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jueves, 18 abril, 2024
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El autor de series o de cine

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Por: PAULA MARKOVITCH • ADRIANA JIMÉNEZ •

La Gualdra 427 / Desayuno en Tiffany’s, mon ku / Series de TV

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Concluiré ahora con la reflexión acerca de las series de TV, territorios que se han convertido en nuestros paseos de la tarde, durante esta pandemia. Creo que en la década pasada, se había producido un cambio interesante en la noción de “autor”. Pienso que es curioso que justamente sea en el “cine de autor”, donde se manifiesta habitualmente una peligrosa confusión.

El director de un filme aún hoy es considerado “un autor” siempre y el escritor suele ser ubicado como “un miembro más” del equipo. Al situar al escritor en la posición de asistente narrativo se tergiversa el lugar del relato. En el llamado cine de autor, curiosamente, son pocos los cineastas que son autores realmente. Es decir: en los hechos, no es la persona a quien se le atribuye “la autoría”, el verdadero creador del universo y los sentidos de la película.

Por otro lado, la industria del cine también propone un equívoco: en el caso de cine industrial, se traslada el concepto de “creación” hacia el capital. ¡El dinero manda! El productor es un patrón que contrata especialistas de las diferentes áreas para configurar una propuesta. La hipotética autoría se atribuye en estos casos… a la maquinaria misma de la industria de la que todos son “empleados sustituíbles”.

En estos casos, el productor suele remitirse a fórmulas probadas (como si existiera una sola manera correcta de hacer las cosas). Tal vez por eso se han publicado tantos “manuales de guion” que prefiguran los pasos adecuados para contar una historia. Como si la actividad narrativa fuera un “procedimiento”. Muchos de los conceptos vertidos en estos manuales son muy útiles, pero parten del principio equivocado de que las herramientas son válidas universalmente; es decir, que existe algo así como “un esquema narrativo” que funciona siempre, pero la variedad de géneros dramáticos surgidos en una civilización y un período específico nos demuestra que el relato es tan variado y diverso como la vida misma.

Desde mi punto de vista, ni la “mística inspiración”, atribuida actualmente al director en el llamado cine de autor, ni el acartonamiento del cine industrial, resisten la prueba de una narrativa extensa.

Hace una década, las series vinieron a evidenciar la necesidad de un autor-narrador que configure un universo, a través de su pluma singular. La serie volvió a poner al escritor, en un lugar de dignidad narrativa.

Al escritor se le restituyó durante un período la posición de “creador”, en el contexto de la industria audiovisual… los escritores pasaron a ser nombrados “creadores” y también “productores”; nada más realista, ya que el escritor es quien cuenta una historia, el verdadero productor de sentido. Creo que fue por eso que los relatos adquirieron durante unos años, una enorme salud expresiva.

Al mismo tiempo la legitimidad narrativa propone siempre innovación. En los seriales de la década pasada –Braking Bad, Los Soprano– si bien había “un creador”, también existía un equipo de escritores que aportaban cada quien su propia perspectiva. En ese sentido, al legitimar la autoría, se pondera, paradójicamente, el anonimato: el relato como un mecanismo autónomo que se nutre de miles de almas.

Igual que en el caso del fabuloso compendio árabe “Las mil y una noches”, cuyas múltiples versiones se retroalimentan, el relato se convierte en un organismo vivo. En el cine de autor, se pondera la originalidad y nos ofrece muchas veces producciones desdibujadas, ininteligibles, relatos débiles. Por otro lado, en el cine de productor la industria aporta productos acartonados y repetitivos.

En cambio, cuando el escritor está ubicado en el lugar de creador se sitúa en la posición que él necesita para poder narrar. El escritor hace su tarea, pero además se ve transformado por su propia escritura; plantea una cosmovisión, su mirada se modifica y enriquece a medida que él avanza con su pluma.

Un verdadero creador es rebasado por su creación; la obra vive y palpita más allá de él; en ese sentido, el anonimato es la otra cara de una creación auténtica. En las mitologías, los relatos se contradicen, se desmienten. El personaje, fortalecido e independiente, bebe de la sangre del autor, atraviesa la puerta y sale a vivir su propia existencia.

Lamentablemente, el capital no resistió perder el control ni siquiera por motivos financieros. Las exitosísimas series de “creador”, no solo eran buenas sino que aportaban muchos millones, pero el poder fáctico no se conforma con tener ganancias, sino que necesita dominar y desmembrar. El poder fáctico envidia al “poder creativo” desde tiempos inmemoriales. La libertad de un narrador, resulta secretamente ofensiva y peligrosa.

Así, Sherezade entretiene y distrae al sultán. Él se deja hechizar durante un tiempo; a veces se siente demasiado enamorado, pero se tranquiliza recordando que al final… le cortará la cabeza. Pasan mil noches y una más: la cabeza de Sherezade cae rodando en la alfombra. Se derrama su sangre y se pierden sus secretos.

El poder fáctico, descarta y mata o a veces asimila, soborna, intimida y conquista. Las grandes cadenas adoptaron las series y (con algunas excepciones) las estandarizaron; las convirtieron en fórmulas vacías e iguales. Los escritores volvieron a trabajar para sus “patrones” disimulando la singularidad; repitiendo esquemas, predigeridos y, paradójicamente, menos efectivos comercialmente. Policías envalentonados y sin imaginación “investigan” durante cientos de episodios y al final descubren asesinos mediocres. En Latinoamérica, la telenovela se disfraza de serie con la única diferencia de que las protagonistas, frágiles y llorosas, ahora andan armadas y trafican estupefacientes.

Nuevamente estamos “dormidos” soñando lo mismo día tras día. El sultán se aburre en plena pandemia. Ha perdido el vigor, extraña a Sherezade; no tiene erecciones y se pasa los días limpiando sus propias uñas con la punta de la espada. Afortunadamente, la experiencia viva siempre es novedosa e inagotable.

Aquí estamos todos, esperando que Sherezade regrese; queremos ver su velo ligero, la danza de sus labios cuando ella nos cuenta un cuento. Sus párpados oscilan sobre sus ojos astutos e infinitos. Su voz tiene el sonido del viento… ella regresará porque siempre regresa; su muerte fue solamente el final de uno de sus cuentos. Caminará hacia nosotros atravesando la mediocridad y el aburrimiento.

Solo esperamos que esta vez, las mil y una noches duren mucho más tiempo.

 

 

 

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