, jamás morirá. Al menos en mí.

*Comunicador. [email protected]

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