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miércoles, 24 abril, 2024
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La palabra no salva: Lorena Huitrón Vázquez

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Por: Armando Salgado •

La Gualdra 430 / Entrevistas / Poesía

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Lorena Huitrón Vázquez (Xalapa, 1982). Estudió Lengua y Literatura Hispánicas. Ha publicado: Parábola del desconocido (FETA, Colección la Ceibita, 2012); Erigir una Fortaleza (Instituto Literario de Veracruz, 2013); Una violencia sencilla (Sedeculta, Instituto literario de Veracruz, 2017), libro ganador del Premio Nacional de Poesía Experimental Raúl Renán 2015; Wintu (digital, Stomias Boa, 2017); y El oficio del escarabajo (Ediciones el Humo, 2019). La obra de Lorena Huitrón Vázquez, reflexiona de forma persuasiva y muestra al poema como un cuerpo flexible, plural, palpable. Lo circunscribe en torno a la experiencia personal que no busca un significado, sino que, usando las palabras de Lorena: “complica provechosamente las verdades aparentemente sencillas”. Es importante seguir la obra de autoras contundentes y necesarias, que sin estar en las “grandes ciudades” aportan, reconfiguran y escriben con honestidad.

 

Armando Salgado: Este ciclo de acercamientos nos ha permitido comparar distintos puntos de vista de personas que viven en todo el país. ¿Para ti, qué significa vivir en Xalapa?, ¿cómo ha sido escribir desde Veracruz?

Lorena Huitrón Vázquez: Me gusta vivir aquí por la naturaleza, la gastronomía, por la actividad cultural, pero a la vez es doloroso por los feminicidios, por la persecución y muerte a periodistas, las desapariciones forzadas, las fosas, la corrupción, el crimen organizado, los malos gobiernos (el de Javier Duarte dejó muchas cicatrices de las que aún no nos reponemos) y otras malas gestiones (el PAN y sus juniors robaron a destajo).

En Xalapa hay pocas oportunidades para tener un sueldo decoroso. O trabajas en la administración pública o para empresas privadas que pagan mal, los contratos son de palabra o son por un periodo corto, estás a expensas de la explotación. Trabajar en la Universidad Veracruzana es un videojuego en el que tienes que recorrer no sé cuántos mundos para ver si te dan una materia como profesor porque las plazas parecen sempiternas. En lo cultural es activa, hay exposiciones, muchas funciones de teatro, danza y música. Residen ilustradores, fotógrafos, pintores. También hay teatro infantil. Eso me gusta mucho.

Aquí vive José Luis Rivas, uno de los poetas y traductores que más admiro y respeto no solo por su trabajo sino por el apoyo y amistad que desde hace diez años me ha brindado (es muy alivianado, divertido). Se diferencia del resto de los señoros (no podría haber un término mejor) que abundan por acá, son una suerte de hacendades (hombres y mujeres por igual), defienden a la mala un espacio cultural que para ellos es un latifundio. Me dan risa porque piensan que deben ser los únicos “escritores” de Xalapa. Son recelosos. Se caracterizan por una escritura grandilocuente y por tener una visión rancia de la literatura y de la vida. Sin embargo y por fortuna hay varios chavos que están traduciendo, tienen propuestas editoriales muy finas, hacen festivales, organizan lecturas. Me gusta lo que hacen, me gusta cómo escriben.

Te diré algo. Pese a que Veracruz cuenta con buenos artistas hay una displicencia, a veces explícita, a veces velada, por esta región. He experimentado el trato de “poeta de provincia”, como si fuésemos exóticos, como si no pudiéramos proponer. Eso es una tontería. No todo es Ciudad de México o Guadalajara. Si no hay visibilidad de lo que hacemos no es porque no haya talento, es justo por esa displicencia. No hay que irse a vivir a huevo a Ciudad de México. Si la resistencia tiene que ser desde acá que así sea. Otros datos importantes de mi ciudad: chelas baratas y artesanales, buenísimas. Se puede beber un buen café todas las mañanas.

Lorena Huitrón Vázquez. Foto de Badir Jácome.

Lorena Huitrón Vázquez. Foto de Badir Jácome.

