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sábado, 20 abril, 2024
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John Wick 4: las virtudes del cine de acción

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Por: ADOLFO NÚÑEZ J. •

La Gualdra 572 / Cine

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En el cine comercial contemporáneo, el género de acción usualmente está relacionado con producciones desangeladas y sin mucho valor artístico, siendo su principal atractivo el simple divertimento para los públicos masivos. Esto se ve reflejado, a su vez, en su rendimiento dentro de la taquilla y en la posibilidad de establecer a futuro una franquicia que resulte redituable.

La saga de John Wick, protagonizada por el mítico Keanu Reeves y dirigida en su totalidad por Chad Stahelski, si bien cae dentro de todos estos lugares comunes, también cuenta con ciertas características que la distinguen de otras sagas y producciones del género. Sin ser planeada de manera inicial como una franquicia, la primera película de la saga, estrenada en 2014, presentaba una premisa bastante peculiar, así como una mitología propia que se fue expandiendo en sus siguientes dos secuelas, estrenadas en 2017 y 2019, respectivamente.

La historia de un asesino implacable quien, después de vivir una vida normal, se ve obligado a volver al bajo mundo criminal al que alguna vez perteneció sólo para descubrir lo difícil que es escapar del mismo. Dicha premisa converge de manera espectacular y emocionante en John Wick: Chapter 4 (2023), la más reciente película de la saga, donde el arco del homónimo protagonista aparentemente llega a su final.

Con un tono que oscila entre lo épico, lo dramático y lo absurdo, la cinta asombra por sus elaboradas escenas de acción, que de manera continua ponen a prueba las leyes de la física y resultan gratificantes en una época donde los efectos digitales se han utilizado una y otra vez hasta el hartazgo. Si bien se hace uso del CGI, su presencia resulta mínima y sólo está incorporada para retocar las impresionantes coreografías de batallas que conforman el largo del filme.

Con una trama simple (al igual que en las anteriores entregas), la cinta de casi tres horas de duración se estructura alrededor de tres monumentales set pieces de acción: el primero en Japón, el segundo en Berlín y el tercero y más deslumbrante, en París. Cada uno es un evento climático repleto de adrenalina en donde Wick y sus perseguidores tienen todo tipo de enfrentamientos, que involucran golpes a puño limpio, armas, cuchillos y hasta persecuciones en auto.

El filme es un delirio de violencia, una sinfonía de acción inverosímil pero que cuenta con cierta escala humana palpable. Dentro de los incontables enfrentamientos que aparecen en pantalla, Stahelski hace uso de todo tipo de recursos con una habilidad de montaje admirable. Aquí las peleas no son capturadas con muchos cortes breves (rasgo característico del cine hollywoodense) sino con una serie de planos largos que hacen que todo lo que se ve frente a la cámara resulte un poco más creíble.

En ese sentido, la película toma mucho del cine de acción asiático, tan popular durante la década de los 90. Además, está configurada con influencias del cine clásico de Buster Keaton y el género del western, entre otros.

La saga de John Wick y, más en concreto su cuarta y última parte, resulta ser un cúmulo de influencias y estilos cada vez más atípicos en el cine industrial moderno. Al igual que las sagas de Mad Max y Misión Imposible, es una franquicia con una identidad propia, que deja muy en claro las virtudes del género de acción en términos de espectacularidad, además de demostrar que el cine de escapismo no tiene por qué estar peleado con la calidad.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra572

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