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viernes, 19 abril, 2024
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Reflexión intempestiva

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

La complejidad de la historia se ha desbrozado con dos metáforas centrales: por un lado, la narrativa del desarrollo teleológico de Hegel, cuyo ejemplo es la “Fenomenología del espíritu”, en la que cada encarnación del espíritu es superada al doblarse y resumir en la nueva etapa toda la previa. Y por el otro la idea que la historia carece de teleología porque consiste de una serie de capas, o estratos, que al irse desvelando puede conducirnos a la “verdad” del origen. Ejemplos de esta vertiente son la propuesta historiográfica de Michel Foucault en “Las palabras y las cosas” o el estilo visionario de Kant en sus escritos sobre la filosofía de la historia (i.e. “Idea de una historia en sentido cosmopolita”). Pero también aparecen cuando se quiere fundar una “historia local” como dependiente de un proceso general al que, bajo la égida de las concepciones previas, o bien se le funcionaliza por lo que cualquier evento local es vital para la constitución de la historia global, o bien se le separa, para que funja como estrato que debe ser descubierto por la investigación histórica de los archivos periféricos. Ambas modalidades son depositarias del pensamiento del siglo XIX europeo aunque aparecen a lo largo de América como parte de los medios que tiene para “inventarse” al definir su política, su literatura, su ciencia o, brevemente, su “ser”. Así, cuando Francisco García González establece la periodización de la historia de la UAZ en su “Los años y los días de una institución” y coloca al fin de todo el proceso la “conciliación” de las facciones universitarias en pugna es, claramente, un autor que percibe una teleología en el devenir universitario: todos los eventos han de concluir en la administración plural de los años noventa que se abandono a raí de la reforma de 1999. Por eso tal historia esta mellada. Sin embargo, podemos leer en “Desde el murmullo” de Eduardo Remedi un ejemplo de la metáfora de los estratos históricos, de la profundidad del inconsciente universitario y del progresivo desvelamiento de los errores cometidos. Por eso enfatiza que los universitarios no aprenden, y prefieren las utopías voluntaristas a la dura, pero inevitable, realidad de las cosas. Pero hay algo que no nos revela Remedi, y que García González ni siquiera considera: ¿por qué los universitarios no aprenden?, es decir, ¿por qué cometen los mismos errores una y otra vez’. La trágica demostración de esta cruenta situación es el presente problema de la UAZ: un panorama de ausencia de recursos, de corrupción impune (vaya de ejemplo la “Estafa maestra”), de inmovilidad de la administración central para resolver los problemas cotidianos (de cargas de trabajo, de violencia entre universitarios, de miseria docente), de pasmo del SPAUAZ. Parece más urgente la cuestión planteada si recordamos que se consideraba resuelto el problema financiero con las gestiones de Amalia García en 2006. Nos gustaría adelantar otra hipótesis, inspirada en los esquemáticos elementos que ofrecimos al comienzo de esta nota. García González, en la obra citada, no considera el asunto de los errores de los universitarios porque, desde su hegeliana perspectiva, no es posible que existan: el desarrollo de la universidad, como el del universo, es una dialéctica que, en la transición de una etapa a otra, aprende de sus errores, los supera, resume y suprime. Así, la etapa de la lucha entre grupos se supera y resume en la “pluralidad” de los noventa. Y esa “pluralidad” quedaría caduca con los resultados de la reforma de 1999. Por supuesto que estas historias, como las de Hegel, son fantasías: no hubo tal pluralidad sino reparto de grupos, ni existe una continuidad entre ese reparto y las reformas del 99. Por eso nunca fue posible llevar adelante el modelo UAZ Siglo XXI: no tiene relación con la lógica inherente a la política universitaria de apropiación de los recursos públicos para fines privados que encuentra su culminación en la “Estafa maestra”. Se dice en los discursos, cuando se recuerda, que no fueron “todos” los universitarios los que participaron ahí, que los muchos no deben cargar con las culpas de los pocos. Pero no han aparecido esos pocos, y por una buena razón: la lógica de la apropiación que impera es una red de complicidades parecida a un castillo de naipes: si cae uno, caen todos. Quizá exageramos, pero si uno cae, se lleva consigo a varios. Hay otro elemento para complementar la idea de una “lógica de apropiación”, cuya historia desconocemos, y es aquel que aparece en las historias teleológicas de la mano del marxismo: la idea de una polarización resultado del sistema de reproducción social. En la UAZ hay los patrones o dueños de la finca, y los siervos de la gleba o asalariados, cuya conflictividad divide su historia, Pero aquí ya cambiamos de metáfora: debemos desvelar una relación de opresión que estaría operando a lo largo de la historia de la universidad, una en la que no hay garantía de solución. Si los universitarios no aprenden no es porque no puedan, o quieran, sino porque la lógica de la apropiación, el recio tejido de los intereses de grupo, es lo que lo impide.

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