 

AS: Cuéntanos, ¿cómo empezaste a escribir poemas?, ¿cuáles lecturas consideras fundamentales para ampliar las nociones de lo poético?, ¿cómo diste el salto para ver a la poesía más allá de un género?

LHV: Tuve dos experiencias que me cambiaron el modo de escribir. Antes de eso estaba influida por lo grandilocuente y por personas que no me daba cuenta en ese momento eran machirulos y su visión de la poesía era así, cuando eres insegura es fácil rodearse de esos chacales. Primero me operaron del ojo izquierdo por tener queratocono y la cirugía fue un viaje total. Meses después nació mi hija y fue por cesárea. En ese tiempo (2013 y 2014) escribía algo sobre las cicatrices –lo que dio origen a Una violencia sencilla– y empecé a documentarme, a leer textos no literarios, de medicina. Encontré cosas increíbles. Muchos médicos describen mejor el mundo que algunos escritores, en especial los de los siglos XVIII y XIX. Me quedé clavada con funcionamientos, con asociaciones. Eso me llevó a leer otras cosas. Creo que también me ha ayudado tener amigos con otras profesiones. Mi abuelo fue médico y uno de mis mejores amigos también. Me encanta cuando me muestra fotos de trasplantes.

No me gusta hablar de “lecturas fundamentales” porque estoy en desacuerdo con la idea del escritor como guía o líder de opinión, como alguien que viene a adoctrinar. Es tramposo y atiende a posiciones de poder que a mí no me interesan. Lo que a mí me acompaña no será lo mismo que a alguien más. Se trata de compartir. Si a alguien le da curiosidad esto será fenomenal. Mis preferencias de ayer y hoy son Las olas, de Virginia Woolf; La muerte y la primavera, de Mercé Rodoreda; la poesía de Mario Montalbetti; el texto “Projective verse”, de Charles Olson; Introducción a una poética de lo diverso, de Édouard Glissant; Muerte en la Rúa Augusta, de Tedi López Mills; Se llaman nebulosas, de Maricela Guerrero; Mi vida, de Lyn Hejinian; textos médicos franceses del XIX, Antonio Gamoneda, Jocelyn Saidenberg, Sharon Olds, Pierre Michon, John Thompson, René Char. Una termina insatisfecha al contestar esto por la falta de espacio, hay muchos más escritores, es injusto, ja, ja.

 

AS: ¿Qué opinión tienes sobre las universidades, los planes de estudio de educación básica y otros espacios donde se sigue compartiendo la idea de que lo poético es unilateral, estrecho y ceremonioso?

LHV: Es un problema piramidal. Si a los padres no les gusta leer y no fomentan desde pequeños el gusto a los hijos es el error número uno. Después están los maestros de primaria, secundaria y prepa. Si nunca les gustó leer y son de los que se conforman con su plaza y su sueldo pagado bien puntual no buscarán estrategias de lectura, sus clases serán abúlicas y los chicos van a bostezar. En el caso de varias escuelas particulares –al menos en Xalapa– son lugares que promueven el racismo y el clasismo, lo último que interesa es que los chicos lean, se cuestionen, son objetos de consumo y los maestros se someten a sus caprichos. En las universidades, qué te puedo decir. No basta un doctorado en el Colegio de México y llegar a adoctrinar con soberbia a los chicos. En los programas de literatura siguen faltando las escritoras, el debate, cuestionar a los señoros canon de la literatura mexicana que también escribieron verdaderas plastas. Hay varias grietas que trabajar.

 

AS: Has publicado obra inédita en varios sitios electrónicos, asimismo has publicado distintos poemarios y una novela: ¿qué tópicos consideras recurrentes en tu escritura?, ¿cómo logras no repetirte en cada libro que publicas?; Una violencia sencilla (ILV, 2017; Premio Nacional de Poesía Experimental Raúl Renán 2015), ¿tiene algún trazo distinto en tu obra?, ¿qué representa para ti incidir en varios géneros a la vez?

