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sábado, 20 abril, 2024
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Bosquejo para un cuadro del sindicalismo traidor

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Por: Víctor Manuel Fernández Andrade •

Los maestros que ingresamos al servicio las tres últimas décadas del Siglo XX pasamos a formar parte del SNTE el mismo día que nos convertimos en empleados de la Secretaría de Educación Pública, en automático y sin pedirnos opinión entramos por la puerta grande al “Sindicato más grande de América Latina”.

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Sin conocer las escuelas donde íbamos a trabajar, sin recibir indicaciones sobre las responsabilidades inherentes al trabajo o información acerca de los misterios del campo profesional, se nos explicaban nuestras obligaciones gremiales en voz de connotados dirigentes: disciplina, fidelidad y obediencia, eran en aquel tiempo los atributos del buen maestro según los mandamientos que recitaban los catequistas sindicales.

La lealtad al SNTE tuvo más valor que las capacidades profesionales, los saberes sobre el trabajo docente ocuparon una importancia subalterna al lado de los compromisos políticos; un maestro podía alcanzar ascensos en la carrera laboral acatando ciegamente las disposiciones de sus líderes, los aportes a la educación eran lo de menos, resultaba común ver a maestros altamente competentes y responsables acosados como reprimenda por lo que las burocracias consideraban desacatos.

Eran tiempos dorados para el sindicalismo corporativo, aquellos en que el Estado Bonapartista usaba las organizaciones creadas bajo su tutela como correas transmisoras de políticas públicas. El SNTE fue paradigmático por su articulación simbiótica con los gobiernos, desde su fundación fueron confusos los linderos entre ambos; las autoridades metían la mano en las decisiones sindicales y los caudillos del gremio se apoltronan en infinidad de instancias gubernamentales, ese matrimonio es moralmente insostenible, pero como unión de conveniencia ha sobrevivido a lo largo de casi ochenta años.

El Estado mexicano cuenta con variados dispositivos de sujeción y el SNTE ha sido pieza clave de la maquinaria de control social porque los maestros despliegan su actividad en un ámbito estratégico para la reproducción: el campo educativo. Los aparatos de control contribuyen al mantenimiento de la hegemonía usando la violencia o generando consenso, los dirigentes del sindicato de maestros fueron útiles para aglutinanar clientelas, lo hicieron convenciendo o recurriendo a la violencia en sus más variadas formas.

En aquel tiempo el trabajo de bandas sindicaleras mercenarias, el aparato ideológico, la industria cultural y las campañas propagandísticas profusamente difundidas reducían los resquicios para la libertad de pensamiento en el SNTE, además, cuando los mecanismos de sumisión sufrían amenazas, los gobiernos en contuberno con las representaciones, echaban mano del aparato político-jurídico o del poder policiaco; esos estuvieron disponibles para sofocar reclamos libertarios, en los años 40´s del pasado siglo, durante la gesta magisterial de 1959, en todas las coyunturas de insurgencia enseñaron los colmillos a los profesores que desafiaron el control.

El amasiato sindicato-gobiernos auspició grupos de dirigentes poseedores de enorme poder, el sostenimiento de la quietud fue el precio a pagar. Cada gobernante procreó sus preferidos y bajo la protección del régimen se engendraron gavillas autoritarias; la presencia de caciques y caudillos hicieron del sindicato de profesores una organización peculiar, sin cortapisas los líderes se dedicaron a negociar y pactar a espaldas de las bases sus demandas y expectativas a negociar y pactar a espaldas de las bases , actuar como cómplices de los patrones y del gobierno y de sus políticas, comprar canonjías o dejarse seducir por el poder y los cargos, vender o regalar plazas y traicionar a sus representados

“Vanguardia Revolucionaria” fue un grupo mafioso memorable que se apoderó violentamente de la dirección del SNTE al principio de los años 70´s, su hegemonía se mantuvo hasta 1989. Entonces la voluntad de Carlos Jongitud Barrios, el “líder vitalicio” de todos los maestros fue incontrovertible. Jongitud fue el gran timonel del charrismo en el SNTE pero nunca gobernó solo, como los virreyes novohispanos encomendaba la protección, la educación e ideologización de grupos de maestros a sus seguidores fanáticos. En muchos estados emergieron caudillos inamovibles como Liberato Montenegro en Nayarit, Juan Nicolás Calleja en Veracruz, Antonio Jaimes Aguilar en Michoacán.

“Vanguardia“ tuvo a su disposición un ejército de agentes diseminados por el país que trabajaban como vigilantes de la paz sindical. Los vanguardistas en posesión de puestos estratégicos de la Secretaría de Educación Pública sin ningún obstáculo manosearon las promociones laborales, cambios de zona, de escuela, de estado. Plazas, Direcciones, Supervisiones, Jefaturas de Sector fueron asignadas discrecionalmente, utilizadas como premios a la disciplina, como pagos por servicios políticos y obviamente decididos al margen de la antigüedad, la formación, la experiencia o la capacidad de los trabajadores.

Autoridades sindicales y oficiales actuaban en contubernio. Mantener quieta la base trabajadora fue su función, para eso los primeros olvidaron la defensa de los derechos, los segundos el cuidado de la educación; el aparato administrativo de la Secretaría de Educación Pública operaba como soporte del charrismo, ante su su cuerpo de vigilantes todo viso de desobediencia fue razón suficiente para negar derechos y para dejar a los maestros expuestos a todo tipo de vejaciones y arbitrariedades.

Los trabajadores estaban obligados a cuidarse de la mínima expresión de indisciplina, el sistema persecutorio era eficaz, toda desviación conllevaba el riesgo de perder el trabajo, el destierro a “zonas de castigo” o el veto para cambios y promociones; las humillaciones y el despojo de lo que a cada quien correspondía, todos esos actos deleznables fueron práctica común en aquellas circunstancias vergonzantes.

