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viernes, 19 abril, 2024
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Xavier Robles: una vida para el cine 

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Por: GUADALUPE ORTEGA •

La Gualdra 537 / In memoriam Xavier Robles (1949-2022) / Cine

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En 1976 un joven periodista, activista del Movimiento de 1968, integrante de la guerrilla urbana, recién afiliado al Partido Comunista Mexicano, llegaba al cine nacional. Xavier Robles tenía 27 años cuando una mañana repiqueteó varias veces el teléfono de su departamento. Tomás Pérez Turrent, el escritor de Canoa, el éxito cinematográfico de esos años, lo buscaba para comprarle la investigación que Xavier había realizado durante un año, sobre el caso de nota roja Las Poquianchis. El tiempo para escribir el guion se le acababa a Tomás y le urgía información que no fuera de la revista amarillista Alarma. Xavier aceptó la propuesta a cambio de que Pérez Turrent lo llevara como coadaptador. 

Xavier ya traía el gusanito del cine, unos meses atrás había escrito su primer guion, que también trataba sobre las famosas lenonas jaliscienses, lo había escrito de manera empírica, de lo que había aprehendido en cientos de películas que había visto como buen cinéfilo que era, y del ejercicio periodístico. Ese trabajo se lo dio a conocer a su cuñada Susana Kaminitz, actriz, quien a su vez se lo platicó a Gabriel Retes. 

Fue Retes quien le comentó a Tomás sobre el trabajo de Xavier. La causalidad tuvo su efecto y Xavier entró de lleno al cine con quienes serían sus grandes maestros: Tomás Pérez Turrent y Felipe Cazals. No podía haber tenido mejor inicio. Tomás y Xavier fueron nominados a las Diosas de Plata por el argumento y adaptación de Las Poquianchis, una película que antes de ser estrenada duraba más de tres horas y que Cazals se vio forzado a reducirla a 110 minutos, dejando en el filme buena parte de lo escrito por Xavier, ya que a él le había tocado escribir las líneas de los prostíbulos, el encierro de las pupilas y el juzgado. Tomás se había encargado de escribir la parte del conflicto campesino, que quedó muy disminuida por el recorte, lo que causó un distanciamiento entre Tomás y Felipe. Y desde ese momento Tomás tuvo un sueño: comprar algún día la película y editarla tal y como se proponía en el guion.

El éxito obtenido en la exhibición de Las Poquianchis permitió a Xavier ser aceptado en el único taller de escritura cinematográfica que había en ese entonces en la Ciudad de México, el taller de Josefina la Peque Vicens, donde se daban cita, además de la Peque, Matilde Landeta, Emilio Carballido, Jaime Casillas, Gregorio Casal, José Bolaños, Alberto Isaac, Ricardo Garibay, Luis Alcoriza, Luis Carrión, Gonzalo Martínez Ortega, Tomás Pérez Turrent, entre otros. 

Largas y acaloradas sesiones de lectura de guiones y argumentos, en las que relampagueaban el talento y la pasión, donde incluso hubo momentos en que las discusiones en defensa de personajes, estructura, diálogos terminaban en enfrentamientos cara a cara, y que gracias a la intervención de los más serenos se lograban apaciguar los ánimos. Debo decirlo, Xavier, el más joven de todos ellos, no se distinguió por su serenidad, aunque sí por su talento y sus convicciones ideológicas.

  Con lo que pudo abrevar en el taller de la Peque y pláticas con Tomás Pérez Turrent y Emilio Carballido, quien lo conocía desde pequeño, Xavier se empapó más de la escritura cinematográfica y en 1978 escribió Destino manifiesto, en el que colaboró su hermano Jorge Humberto Robles, sobre la ocupación de la Ciudad de México por el ejército norteamericano. La obra obtuvo el tercer lugar en el Concurso Nacional para Escritores de Cine de la SOGEM. El premio era filmarla, la dirigiría Jorge Fons, ese era el compromiso de los Estudios Churubusco, pero nunca cumplió. 

