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jueves, 28 marzo, 2024
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Lázaro Cárdenas del Río

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Por: JORGE HUMBERTO ARELLANO •

No se puede hablar de un buen presidente de los Estados Unidos Mexicanos, después de las decepcionantes representaciones que se han padecido en los sexenios recientes. Los últimos gobiernos no ofrecen algún tipo de beneficio social significativo y perdurable para el pueblo, a partir de la imposición del Tratado de Libre Comercio y el sistema neoliberal que ha caracterizado los lineamientos administrativos desde 1982. La clase trabajadora se debate entre la imposibilidad de generar una vida satisfactoria para sus familias, y la impotencia que esto conlleva ha ocasionado muchos de los fenómenos contrarios al desarrollo social que se viven por los tiempos corrientes; los grandes empresarios, principalmente extranjeros, hacen fortunas inmensas fundamentadas alevosamente en los privilegios brindados por los gobiernos en turno, mientras que los políticos, acompañantes y aduladores de los representantes del poder coyuntural se dan el lujo de vociferar sus logros económicos exhibiendo los excesos de sus vestuarios, sus propiedades inmuebles y los lujos de sus derroches en actividades de satisfacción personal.

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Hace muchos, aproximadamente 79 años, el 1 de diciembre de 1934 fue electo presidente de México el general Lázaro Cárdenas del Río, posiblemente la última luz de la esperanza para lograr el bienestar social generalizado a todos los habitantes del país, ante la perspectiva de un gobierno rector de los recursos naturales, desde la exploración hasta la explotación, para el florecimiento de los diferentes sectores productivos y para la generación de empleos en la búsqueda de la estabilidad social. General y estadista, el nacido en Jiquilpan, Michoacán el 21 de mayo de 1895, caracterizó su gobierno por la Reforma Agraria y la creación de los ejidos con el fin de modificar la estructura de la propiedad y producción de la tierra, buscando solucionar la concentración de la propiedad en pocos dueños y la baja productividad agrícola debido al no empleo de tecnologías o a la especulación con los precios de la tierra que desestima su uso productivo; pero su principal obra política y económica se refiere a la nacionalización de los recursos del subsuelo, en particular del petróleo.

La decisión política que tomó el gobierno de Lázaro Cárdenas, referente a la expropiación petrolera, se debe posiblemente a la debilidad mostrada por las economías de los Estados Unidos de Norteamérica y británica, a la existencia de un fuerte conflicto entre los trabajadores de las empresas explotadoras del aceite de origen fósil instaladas en México y los empresarios extranjeros que desatendieron un laudo laboral de la corte mexicana, así como por su propia visión de un capitalismo democrático y nacionalista, en el que las industrias básicas: la petrolífera y la siderúrgica, principalmente, jugaban un papel clave. Cárdenas decretó la expropiación el 18 de marzo de 1938, creando la empresa nacional PEMEX (Petróleos Mexicanos), entidad que ha fungido como motor de desarrollo de todas las actividades productivas de la nación, desde ese entonces.

Lázaro Cárdenas representa no sólo el liderazgo político deseable en todo actor que se dedica a la conducción de una comunidad; más allá de su función como gobernante, su legado para las generaciones futuras encarnó, en su momento, un ideal político cuyo principal fundamento fue el servicio que los recursos naturales podrían aportar al desarrollo social, para el pueblo. Hoy en día, casi todas las asistencias que ofrece la federación, se satisfacen en gran medida apoyadas en el precio de venta que se recaba por cada barril de hidrocarburo extraído del suelo mexicano, resultando inconcebible el cubrir las necesidades económicas de la nación sin el sustento o la garantía de la reserva económica emanada de la explotación petrolera y sus derivados; sin embargo, haciendo alarde de inoperancia o insolvencia, PEMEX está a punto de ser expuesta al capital privado, por los “benefactores” de la sociedad mexicana. El sueño cardenista, en cuestión económica, está a punto de ser depreciado y el retroceso histórico que esto implica, induce a pesadillas en las que la pérdida de autonomía, soberanía, libertad y algunos otros derechos civiles de los mexicanos se verán pulverizados en aras de la modernidad, la globalización y las imposiciones estructurales.

El pronóstico es evidente; la estabilidad social producto de una sociedad dueña de sus propios recursos, para cubrir sus necesidades y para satisfacer sus requerimientos económicos está a la vista, dependiendo de la decisión que tomen los supuestos representantes populares en las cámaras legislativas, que ratifican la pregunta insistente sobre cuáles son los intereses a los que sirven, si son los personajes idóneos para salvaguardar la seguridad social y económica, o sólo cumplen su nefasto momento histórico acorde a sus intenciones más morbosas. El destino de una sociedad urgida de justicia social se avizora como el más deleznable escenario para las generaciones futuras, en el entendido que el desarrollo social y económico ya no será propiedad de la nación. Bienvenidas las nuevas generaciones al submundo de la productividad extranjera con las consecuencias ya experimentadas por la industria minera, en las que el producto financiero se aleja del país en un gran porcentaje y los impuestos generados por la explotación son mínimos, al igual que el acceso a un empleo de condiciones dignas para cualquier conciudadano.

Aparte de estadista a favor del desarrollo nacional, el general Lázaro Cárdenas se destacó por su carácter humano, dando asilo político a los exiliados de la guerra civil española, en el año de 1937. Después de conocer un poco de la historia de este michoacano, seguramente no hay representante popular que sueñe con llenar el espacio que dejó a su muerte en el año de 1970, aunque evidentemente no interesa. ■

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