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viernes, 29 marzo, 2024
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Crisis, guerra, paz: notas a partir del imaginario social (II)

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Por: RICARDO BERMEO •

En el mapa esbozado (ver parte 1) respecto a la travesía por la crisis global (multidimensional/ civilizatoria) la humanidad -a escala planetaria- enfrentaría a una “gran bifurcación”.

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Continuamos la exploración del imaginario social dominante. Vivimos bajo una constelación de valores que tiene en su parte central significados insostenibles a mediano plazo, también -no generalizables-, mencionábamos, el consumo por el consumo, etc… –así mientras unos valores pierden legitimidad, otros transitan –tendencialmente- hacia imaginarios neototalitarios.

Los procesos identificatorios, las razones que tenemos para estar juntos y para ser quienes somos, realmente existentes, están orientadas hacia figuras y valores, que mantenían la cohesión social, ahora, empiezan a dejar de ser creídos, pierden consistencia. En medio de ese interregno globalmente emergen como “modelos” para dar forma a nuestras identidades, aquellas figuras que reproducen las lógicas de las violencias que nutren la “explosión del desorden” y su acelerada metástasis bajo las atroces modalidades de las nuevas guerras. Figuras y valores que cumplen con el imperativo -o la lógica- de concentrar la riqueza en cada vez menos manos, reproduciendo las abismales desigualdades económicas, sociales, políticas.

Para pensar -esa mutación- proponía, como clave de lectura, seguir el hilo de la reintroducción –(o, actualización) del esquema amigo-enemigo. El cuál es utilizado, porque (nos) divide, logrando que sea interiorizada una mitología mistificadora, dominada por la pulsión de muerte, por la supresión/aniquilación del “otro”, (finalidad que tiende a alimentar, a su vez, otras mitologías mistificadoras en las facciones contrarias, y/o, incluso en las neutrales, no hay lugar para terceros), imponiendo una dinámica dominada por una espiral de odio y destrucción.

En el juego reintroducido por el esquema amigo-enemigo, se puede ver los intereses en conflicto, que utilizan -este esquema- expresamente, buscando exacerbar nuestro malestar –generado por situaciones como las que vivimos- . Todo el miedo e incertidumbre es amplificado, reconvertido y focalizado para proyectarse como odio –o, furia- en aquellas figuras sociales presentadas por los ideólogos y los medios de comunicación como los causantes de los males que padecemos. Son múltiples los ejemplos, migrantes, disidentes, etc.

Así darían una forma –interesada- a los fantasmas correspondientes al “ellos” y al “nosotros”. El “enemigo”, serían todos aquellos a quienes culpar, imputándolos como -definitivos- provocadores, de las desgracias y atrocidades que nos hacen vulnerables y/o víctimas. Ese odio intenso, puede manipularse hasta llegar a alimentar las actuales “guerras”, donde el “pasaje al acto” (el crimen, la tortura, etc.) se daría, en la medida en que es promovido sistemáticamente, hasta convertirse en maltrato inhumano, en crimen, en asesinato, etc.

El tejido social se polariza, dividido entre los “buenos” y los “malos”, entre los peores (kakoi) y los mejores (aristoi), entre desfavorecidos y privilegiados, fuerzas del orden y elementos nocivos, etc.

Ese clivaje –o, división- estaría lejos (por regla general) de aquella fundamental distinción, entre víctimas y victimarios, desde la perspectiva de la paz con justicia y libertad, aquella que implicaría -de manera profunda- dar primacía a las significaciones de verdad, justicia, reparación…. Esto obliga a reconocer y diferenciar a las víctimas de sus victimarios, (sabiendo que en la realidad, pueden superponerse, etc.). En la medida en que esos principios pueden romper el automatismo de la guerra, reintroduciendo, junto con el tiempo de las leyes, su dupla polar, el perdón y la promesa. Modificando lo instituido hasta su raíz. De otro modo la paz sería solo un dogma, o un anhelo irrealizable.

El extraordinario poder de captura del esquema amigo-enemigo, radica, en el modo en que logra actualizar emociones, propias de nuestro psiquismo más profundo, especialmente el “odio de sí mismo”, que todos albergamos como resultado de la violenta ruptura de la clausura de la mónada psíquica -con la pérdida del pensamiento mágico, de la omnipotencia, de la inmortalidad, de la unidad yo-mundo-.

Se trataría de una plenitud a la que tratamos siempre de volver, a través de esa identificación con ese “nosotros”, contra un “ellos”, donde la “comunidad imaginada” así formada, crea procesos identificatorios nacionalistas, racistas, religiosos, con clivajes diversos, que cristalizan en guerras. De ahí lo profundo de ese odio con el que se moviliza el conflicto social -gestionándolo-, hasta llegar a manifestarse en formas de deshumanización extremas, bestializando, negando la posibilidad al “otro” de llegar a ser parte del “nosotros” al designarlo como “enemigo”, así como su “convertibilidad” (el que sea uno de los “nuestros”), y procediendo a su eliminación física, abriendo la puerta a las prácticas genocidas.

Por último, el esquema implica, una lógica destructiva, la negación del otro, actúa imponiendo lo antagónico, -las puras relaciones de fuerza-. Sin negarlo, se trata de buscar los modos de subordinarlo a una “lógica antinómica”, dando primacía a un “orden de sentido” diferenciado –incompatible con la barbarie. Por esa vía buscaría resignificar lo relacionado con la paz con justicia y dignidad. ■

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