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jueves, 28 marzo, 2024
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¿Por qué los pobres votan por el PRI? (una mirada desde la antropología política)

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Intentaremos encontrar explicación a por qué las capas más empobrecidas de la población apoyan algo que parece inaceptable: de manera generalizada ha dado su voto a élites políticas que se han convertido en sistemáticamente empobrecedoras. De tal manera que algunos comentaristas periodísticos han dado en llamar ‘la elección de sus verdugos’. Y tal vez es limitado decir que sólo se trata del PRI, porque en su momento el voto ha caído a favor del PAN (en la alternancia nacional) y del PRD (su funesta experiencia en Zacatecas). Por eso, para ser más precisos deberíamos decir: por qué los pobres votan por los partidos de Estado. Pero mencionar ahora al PRI es correcto, ya que es el que actualmente nos gobierna. Ahora en esta entrega pretendemos comprender por qué ocurre este paradójico acontecimiento arriba descrito.

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En ¿Cómo sobreviven los marginados?, Larissa Lomnitz expone una serie de estrategias que los pobres ponen en marcha para asegurar su reproducción en contextos difíciles. La primera es la adaptación, se acomodan a las condiciones más agrestes y logran ‘normalizar’ esa situación de perenne necesidad, con lo cual consiguen resistir el sentimiento de desesperación (la imposibilidad de salir de esa situación). Construyen ciertas formas de pensamiento y estructuras de comportamiento que permiten a los pobres sobrevivir. Entre las formas de comportamiento más importantes está la creación de redes de intercambios familiares y vecinales que hacen las veces de seguro social informal: prácticas de intercambio de favores que edifican un sistema de reciprocidades que cuentan con reglas ad hoc (lo cual tiene diferentes niveles de efectividad). Tomemos esas dos características: adaptación y el intercambio de favores; y veamos cómo se aplican en el terreno de lo político.

Los pobres se adaptan no sólo a un sistema social que produce la marginación, sino también a un sistema político que reproduce la pobreza. Aprenden a jugar sus reglas no escritas. Un sistema político que tiene un régimen (la manera de acceder al poder político) que se basa en un sistema de partidos que no resuelve problemas sociales, sino simula y usa recursos públicos para prolongar su vida al interior de los órganos estatales; y en ese régimen, los mecanismos de adaptación de los pobres consiste en establecer una relación con la clase política justo en aquello que tienen dominio: el intercambio de favores. Y lo que quieren los políticos son votos; así que se instituyen formas de relación basadas en un intercambio de favores por votos. Y esto último es justamente la definición de clientelismo. Ciertamente la relación clientelar no es exclusiva de los pobres (los medios de comunicación y las constructoras son prueba de ello), pero en el caso de los grupos más empobrecidos sí adquiere una relevancia esencial. No se ha entendido bien lo que es y significa realmente el clientelismo porque nuestro juicio normativo que aspira a un votante autónomo se apresura a negarlo antes de comprenderlo a cabalidad. Trataremos de comprender el clientelismo a partir de dos cuestiones: la relativa a los alcances y límites de la autonomía política de los pobres; y la que pregunta, ¿qué es lo político para estos segmentos sociales?, y su contraste con nuestros referentes normativos democráticos.

Debido a que en la tradición política, la relación entre política y pobreza, fue construida como una relación con el Estado (de bienestar); es por ello que estos últimos viven la relación política como una relación con el Estado, que es el órgano redistribuidor por excelencia. Su interés por la política es acceder a esa fuerza distribuidora de recursos (que sirven para sobrevivir) y en su interés no está su propia autonomía. Competir o luchar por autonomía sería muy poco ‘racional’ porque se parte de una gran desventaja para moverse en ella, debido a todos los rasgos definidores de la pobreza: falta de educación, poco capital social, etcétera. Es más ventajoso moverse en la ausencia de autonomía y prolongar las hábitos políticos coloniales: paternalismo y lealtad a caudillos locales. Lo que buscan del Estado es protección, y la manera de decidir (votar) por aquella opción que garantice mayor protección es por el que parezca tener más poder. Por ello, se convierte en clave hacer de las campañas una manifestación visible de poder: aquel que puede dar despensas (y regalos varios) y hacer actos excesivos de gasto, es el que garantiza mejores recompensas. Y el que da las mayores recompensas es el que mayor protección augura. La despensa y los regalos no son un precio del voto, son un signo o una muestra de conveniencia: parecido a una dote. En la campaña los pobres hacen un cálculo de utilidad y toman los regalos como indicadores para basar esa decisión de con quién establecer ese intercambio del voto por favores, que no termina en la jornada electoral, sino que se instituye en redes informales de reparto de bienes y servicios que son vitales para sobrevivir. Esas redes son las que tienen como nodos a los líderes políticos locales (en Argentina les llaman ‘punteros’); que se convierten en una suerte de representación política fáctica (gestora) de amplios grupos de colonos y comunitarios de los sectores populares. Así entonces, como los políticos cooptan votos, los pobres cooptan ayudas: es una relación bidireccional, donde los pobres no son tan pasivos como pudiéramos pensar.

Convierten a los procesos electorales en una mesa de negociación de subasta de aquello que en ese momento ello tienen y los políticos ambicionan: el objetivo es sacar la mayor utilidad posible.

Sobre la pregunta de qué es la política para estos grupos sociales, queda ya apuntado que no es un pensamiento que se norme por cuestiones políticas abstractas (como programas o ideales), sino que se convierte en una práctica de relaciones muy personales (y hasta afectivas) de gestionar recursos públicos para garantizar la sobrevivencia. Y en esas prácticas (clientelares) se han hecho muy hábiles. Y esto no dejará de ocurrir sin que previamente desaparezca el sistema social y político al que los pobres se ven obligados a adaptarse. Sin embargo, queda clara también la paradoja: son prácticas de sobrevivencia que los mantienen en la condición de sobrevivientes.

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