Este libro cinematográfico sería el primero en la biblioteca de Xavier que ocuparía un sitio en la parte dedicada a los guiones en espera de ser filmados, que en un principio era muy pequeño, pero conforme pasaron los años creció tanto que ocupó un librero completo, entre guiones largometrajes, cortometrajes, proyectos, espectáculos, propuestas para televisión cultural y también comercial, incluso series, aunque lo cierto es que Xavier nunca se llevó muy bien con la televisión. Por lo menos 35 libros cinematográficos, todos ellos premiados, son parte de ese librero. Recuerdo ahora títulos como La amiga de la mujer cocodrilo (1979) escrita junto con Juan Manuel Torres; Tierra de conquista (1980), el encuentro de dos mundos y de dos hombres: Hernán Cortés y Moctezuma; Benita (1981), sobre la vida de la comunista Benita Galeana; La verdadera historia del Tigre de Santa Julia (1987, nada que ver con la producida por Televicine) y Al pie de la letra (1993), ambas serían dirigidas por Felipe Cazals; Desde Neza con amor (1989); El ángel del metro (1993); El aleteo de la mariposa (1994); La máquina de Tinguely (1995 el asesinato de Colosio, que aunque hay una película posterior a la escrita por Xavier, este mucho más allá de lo dicho en ese filme, toca las profundidades políticas de corrupción y las redes de complicidades); Las armas del alba (adaptación épica de la obra de Carlos Montemayor, muy alejada de la película melodramática que se filmó y que le quitó la relevancia histórica del acto político); y La Toma de Zacatecas (2020, la puerta del triunfo de la revolución de 1910), último libro cinematográfico de Xavier. 

Últimamente Xavier estaba trabajando en Calles, el hombre que determinó las bases del Estado moderno mexicano y que ascendió y se sostuvo en el poder apoyado en el crimen y la traición, principales pilares de lo que llegaría a ser el PRI. Xavier, en su propuesta, miraría a Calles morir en su cama en la total impunidad, exactamente igual que Luis Echeverría. Esta propuesta, que Xavier presentó al FONCA en 2013 para obtener la beca del SNCA, fue rechazada por haberla considerado irrelevante y carente de interés cinematográfico, según le señalaron a Xavier autoridades de este organismo como respuesta a su protesta. Y por supuesto: no le dieron la beca.

Xavier era una máquina creadora, siempre me impresionó la rapidez con la que construía sus historias y con la que las escribía. Cuando traía en la cabeza una idea y me la comenzaba a platicar invariablemente venía a mi mente una frase: “donde pone el ojo pone la palabra”, porque ese fue el cine de Xavier, como el ladrillo de León Felipe, un detonador, un explosivo, un petardo para despertar mentes, para quitar el adormecimiento: Bajo la metralla; Noche de carnaval; Las Poquianchis; Que viva Tepito; Zapata en Chinameca; Muelle rojo; El Tres de Copas; Rojo amanecer (el rojo era parte de su naturaleza); Ayotzinapa, crónica de un crimen de Estado; La luz del alba

  Desde los inicios de su carrera cinematográfica Xavier obtuvo premios y reconocimientos por su obra filmada y no filmada, aunque el reconocimiento más satisfactorio siempre fue el que recibía del público. Con Rojo amanecer, así que pasaran los años, no faltaba quien se le acercara para agradecerle haber escrito esta película, para decirle que había sido fundamental en su vida y en su toma de conciencia. Las reacciones del público fueron la guía, las que le decían a Xavier que estaba en la ruta correcta; siempre dijo que él escribía y hacía cine para el pueblo, y en su búsqueda autoral seleccionaba temas que trascendieran, que atraparan la mente y en el corazón de los espectadores. 

La obra de Xavier, incluso la llamada comercial, llevaba siempre el cuestionamiento social. Como señalara uno de sus alumnos, movía a sus personajes como él quería, hizo a Carmen Salinas dejar de ser priista, a Antonio Aguilar producir una película cuestionadora del sistema y de la corrupción política priista como lo es Zapata en Chinameca. Y también como dijera un comunicador: “Si a Robles le encargaran hacer una adaptación de Blanca Nieves, es seguro que los siete enanitos le harían una huelga”. 

