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jueves, 28 marzo, 2024
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La necesidad de distinguir entre policías y ladrones

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

En las persecuciones de las películas, no importa lo desesperado que esté, el policía, el bueno, siempre “roba” los carros con gentileza. Muestra una placa y una pistola y se compromete a devolver el vehículo después. Su conducta y la del delincuente nunca son iguales, el policía evita lastimar civiles y procura el menor daño material posible mientras el criminal sigue derecho sin importar quién o qué se le atraviese. ¿Hollywood no nos ha enseñado nada? El policía defiende el contrato social, por tanto romperlo, así sea para capturar a quien lo rompió antes, es tan absurdo como decir a un niño “si te caes, te pego” ¿qué no es el dolor lo que se quiere evitar?

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Paradójico el tiempo que vivimos, plagado de defensores del bienestar de los animales y de notable conmiseración por la fauna contrastante con la incapacidad de empatía por quienes mueren de forma violenta y son tachados de delincuentes.
Azuzados por autoridades que creen resolver un crimen cuando concluyen que las víctimas pertenecían a la delincuencia organizada, es común escuchar o leer frases como “nadie se muere gratis”, o “Eso le pasa a los que andan en ese medio”. Y si hay alguien que se atreva a defender la presunción de inocencia, ojo, de la víctima, probablemente saldrá raspado con frases como “seguro tú eres de los mismos” o “¡Ahora sí piden respeto, pero ese sabe a cuántos se echaría!”.
De esas expresiones sólo se libran quienes reivindican el buen nombre de su ser querido. Sólo aquellos exigen vehementemente el esclarecimiento de los homicidios de sus familiares convencen, quizá sin proponérselo, a la opinión pública de la inocencia de los mismos. Sólo así, porque ni la cercanía geográfica o relacional evita los rumores que ponen más atención en la moralidad de la víctima que del victimario.

Como si nuestras autoridades fueran de probada honestidad y eficiencia, la gente confía en que aquél que cae víctima de la bala de un policía, de un militar o de un marino, lo merecía. Como si no existiera el derecho, los jueces y las leyes, como si la guerra sucia no nos hubiera enseñado nada, como si el (o la) finado (a) no pudiera ser un (a) activista, pareja de algún celoso (a) armado, alguien que presenció y denunció un delito, un docente que se negó a aprobar al hijo malcriado de alguien con poder y mal carácter, o simplemente alguien que estuvo en el lugar incorrecto a la hora incorrecta.

Hace algunos años la reina de Villa de Cos y su novio murieron en fuego cruzado en el jardín principal de dicho lugar. Se les colocaron armas para simular que habían disparado y se dijo que pertenecían a un cártel. Las ventajas del pueblo chico y su popularidad los libraron del desprestigio póstumo por el único pecado de haber muerto en circunstancias violentas. ¿Cuántos casos de esos existirán? ¿Quién se atreve a apostar su vida por la culpabilidad de –repito- ¡las víctimas!?
Si el beneficio de la duda no se concede a los cercanos, menos aún a los lejanos. En el operativo de captura de Tony Tormenta se detonaron más de 300 granadas y participaron 600 marinos, tres helicópteros y 17 vehículos oficiales. Por supuesto, el capo murió, -al menos eso nos dijeron- y con él muchos secretos. Antonio Ezequiel Cárdenas Guillén (hermano de Osiel) alias Tony Tormenta se llevó a la tumba nombres de policías corruptos, empresas que lavan dinero, políticos amigables, rutas de tráfico, lugares de sembradíos, nóminas, puntos de venta, etc. Silenciando su vida se silenciaron también la posibilidad de que aparecieran nombres y datos que pudieran incomodar a alguien.

Más allá de la ética y el derecho, la utilidad práctica debería ser suficiente para provocar que la opinión pública reprochara a los gobernantes el abatimiento de supuestos delincuentes a diestra y siniestra, las más de las veces sin averiguaciones ni previas ni posteriores. Por el contrario, el sexenio pasado se celebraba la muerte considerar que ello significaba baños de sangre de las regiones de dominio en las que los subalternos se disputarían el control, y la cancelación de vetas de información que llevaran a mayores logros policiacos.
Este gobierno parece haber aprendido la lección, y lejos de las fotos amarillistas con las que se exhibió el cuerpo de Beltrán Leyva, o de las escenas teatrales con las que presentaron a La Barbie, el lunes vimos en vídeo a Miguel Ángel Treviño alias El Z40 con un caminar firme, sin ser esposado, a su derecha un militar que ni siquiera cubre su rostro. Atrás otro, desarmado como el primero, les sigue los pasos.

¿Será el nuevo estilo? No lo sabemos, pero ojalá el estilo que sea lleve consigo la supremacía ética del Estado sobre los delincuentes. Si la ciudadanía no ve diferencias entre autoridades y los cárteles que combaten, no sabrá de qué lado estar, y seguirá como hasta ahora, sintiéndose en el fuego cruzado de mafias contrarias: la institucional y la de “emprendedores” por decirlo en los términos de moda entre quienes nos gobiernan. ■

Twitter: @luciamedinas

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