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jueves, 28 marzo, 2024
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Decadencia Mundial

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Por: JULIO CÉSAR NAVA DE LA RIVA •

El hasta ahora llamado “mundo desarrollado” ha disfrutado de una supremacía política y económica que llega a su fin. El siglo 21 conlleva un cambio de época, donde los países emergentes con China e India a la cabeza están dibujando una nueva geo-economía mundial. El declive de los países desarrollados frente al empuje de las potencias emergentes. Y entre ellas la vieja Europa, pasará de representar 17 por ciento del PIB mundial a apenas 9 por ciento dentro de 50 años.
La economía mundial atraviesa una fase en la que las inestabilidades y las incertidumbres aumentan. La crisis económica que afecta fundamentalmente al mundo desarrollado está lejos de resolverse y el camino que se está siguiendo para salir del atolladero en el que nos encontramos conduce inexorablemente a sociedades más desarticuladas en las que la polarización económica tiende a crecer. Nuevos peligros acechan a la economía mundial en su conjunto, pero afectan sobre todo a los más pobres. La subida del precio de los alimentos y materias primas que se está dando actualmente perjudica notablemente a los pobres que viven en los países más pobres. La amenaza de posibles hambrunas está cada vez más próxima, y las revueltas populares que se puedan dar como consecuencia de ello es una probabilidad que va en aumento.

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En los últimos tiempos, agobiados con la crisis, por un lado, y deslumbrados por los indicadores de crecimiento de los países emergentes, por otro, se está dejando marginado y prácticamente en el olvido a ese otro mundo que sigue padeciendo graves privaciones, y en donde la lucha por la supervivencia diaria resulta ser una verdadera odisea. El hambre, la pobreza y la falta de oportunidades sigue siendo una triste realidad que afecta a millones de personas de nuestro planeta. Los gobernantes de los países desarrollados, con la hipocresía que les caracteriza, mientras denuncian insistentemente la falta de libertades y la violación de derechos humanos en algunos países, en otros hacen la vista gorda.
Encontrar modos de alimentar a la población mundial sin agravar el cambio climático ni infligir daños duraderos al medio ambiente, es sin duda el gran reto colectivo que enfrenta el mundo. En consecuencia, es una tarea monumental alimentar a una población mundial. Una sexta parte de la población mundial actual ya pasa hambre. Un informe conjunto publicado recientemente por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola y el Programa Mundial de Alimentos, titulado “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo en 2011”, encontró que 32 países necesitan de ayuda externa por las malas cosechas, conflictos o inseguridad, desastres naturales y los altos precios internos de los alimentos. La ONU informa que alrededor de 25 mil personas mueren cada día de hambre, o de causas relacionadas con el hambre, en su mayoría niños.

Sin duda hemos ganamos modernidad, cosmopolitismo, diversidad, pero perdimos valores y creencias que fueron norma conductual, parte constitutiva de la nación. Históricamente hemos tenido paradigmas en modelos extranjeros que influenciaron nuestro estilo de vida. Hechizados con el materialismo, privilegiamos el tener más que el ser y el hacer, abandonamos las utopías liberadoras, los ideales de superación colectiva, el compromiso social, y optamos por las soluciones individuales con una creciente pérdida de lazos de integración social, confinando lo colectivo al ámbito familiar o a la parcela política. Hacer dinero. Renegando del compromiso social, nos centramos en hacer dinero, mucho dinero, no importa cómo, el dinero como emblema del poder, fuente de placer, confort y estatus, un medio para saciar expectativas de vida insostenibles, que se sitúan muy por encima de las necesidades reales, pero muy por debajo de las capacidades para generar soluciones viables.
El precio es la claudicación, renegar de principios éticos y morales. No somos la sociedad sobria, austera, nos hemos convertido en un consumismo irresponsable, que gasta más de lo que puede y quiere vivir del crédito sin aumentar su capacidad productiva, abominando del trabajo y de la honestidad, de la austeridad y el sacrificio.

Muchas son aspiraciones legítimas, si no implicaran grandes desequilibrios en la economía familiar, si en el ámbito de la economía nacional no se tradujeran en una amenaza para la macroeconomía. México es un país con grandes triunfos económicos pero también con grandes desigualdades. Podemos tener al más rico del mundo pero también, a millones de pobres que a diario piensan en que comerán. A la clase poderosa y empresarial no le interesa profundizar la desigualdad con tal de hacer dinero. Abramos los ojos, luchemos en contra de la desigualdad. Podemos hacer mucho por evitar esa decadencia que nos acecha, no perdamos el ánimo ni la esperanza. Gracias por su atención nos vemos la próxima semana.

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