  Xavier no separaba su vida personal pública de su vida profesional artística, y siempre permaneció fiel a lo dicho por Rosa de Luxemburgo: «Lo más revolucionario que una persona puede hacer es decir siempre en voz alta lo que realmente está ocurriendo». La voz de Xavier, siempre crítica, se escuchaba, y se escuchaba alto, y esa voz lo convirtió en un escritor incómodo, aunado esto a la envidia que suele tener del talento. Estas dos cualidades de Xavier le crearon antipatías y segregación, no solo en las instituciones cinematográficas, sino entre sus propios compañeros. 

Recuerdo ahora una anécdota dolorosa por venir de sus colegas. En 1986, unos días antes de darse a conocer los nominados al Ariel, el nombre de Xavier Robles fue tachado de una lista de nominaciones a este premio. Lista que Xavier y yo vimos en la oficina de Sergio Olhovich, sobre su escritorio. Varios años después, Matilde Landeta, en una comida en casa, le pidió disculpas a Xavier por haber sabido de este acto y haberlo callado. Pareciera un contrasentido, pero con la exhibición de Rojo amanecer, Xavier empezó a parecerles más riesgoso a propios y extraños. Los productores privados dejaron de llamarlo, el Imcine lo fue haciendo a un lado y actualmente ni siquiera lo consideraba para ser jurado prefiriendo sobre él a jóvenes cineastas en ciernes, faltos de trayectoria y conocimiento, justificándolos por haber obtenido cualquier premiecillo producto del frenesí festivalero. Posición más política que cultural que no solo afectó a Xavier, y que ha actuado en demérito del cine mexicano, sobre todo en lo que se refiere a las producciones de ficción. 

Xavier se fue haciendo invisible no solo para el Imcine, también para la AMACC; en 2018, cuando fue propuesto por uno de sus compañeros para recibir el Ariel prefirieron otorgárselo a Queta Lavat, de pocos méritos cinematográficos, sin demérito de su persona, ¿por ser mujer? Porque de un tufillo feminista están invadidas las instituciones cinematográficas y mal entienden lo que es la lucha por los derechos fundamentales para mujeres y hombres. Reconocer a Xavier, a su obra, sería visibilizarlo y aceptar que tenía razón, que el cine que estaba apoyando el Imcine y estaba premiando la AMACC actuaba en demérito de este y de quienes lo estaban haciendo. Darle el Ariel de Oro a una mujer tranquilizaba conciencias que no pasan de estar en la medianía de la vida. 

  Xavier murió en un accidente automovilístico el pasado 24 de junio de 2022, pero las instituciones cinematográficas y algunas culturales lo invisibilizaron desde quince años atrás, hicieron que su obra pasara a ser reconocida como si hubiera sido escrita por el director. Y aunque Xavier sí fue golpeado fuerte, no se rindió y decidió tomar el camino independiente. Con el apoyo de jóvenes cineastas, incluso de empresarios de la postproducción, de organizaciones en lucha campesina, realizó los documentales Ayotzinapa, crónica de un crimen de Estado y La luz del alba, dos largometrajes que van más allá del testimonio, porque el fin de Xavier nunca fue solo testimoniar la realidad, sino ser parte de esa realidad, llegar al espectador desde adentro, desde las entrañas de los otros, que eran parte de él. 

  Xavier, extrañaré tu voz en mi oído, tus manos en tus caricias, pero no extrañaré tu voz que supo gritar rebeldía, porque tu voz es la mía, se queda conmigo, en mis escritos, en mis historias, en mi lucha, que es tuya y mía, por un mundo mejor y por un cine trascendente, porque como decía Felipe Cazals: “Solo hay dos clases de cine, el que se queda y el que no se queda”. Y el tuyo se quedó en tu pueblo, en los jóvenes, en tus alumnos, y no alumnos, en aquellos que al oírte y/o ver tu obra aprendieron que el cine es más que diversión. 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_537

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