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jueves, 25 abril, 2024
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Panorama sobre el respeto a la diversidad sexual entre jóvenes y adolescentes

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Por: PABLO SANTORO • CONCHA GABRIEL • FERNANDO CONDE •

Estudios cuantitativos llevados a cabo recientemente sobre las vivencias, dificultades y expectativas que afrontan hoy los adolescentes que se identifican como LGTB traza un retrato del joven LGTB como un chico o chica que se ha visto forzado en incontables ocasiones al secreto y al ocultamiento; que, como la población juvenil en su conjunto, percibe importantes déficits en la educación sobre la realidad afectivo-sexual LGTB; que se siente rechazado, principalmente, por los varones heterosexuales, y a quien le resulta más sencillo establecer amistades con chicas que con chicos; que encuentra mayores dificultades para ser aceptado en las localidades pequeñas que en las grandes ciudades; que está expuesto –sobre todo los varones LGTB– a la amenaza constante de la violencia verbal y sicológica y, en menor medida, incluso de la agresión física.

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  1. Se ha producido un avance más que evidente en los discursos y las mentalidades de los jóvenes alrededor de la homosexualidad y la diversidad sexual. Nos hallamos hoy en una situación de transición avanzada desde un discurso tradicional absolutamente intolerante hacia un discurso emergente, y tendencialmente dominante, que resulta mucho más acogedor y respetuoso con la diversidad sexual.

Sin embargo, tal avance no se habría producido de igual manera en las prácticas y las actitudes cotidianas, que se sitúan aún en lógicas más “retrasadas” respecto de la notable evolución ideológica. De este modo, encontramos en la gran mayoría de los jóvenes una posición socialmente avanzada en lo que respecta a las opiniones sobre cuestiones ideológicas y derechos políticos de los homosexuales (condena de conductas homófobas en la esfera pública, amplísima aceptación del matrimonio homosexual, cierta apertura al debate sobre la adopción por parte de familias homosexuales, etcétera), que contrasta con una menor apertura en las prácticas, conductas y actitudes sobre la realidad cercana de la diversidad sexual.

  1. Los entornos urbanos y los sectores juveniles más progresistas en lo ideológico tienden en mayor medida hacia el discurso emergente y tolerante, mientras que en el medio rural y los sectores de mentalidad más conservadora (clases medias-altas tradicionalistas, sectores religiosos, etcétera) están aún más apegados al discurso clásico sobre la sexualidad. En lo que tiene que ver con la variable “sexo”, las chicas se sitúan casi siempre en posiciones ideológica y actitudinalmente más avanzadas que los chicos.
  2. Y es que existe una relación directa entre las visiones que los adolescentes sostienen sobre la diversidad sexual y los roles de género culturalmente asignados a chicos y chicas, y de manera más concreta, una relación con las prácticas afectivas que se suponen y se toleran para cada sexo. Mientras que entre las chicas se da una gran fluidez afectiva, que legitima las demostraciones físicas de afecto entre amigas, entre los chicos persiste aún un rol masculino extremadamente rígido en lo afectivo: cualquier expresión de afecto entre dos varones continúa siendo comprendida como expresión de homosexualidad y juzgada negativamente.

Esta masculinidad rígida, que tiene como componentes medulares el rechazo de la homosexualidad y la necesidad constante de afirmarse contra ella, no parece diluirse en la misma medida en la que lo están haciendo los discursos y, en todo caso, de hecho, lo que se detecta embrionariamente es un riesgo de que las chicas abandonen ciertas conductas afectivas femeninas y espontáneas por una cierta “masculinización” de su rol de género. Se dibuja, pues, la necesidad de insertar la educación sobre la tolerancia a la diversidad sexual dentro de una educación de género que cuestione las definiciones tradicionales de la masculinidad.

  1. Dadas esas diferencias en los roles de género y su importancia crucial en las visiones sobre la homosexualidad, existen diferencias muy marcadas entre chicos y chicas a la hora de mostrar respeto y tolerancia ante las personas LGTB. Esta diferencia es evidente en todos los aspectos y los propios jóvenes son conscientes de ella. Sin embargo, existen también ciertos “peros” al discurso femenino de tolerancia: esencialmente, una cierta deriva moralista; un estereotipo positivo de los varones homosexuales; una relativa ceguera del lesbianismo; y, por último, un índice de rechazo de las personas bisexuales y transexuales que se aproxima a la de los varones.
  2. En cuanto a las imágenes y representaciones de los diferentes colectivos LGTB: gays y, en menor medida, lesbianas constituyen el centro del imaginario juvenil. Imaginario que resulta mucho mayor en torno a la homosexualidad masculina, en relación con una visibilidad menor del lesbianismo.
    Se da aquí una oposición entre el modo en el que se construyen los estereotipos de ambos colectivos. El estereotipo del gay ha pasado a ser identificado por las prácticas afectivas que realiza antes que por su apariencia, desplazándose la estética, el “afeminamiento” y la “pluma” a un segundo plano. La imagen de la lesbiana, por el contrario, se construye aún por relación a su apariencia “masculina” o “viril”, dado que sus demostraciones públicas de afecto no se diferenciarían tanto de lo común entre amigas heterosexuales. Del mismo modo, se detecta entre los jóvenes una cierta ausencia de la imagen de la lesbiana atractiva, guapa, “femenina” – personas así resultan “recanalizadas” en el imaginario hacia la bisexualidad.
  3. Si las imágenes de los gays y, en menor medida, de las lesbianas dan cabida a variaciones y posiciones diferentes, sobre las personas bisexuales y transexuales los juicios de los jóvenes se homogeneizan y se vuelven más críticos.