Las cúpulas sindicales fueron funcionales a los gobiernos autoritarios a lo largo del período en que el Partido de Estado dominó la escena política nacional. Se podía vivir con tranquilidad mostrando el carnet de afiliación “al Partido de la Revolución”, recibiendo candidatos en escuelas inundadas de niños al borde de la insolación, entregando peticiones, cooperando para los comelitones, lanzando cohetes y recitando discursos; por temor, conveniencia o ausencia de principios muchos maestros asumieron con felicidad real o aparente la ignominia. El miedo a convertirse en objetos de la represión los mantuvo alejados de los esfuerzos democratizadores, sabían que el aparato de control era despiadado, para evadirlo a muchos les sirvió la indigencia moral.

El grueso del magisterio se mantuvo inmóvil, pero la cobija del clientelismo no alcanzaba para todos, la base se alimentaba de amenazas y esperanzas mientras que los artífices de la tranquilidad recibían buen pago por sus servicios. Estar en el lado correcto siempre tuvo ventajas, los fieles al statu quo podían alcanzar ascensos vertiginosos en la pirámide laboral, asemás, los vínculos con los depositarios del poder ponían a su alcance posiciones políticas, todo eso agudizó las tensiones en el SNTE e hizo odiosas a las dirigencias ante los ojos de gran parte de la base trabajadora.

Los jefes se quedaban con los mejores créditos, con viviendas, con los más cotizados espacios de trabajo. Recurriendo a infinidad de artimañas como el cobro por la realización de trámites, por asignación de plazas, cambios, promociones, se expoliaba sin recato a los maestros. De esa forma la crema y nata de la casta sindical amasó fortunas insultantes frente la humilde vida de la inmensa mayoría de los profesores.

Trocados todos los derechos, la movilidad laboral y la dignificación de la vida resultaban imposibles sin influencias. Se hacía pensar que tenía trabajo gracias al sindicato, que se ascendía gracias a las palancas, que una casa de interés social no podía tenerse sin el favor de los del sindicato. Los favores se pagaban con fidelidad, así que los caciques contaron con bandas de incondicionales que los defendían con gritos irracionales en asambleas, con porras, cánticos y golpes en los Congresos Seccionales, las huestes estaban disponibles para promover jefes cuando eran postulados a puestos de elección popular.

Por supuesto que en aquel modelo de sindicalismo había jerarquías, niveles, grados y clases. El arribismo lo último que puede generar es equidad, si nace y se nutre del mundo de las desigualdades sólo puede engendrar más disparidad. El charrismo de bajo perfil cosechaba minucias, los peces gordos sacaban mejores tajadas al Estado corporativo.

A lo largo de toda la belle époque el sindicato de maestros era invitado al festival del pasteleo del poder. Siempre tenía sus cuotas en el gobierno, entonces los profesores tuvimos el “honroso privilego” de que buena cantidad de compañeros accedieran a una presidencia municipal, una diputación, una senaduría, una gubernatura, a Secretarías de Estado y otras canonjías entregadas a cambio del sostenimiento de la paz en el magisterio.

Pero el “mundo feliz” no tuvo lugar para tantos, ahí estaban los notables. La vida cotidiana de los maestros era de humildad, de estrecheces, de tribulaciones laborales y humillación profesional. La defensa del salario, la mejora laboral, el reconocimiento de los saberes y el desarrollo de los maestros quedaron en el olvido, a expensas de la voluntad de los gobiernos. Las dádivas de cada quince de mayo se festinaban como logros y conquistas, pero se recibía lo que el poder determinaba porque no se conoce en la historia del SNTE una pelea colectiva para defender derechos, se sabe -eso sí-, de acciones de contención y esquirolaje a los esfuerzos combativos construidos contra la voluntad de los liderazgos.

Siendo el proceso de acumulación capitalista dinámico y cambiante, llegó un momento en el que para sus necesidades el Estado de Bienestar se convirtió en lastre. Fueron apareciendo entonces nuevas formas de gobernanza y se impusieron doctrinas económicas que consideraron pecaminosas las dádivas, se cerró la llave del huachicleo sindical y se inciaron las turbulencias que a la postre mandarían al basurero de la historia al modelo clientelar.

El advenimiento del neoliberalismo trajo nuevas ideas, modificó la envoltura de las relaciones políticas y en el plano de la cultura se planteó transformar a los sujetos en un capital humano que debe darse valor compitiendo contra todo. La nueva religión tuvo un fuerte reflejo en el campo educativo y fracturó los principios que nutrían la relación corporativa, la supervivencia del charrismo implicó su adaptación a las exigencias neoliberales.

En el capitalismo de última generación del SNTE solo queda el nombre, por la vía de los hechos ha sido desplazado como protagonista en la relación capital-trabajo. Pero las mafias siguen ahí, expoliando cuotas, medrando con recursos públicos, negociando canonjías, corrompiendo y coptando politiqueros ambiciosos que nunca faltan; el charrismo persiste, ahora como rémora que parasita las cuotas sindicales y los recursos públicos.

El Estado neoliberal le negó la intromisión en las relaciones laborales pero le ha puesto nuevo antifaz para que siga sirviendo de muro de contención contra los esfuerzos organizativos de la base trabajadora, el charrismo absolutamente inútil al magisterio en sus reivindicaciones frente al patrón, pero sigue ahí traicionero y corrupto.

Ya intentaremos caracterizar el SNTE reciclado, mientras nos toca a los profesores impedir que la flama de la libertad se extinga porque de eso depende la preservación de derechos y la transformación del mundo del trabajo. ■

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