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viernes, 19 abril, 2024
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La medicina en la Edad Media: La salud y el alma

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Por: FRANCISCO DE QUEVEDO •

“El que quisiere tener salud en el cuerpo, procure tenerla en el alma”.

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Para José Salvador Gutiérrez López,
gran padre y excelente médico

En el tiempo en que un familiar, amigo o conocido pasa por momentos complicados de salud, consecuencia de una enfermedad crónica ¿Cuál es nuestra reacción cuando la ciencia no da resultados? La mayoría busca alternativas en las creencias religiosas, espirituales. Así el mal pasa de ser un evento patológico para convertirse en un reflejo cultural, tratando de encontrar la panacea (remedio buscado por los antiguos alquimistas para curar todas las enfermedades).

El ser humano es parte de su contexto, de su realidad, de los ideales y las costumbres establecidas en un tiempo y lugar determinado, influyendo en todo el quehacer de la humanidad, formando paradigmas, cosmovisiones, formas de interpretar todos los eventos que le acontecen o son parte de su naturaleza, como es la muerte, la enfermedad y en consecuencia los mecanismos o rituales para combatirla, a esto se le conoce como medicina. Es precisamente de esta última actividad de la que vamos a hablar y del cómo aún se conservan elementos de similitud con la medieval.

¿Cómo se llevó a cabo la medicina en la Edad Media? se dividió por su desarrollo en occidental y oriental. Asimismo dentro de la occidental en monacal y escolástica. La primera se ubica aproximadamente entre los años 400 y 1130 d. C. La segunda del 1130 al 1500 d. C. Por el lado oriental, se distribuye en medicina bizantina, árabe y la desarrollada en otros países. Es necesario recalcar que el punto culminante de la medicina medieval es la escolástica, resultado de la unión de las diferentes prácticas pasadas, pero principalmente encuentra sus bases en la monacal y cohesiona como un estudio complejo con las prácticas árabes mezcladas con las traducciones clásicas.

En el medievo, el cristianismo fue la base de conocimiento. La salud del cuerpo se relacionaba con la del alma, creada a imagen y semejanza de Dios. Estas fueron las bases ideológicas para la concepción de una medicina teúrgica basada en creencias religiosas. Además los males del cuerpo, enfermedades, dolor, locura, pestes, epidemias, eran provocados por los pecados. No hay que dejar de lado que Dios castigó a Adán y Eva, primeros padres de la humanidad según el Génesis, con la enfermedad, la muerte, el trabajo y el dolor de parto. También la interpretación de alguna enfermedad era dependiendo del nivel social, pues cuando algún miembro del clero o de la nobleza enfermaba no se veía como castigo, sino como una prueba de fe hacía Dios.

El investigador Marcelo Sendrail argumenta que cada sociedad ha tenido sus propios males, “que han asumido de una manera coherente a sus creencias e ideales”. Menciona como ejemplo algunas enfermedades, entre ellas la lepra, vista como un destino difícil de librarse; la peste, que materializaba una concepción trágica de la existencia y parte de un castigo divino colectivo; y la sífilis, interpretada como penitencia, en el siglo 14, por vivir momentos de crisis moral y espiritual.

Así se justificó que la cura de todos los males mundanos estaba en el perdón del alma, ya sea a través de un clérigo, de un santo o de la misma Trinidad. Con esto suena lógico por qué la medicina se practicaba en los monasterios (de ahí el concepto medicina monacal) y como desde estos tiempos se buscaba la salud a través de algún milagro religioso.

Los primeros monasterios fundados para el cuidado y sanación de los enfermos fueron los de la Orden de San Benito, en el año 529 d. C., llamado Montecassino y el de San Grall, también muy famoso por contar con una casa para sangría y un jardín de hierbas con 16 especies, entre ellas el jengibre y el azafrán.

Además de conocimientos de herbolaria, en el siglo 9, la tesis fundamental para el trato de heridas era pus laudabilis de Galeno, según la obra, la supuración es signo de mejora, idea que afectó en el tratamiento de heridas. La práctica quirúrgica fue relegada por la ideología cristiana, pues el contacto con un cuerpo inerte no era bien visto, ya que el corpus, era considerado sólo un recipiente del alma, y ésta era la que debía salvarse, dejando el estudio del cuerpo en segundo término. De tal forma en 1163, Inocencio III, prohibió la práctica de los clérigos cirujanos a través del Concilio de Tours.

El bienestar del cuerpo, se consideraba consecuencia de los actos espirituales, los santos, como San Cosme y San Damián, eran invocados para interceder por los enfermos y es aquí cuando nace el ideal de médico, basado en Cristus Medicus Salvator. ■

César Eduardo Gutiérrez Rojas
Estudiante de la Lic. En Historia/UAZ
[email protected]

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