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viernes, 29 marzo, 2024
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■ Historia y Poder

Mi experiencia en el Ejército mexicano, un año de tareas alucinantes

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

La condición para acudir a la República Popular China era estar 11 meses, de tiempo completo, en el Ejército mexicano, sabiendo que era reportero, -había volado en helicóptero con el general Rebollo a quema de mota con la camiseta de Canal 13- me formaron en las filas donde me apodaban “el tractor”, y a mi esposa, cada fin de semana que la podía ver, “la tractorcita”.

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La invitación de parte del embajador mexicano en China, Fausto Zapata, y de sus asistentes como Sergio Ley y Benjamín Wong Castañeda era real, y los contactos en la embajada china por la zona de San Ángel en la ciudad de México eran frecuentes y llenos de atenciones, que estudiara antes el idioma chino, que el inglés lo hablase a la perfección, que sería corrector de estilo en las traducciones que el gobierno chino hacía del mandarín al español, me daban té de rosas, folletos y me incitaban a que condujera a estudiantes de Medicina mexicanos a la embajada para ser becados mediante intercambio, 3 años allá con pensión y atención médica, y a cambio, otros estudiantes chinos en México se perfeccionarían en la medicina tradicional de nuestro país.

Lo hice, cuando menos con 10 estudiantes o egresados de Medicina de Puebla, de Guanajuato, de San Luis, de otras ciudades. Todos amigazos y amigazas mías de la vida.

Punto.

Pero era una broncota fenomenal estar en el Ejército y con mi fama de rebelde, de gran platicador, del chiste involuntario.

De inmediato, en el Ejército, mi sargento me comisionó junto al batallón, a que yo fuera el que “anexara” mediante la pregunta casa por casa de quiénes eran los habitantes, una especie de censo en donde había posibilidades de que ingresara, a las filas del Ejército como soldados rasos, cualquiera posible. 

Con mucha curiosidad detallada íbamos a poblados como Suspiro Picacho, Bledos, La Hedionda, San Marcos Conaxtla, Tetecomtla, etc., mientras mis compañeros de batallón limpiaban caminos, remozaban escuelas, quioscos del parque central o hacían ejercicios.

Después se me hizo más fácil, me iba a las tiendas y mientras libaba cervezas toda la mañana, los tenderos, o quienes iban entrando, me decían todo de todos y yo apuntaba.

Una vez que acudíamos al XII batallón desde el campo de entrenamiento Tlahuixcan, un teniente que corría al igual que nosotros, me pasó su metralleta, y sin dejar de correr, sacó entre sus ropas tortillas, queso y aguacate y se puso a comer, yo asombrado le preguntaba que cómo era posible que hiciera eso, de comer y correr al mismo tiempo, y mientras sacaba una pieza de pollo de otro lugar de su mochila,  me contestó “a todo hay que acostumbrar al cuerpo mi tractor” y de verdad que no sabía si reír o llorar de tantas emociones encontradas.

Me enseñaron muchas cosas, disparo, desarme de armas, combate cuerpo a cuerpo, largas caminatas, había soldados que me querían vender manuales exclusivos del Ejército contra guerrilleros o terroristas, otros me platicaban cómo ejecutaban a narcos en Sinaloa, era curioso que los jefes de batallones, sargentos primeros o tenientes, se pelearan casi literalmente porque yo estuviera entre sus filas, por lo intenso de mis pláticas o el cotorreo que siempre generaba.

Mis compañeros me amenazaban: “pinche tractor si nos castigan por tu culpa nos la vas a pagar”, y es que eran constantes las advertencias; teníamos que marchar coordinados, comer en tres minutos, si alguien se pasaba un segundo, todo el batallón tenía que hacer 50 lagartijas y pobre de quien vomitara; nunca nadie vomitó.

Los castigos enjundiosos: limpiar un inmenso patio con el cepillo de dientes personal; correr hasta desmayarse o aguantar 2 horas; al hacer las necesidades habituales sanitarias era re curioso ver filas de tazas de baño sin ninguna separación o reja o muro, todos a raíz pelón y al mismo tiempo.

Los primeros días exámenes médicos; totalmente desnudos nos hicieron caminar dos veces largos tramos quesque para examinarnos, de volada los militares me señalaron que porqué a mis 27 años andaba medio bofo, que si era adicto a la cama y me puse rojo, pues una de las cosas que a mi esposa le encantaba era que estuviéramos acostados en las tardes cuando yo le decía que la parte más hermosa del día eran, y son, las tardes azules.

Los días y los meses transcurrían y los reportes eran constantes, ninguna censura, ninguna advertencia, solo la camadería y el resultado de la inmigración interna hacia ciudades fronterizas o el gran Monterrey, donde medio San Luis trabaja de camareros, sirvientes, pintores, obreros o sepa cuantos oficios.

Beber agua de plátano, comer porciones correctas, contar calorías, tener disciplina, me recordaba a mi finado señor padre que fue miembro del Estado Mayor Presidencial, egresado del Heroico Colegio Militar y de la Escuela Superior de Guerra y de otros antepasados míos que -según mi padre me contó- uno de los nuestros anduvo apoyando a mi general Ignacio Zaragoza en la batalla del 5 de mayo contra los franchutes.

Finalmente, me entregaron mi conducto para ir a China; el batallón era de película, estábamos los más risibles, los más parias, los más cotorros, alguno que otro falleció en el trayecto y en la ceremonia final sus padres esperaron los documentos para depositarlos en sus féretros o cerca de donde fueron enterrados.

Vino la represión del gobierno chino contra los estudiantes; Porfirio Muñoz Ledo me había prometido que, mediante la ayuda del rector de la universidad de Guadalajara, Raúl Padilla, el intercambio sería de otra manera. Muñoz Ledo fue muy amigocho de mi tío Vicente Fuentes Díaz, con quien al igual que Temo Cárdenas y la Ifigenia, formaron La Corriente Democrática del PRI, pero que luego mi tío “se rajó”, me dijo Porfirio en mi casa de San Luis, donde solía acudir con miembros del Partido Comunista Mexicano como Carlos López Torres y otros militantes. (El profe Carlos acudió a mi casorio en la iglesia junto con la plana mayor del partido, y solo sonreía feliz).

No fui a la China.

Pero quedó en mí esa experiencia imborrable y re curiosa.

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