La Gualdra 537 / In memoriam Xavier Robles (1949-2022) / Cine
En estos tiempos de serieastas, plataformas, pitchings, cuartos de escritores, audiovisual, showrunners y otras manifestaciones de la postmodernidad, vale la pena contar que existieron una vez unos cineastas que no dejaron que mataran al cine mexicano. Y no solamente no dejaron que lo mataran, le actualizaron el rostro y le insuflaron vida.
Uno de estos cineastas (cineasta, para mí, es todo aquel que trabaja en hacer una película: guionistas, directores, cinefotógrafos, etc.) fue Xavier Robles.
Yo supe de Xavier por Las Poquianchis; película que me llevó a pensar que sí era posible hacer películas mexicanas que contaran lo humano que somos, más allá de la mera apología del crimen.
Y ese cine de nuestra humana condición que se hizo en ese tiempo heroico, simplemente no existiría sin la pluma y la imaginación de Xavier. Ahí deja su filmografía para nuestro regocijo, de Las Poquianchis a La luz del alba.
Yo no conocía a Xavier Robles, más que de oídas, sino hasta un festival en la Habana a principios de la década de los noventa del siglo pasado, cuando ya habían escrito, él y Guadalupe, su mujer, ese punto culminante y necesario de nuestra cinematografía que se llama Rojo amanecer. Él habló, los dos bebimos y yo escuché.
Ese día entendí que el cine de Xavier Robles era poderoso porque había un punto de vista como necesidad en las historias que contaba; y es bien sabido que el punto de vista no se aprende en los manuales ni lo venden en ningún lado. Al punto de vista hay que construirlo a partir de dejarse tocar por el mundo y por la vida, a chingadazos, pues. Y por si eso no bastara, Xavier era un hombre coherente y por ello un hombre moral; cualidad que se paga caro: el aislamiento y la sobrevivencia cuando menos.
Entendí que Xavier amaba al cine; no con el amor fraterno y cristiano, sino con el amor que engendra, con el amor violento de la pasión: “Si me dejas te mato”. Su amor por el cine lo imagino igual que el amor de José Revueltas. El punto de vista, la coherencia y la pasión son los vasos comunicantes que los unen.
Por eso el cine de Xavier es nuestro cine. Me honró con su amistad. El cariño y el respeto fueron mutuos y siguen siendo mutuos con Guadalupe. Ahora, mientras escribo estas líneas al amparo de la música de Dylan, pienso en lo que Octavio Paz le dijo a las palabras: “Lloren, putas”; y me pregunto qué le diría Xavier a sus personajes para exprimirles sus deseos, sus pasiones, sus miserias y sus diálogos.
* Director y escritor de cine.
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