LHV: Sí tengo varios textos con temas recurrentes porque, lo dije antes, me clavé en textos médicos, de psiquiatría, matemáticas, biología, mi experiencia como madre (tema que el machirulismo literario mexicano desestimó durante años y me encanta leer que ahora hay varias poetas que están escribiendo sobre eso). Me gusta ver hasta dónde puede llegar el discurso, echar mano de la investigación y del trabajo interior pero sin sacralizar nada. Hay que desacralizar la palabra. A veces un poema no quiere decir nada y está bien. Un poema no es un texto que debe tener múltiples significados. Quien piensa que la poesía es la revelación y la palabra es sagrada es alguien que bebe el té con galletas a espaldas de una ventana cuya vista da a un mundo que caga y arde. No somos superiores a nadie.

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AS: ¿Qué opinas de los premios literarios, las becas de escritura y los encuentros de escritores?, ¿apostarías por otros caminos para difundir y fomentar la literatura en escuelas y en la sociedad en general?

LHV: En un país con tanta desigualdad social los premios y becas son un aliciente y un apoyo económico. Ahora hay incertidumbre por la anulación de fideicomisos. Cada vez se cierran más las puertas. Los escritores no somos holgazanes. Las oportunidades laborales son pocas y los sueldos son bajos, las becas a veces son un segundo trabajo para pagar las cuentas, para mantener familias, para salir a flote. Esta anulación también nos somete al Estado, y de manera más autoritaria: te lo quito de tajo, te aguantas y no propongo algo más que pueda ayudarte o compensarlo. Eso también es abuso de poder, no es antineoliberalista. No se ataca un sistema, se le cambia de color y de forma. Para desmontar el neoliberalismo se requiere cambiar jerarquías y estructuras de pensamiento que no a todos en el poder les conviene desarmar.

Los encuentros de escritores son lugares para crear afinidades, redes de trabajo y apoyo, pero también están los desencuentros. Hasta el momento tengo buenos recuerdos. He conocido a personas maravillosas, incluso hice nuevos amigos a quienes quiero muchísimo y les escribo con regularidad (como Eva Castañeda). Siempre habrá alguien con quien te lleves bien y con quien te lleves mal. No pasa nada. Me gusta ir porque me divierto cuando conozco a escritores impostados. El año pasado conocí a una chilena, mamonsísima, grosera, pero cuando le tocaba su turno para hablar usaba camisetas con mensaje político y lloraba amargamente. Son del grupo de chavas falsas activistas y falsas sororas. Como ella hay un montón. Sobre otras propuestas para difundir las hay, pero a veces no son efectivas. No es error del escritor o de los organizadores. A la gente no le interesa. Una vez leímos en un mercado. El resultado no fue muy alentador.

 

AS: ¿En esta realidad compleja donde existen contingencias y donde es evidente la crisis ambiental, ¿qué sentido tiene la literatura?, ¿qué cosas hace Lorena Huitrón para no perderse entre el caos moderno y lograr respirar con tranquilidad?

LHV: La literatura puede ayudar al confinamiento pero no salva. La palabra no salva. A mí no. Forma parte del método para sobrellevar esta crisis pero no lo es todo. Hago mi revisión diaria en Instagram de Memelas de Orizaba, limpio la casa con rolas de J Balvin, bebo a veces un vasito de cerveza bien frío, juego con mi hija, hago acuerdos con mi esposo, añado canciones a mi playlist de Spotify, echo el chisme por whatsapp o videollamada con mi familia y amigos, hago mis clases virtuales de flamenco. Voy a la azotea.

 

 

 

Responsables

[fragmentos de El oficio del escarabajo (Ediciones el Humo, 2019)]

 

Del siglo XIII al XVIII, el testamento fue el medio que todo el mundo tenía para expresar, a menudo de forma muy personal, su apego a la gente amada.

No todos los moribundos confiesan o piden perdón. No fue su voluntad.

O no pudieron. Como aquellos que van camino a otro país incierto. O quienes van por dulces o al mandado y días después aparecen en un terreno baldío.

A ellos les quitaron su derecho a confesar.

Morimos por

cerebro

corazón

pulmones

 

Pero cuando se está sola ante la muerte,

el alma (según) entrega

 

arrepentimiento

afecto

historia

rencor

*

 

¿En qué momento podemos decir con seguridad que somos herederos de lo material que nos dejan los difuntos?

René Char es quien mejor responde a mi pregunta: a nuestra herencia no le antecede ningún testamento.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_430

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