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miércoles, 24 abril, 2024
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Tributo a Mandela

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Por: JORGE HUMBERTO ARELLANO •

El pasado 18 de julio del año en curso Nelson Mandela ha cumplido sus primeros 95 años de edad. Casi un siglo de vida para el icónico actor político que ha revolucionado, en los hechos, el concepto de los derechos civiles, no sólo para ejemplo de su país natal, Sudáfrica, sino para toda agrupación social situada en cualquier localidad del globo terráqueo. La relevancia del Tata como cariñosamente se le denomina en su patria, se engrandece a raíz de la superación de las secuelas producidas por la reclusión a que fue sometido por 27 años, para convertirse en el esclarecido representante del pueblo sudafricano, del conjunto mayoritario de individuos con pigmentación diferente a los colonialistas europeos, por su carisma natural y consecuencia política en el país sureño del continente negro.

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Mandela fue arrestado en 1962 y condenado a cadena perpetua en 1964, tras liderar la organización Umkhonto we Sizwe, brazo armado del Congreso Nacional Africano (CNA) en su lucha en contra el régimen del Apartheid. Bajo el cargo de su participación en los actos de sabotaje dirigidos a derrocar el sistema vigente de disgregación fue sentenciado a la perpetuidad carcelaria, obteniendo el número 466/64 a consecuencia de su pretensión de proporcionar a sus compatriotas los mismos derechos políticos, incluido el de la emisión de sufragios al momento de elegir a sus gobernantes, a la vez que rescató a sus conciudadanos de las garras de la discriminación racial y los privilegios de los emblemáticos ejemplos del poder imperialista, que imponían el separar de lugares públicos a individuos de diferente color cutáneo. Mandela pasó la mayoría de los 27 años del encierro forzado en la prisión de Robben Island, situada a 12 kilómetros de Ciudad del Cabo.

Liberado el 11 de febrero de 1990, Mandela trabajó en conjunto con el entonces presidente de su país, Frederik Willem de Klerk, liderando a su partido, el Nuevo partido Nacional, en las negociaciones para conseguir una democracia multirracial en Sudáfrica, cosa que se consiguió en 1994, con las primeras elecciones democráticas por sufragio universal. Por su trabajo en conjunto, tanto Nelson Mandela como Frederik Willem de Klerk recibieron el Premio Nobel de la Paz de 1993. Posteriormente Mandela ganó las elecciones y fue presidente de Sudáfrica desde 1994 hasta 1999. Su prioridad estuvo enfocada frecuentemente en la reconciliación nacional. Además del Premio Nobel de la Paz, Mandela recibió durante cuatro décadas más de 250 premios y reconocimientos alrededor del mundo. Sobresaliente ejemplo de la dedicación incondicional a la conquista de los ideales de un pueblo, históricamente denigrado y condenado al dominio extranjero, tras la imposición del hombre blanco sobre el resto de los individuos de pigmentación diferente y a punta de poder bélico.

En los últimos días, la salud de Madiva, título honorífico otorgado por los ancianos del clan de Mandela, se ha visto deteriorada a raíz de los años de reclusión y de su edad, principalmente. La luz de la libertad y el engrandecimiento de los derechos humanos, amenaza con apagarse definitivamente para dar paso a la intrascendencia en la que se sumergen la mayoría de los gobiernos del resto de los países que son víctimas del neocolonialismo disfrazado de “modernidad”, sin el menor obstáculo arquetípico que dignifique el carácter humano como imagen evidente del progreso.

En cualquier lugar del mundo, principalmente en las naciones que comparten nuestra realidad social, política y económica, que ante el vacío de liderazgos consecuentes con el porvenir del propio pueblo dependen de las decisiones tomadas e impuestas desde instancias ajenas a las condiciones características de una cultura independiente, Madiva resulta ser un ideal de mandatario inalcanzable. Cada estado sometido a reglas impuestas vive su muy peculiar condición equiparable al Apartheid, si se aplica el término más allá de las cuestiones raciales y se observa únicamente el carácter discriminatorio: se excluye a quien no puede acceder a mejores condiciones de vida, a los que no se someten a las reglas preestablecidas por la alienación impulsada desde intereses de carácter esclavista en todos los sentidos, pero sobre todo, se agrede a quien se le impone cierto modo de pensar, de evadir sus anhelos de acceso al vivir bien, en función de su posición social y su capacidad económica.

En estos momentos me estoy dando un placer auditivo y visual, gracias a los adelantos tecnológicos, al rememorar el tributo a los 70 años de Nelson Mandela, en lo que se denominó el Festival de la Libertad; obra musical del 11 de junio de 1988 que tuvo como escenario al estadio de Wembley, ubicado en Londres, y en la que varios músicos comprometidos con la difusión de la expresión artística a favor de la emancipación humana, hicieron patente que la música y el mensaje que la acompaña, sin importar fronteras o prejuicios regionalistas, siguen fungiendo como los instrumentos más eficaces para expandir la conciencia social. Ahora me permito presentar un homenaje, junto al grupo Simple Minds y su Mandela day (Día de Mandela), en la que se hace referencia al día en que fue tomado preso, y a dos años de su liberación en ese entonces, después de esos 27 años en los que el oscurantismo colonialista y neoliberal mantuvieron apagada una de las más insignes luces que la humanidad ha generado, al ícono representativo de la lucha por los Derechos Civiles: Nelson Rolihlahla Mandela. Que viva Mandela, al menos por un siglo más, sirviendo de ejemplo a quienes por más intentos no podrán gozar del cariño de su propio pueblo. ■

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