Mayoritariamente, la bisexualidad se entiende como parte del desarrollo sexual de los jóvenes (“una etapa”), y no como una disposición sexual estable; además, generalmente se enfrenta a una sanción moral, por considerar que una orientación bisexual es fruto del “capricho”. Por último, las personas transexuales son, de forma unánime, quienes encuentran un mayor rechazo.
El imaginario transexual está centrado en la transexual femenina y en el modelo de la drag-queen, resultando concebida así como una persona excesiva, dirigida hacia el exterior, casi sin intimidad – lo cual bloquea toda posibilidad de empatía. Existe además una falta de comprensión, sobre todo entre los chicos, de la diferencia entre identidad sexual y orientación sexual. La incomprensión de la transexualidad profundiza el rechazo hacia estas personas.

  1. La televisión es la principal – y casi única – fuente de información sobre la diversidad sexual para los/as jóvenes, y los principales modelos y referentes de personas LGTB vienen de ella. Hay un escasísimo conocimiento de personajes LGTB históricos, literarios, culturales, etcétera.
    Además, la televisión se centra en la homosexualidad masculina, existiendo una muchísimo menor visibilidad de referentes lésbicos, bisexuales o transexuales. En cuanto a otras fuentes posibles de información, se constata que tanto en la familia como en el ámbito escolar hay una importante carencia de diálogo sobre el tema.

Es el conocimiento directo de personas LGTB el que aparece como clave para, simultáneamente, informarse sobre la realidad de las personas homosexuales y para construir actitudes más abiertas hacia ellas. Por último, señalar que existe una apreciable diferencia en cuanto a la visibilidad de la diversidad sexual entre las grandes ciudades, con una reconocida presencia urbana de personas LGTB, y los enclaves rurales, donde casi toda la información o visibilidad de la diversidad sexual pasa por la televisión.

  1. La expresión pública de afectos homosexuales continúa siendo un aspecto controvertido. Entre las posiciones más avanzadas se detecta una mayor aceptación de la visibilidad de afectos gays, aunque siempre con la precaución de no remitir a la sexualidad; en posiciones más tradicionales, por el contrario, el mero darse la mano de dos chicos ya suscita rechazo. Aparece entre los/as jóvenes una mayor aceptación de las muestras de afecto femeninas (pero no per se, sino por la ambigüedad en la que se mueven).

El “asco” y/o el “morbo” surgen una y otra vezen los discursos como respuestas emocionales a la visión de expresiones de afecto homosexual – respuestas supuestamente “instintivas” que, en realidad, bloquean la aceptación, pues se viven como naturales. Se dibuja, pues, la posibilidad o necesidad de trabajar en la des-naturalización de tales resistencias.
Además, esta cierta apertura que describimos entre los sectores más tolerantes a la expresión de afecto se refiere a espacios públicos (la calle, el bar, la playa…) pero nunca a las escuelas, colegios e institutos, donde existe un cierre total a la más mínima muestra de afecto homosexual.

  1. La importancia radical que tiene para los/as jóvenes las formas de pertenencia grupal hace que las dinámicas de homofobia/ salir del armario se lean muchas veces por referencia a la relación con el grupo de amigos. Existe una diferencia central aquí entre los amigos “de verdad”, “de toda la vida” y los simples “conocidos”, que vehicula las suposiciones sobre lo que sucede/sucedería ante la salida del armario de una persona. El grupo de iguales, la forma que tiene (más masculina e intolerante, o por el contrario, más plural, inclusivo y tolerante) tiene, igualmente, una gran importancia en la aceptación o discriminación de personas LGTB.
  2. Parece que dentro de las familias no existe apenas diálogo sobre la cuestión de ladiversidad sexual. Los/as jóvenes, además, tienden a asociar a sus padres con posiciones de rechazo e intolerancia y apenas nunca con posiciones tolerantes o comprensivas. Aunque se piensa que el afecto familiar prevalecería en último término, esta suposición (fundada o infundada) de un rechazo paterno a la homosexualidad puede estar dificultando la salida del armario de los jóvenes LGTB. Aun así, también aquí se percibe una cierta apertura respecto del pasado, apertura en la que los propios jóvenes estarían cumpliendo un papel, al constituirse muchos de ellos en educadores de sus padres en opiniones y actitudes más tolerantes.
  3. Tampoco en la escuela se estarían tratando estos temas, ya sea por los miedos de los docentes, por una homofobia que sigue presente entre el profesorado o por la falta de materiales específicos para trabajarlos.
    Toda una serie de razones previene que, incluso cuando existen profesores interesados en trabajar la cuestión en las aulas, no se hable sobre la diversidad sexual. Paradójicamente, parece como si sólo se hablara de homosexualidad en los colegios religiosos. Existe igualmente un cierre muy fuerte en colegios e institutos frente a las expresiones de afecto entre dos chicos o dos chicas, y algunos jóvenes, de hecho, consideran que el instituto es el entorno más hostil de todos para las personas LGTB.
  4. Por último, es preciso constatar que persisten aún en el entorno juvenil rasgos muy evidentes de homofobia y discriminación, en diferentes formas, desde la hostilidad estructural a la violencia física, del insulto a la risa. Si bien no todos los jóvenes reproducen estas conductas y actitudes, existe un riesgo –aún entre quienes no participan de ellas– de que no se perciban como homofobia.

El chascarrillo, la burla humorística o el insulto no son muchas veces comprendidos como conductas homófobas, de tal modo que se relativizan sus efectos negativos. De manera relacionada, quizá la peor de las amenazas, por la inhibición de la solidaridad y la empatía que genera, es el discurso que culpabiliza a la víctima de “provocar” la agresión.

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