La Gualdra 427 / Río de palabras
Entre las amplias salas de algún magno museo
donde se circunda una novelesca escalera
—enorme palacio hecho con piedra o mármol seco
por el cincelar de una degollada quimera—
esconde sus huecos craneales el gran pintor,
dueño de un jardín repleto de flores malsanas,
quien con sólidas uñas dio implacable color
a mórbidas escenas hechas con negra plata
e hizo brotar sangre al rostro de Pierrot doctor
que lee un libro y porta un holgado ropaje blanco;
quien oculta a mitad de sus sienes el horror
como ramo de finísimo cabello magro;
posa poseso, iluminado por el hastío,
aureado por vocablos de brumosa tiniebla
que lo viste con traje de fúnebre amorío,
abraza su cuerpo, de la vida lo hace presa;
aquel moño de araña a la yugular doblado
luce bajo sus delgados y cerrados labios:
ambas córneas capturan la salida del llanto,
humedecen su destello, abruman este cuadro;
de su oído los pliegues atentan cual ex voto
el galope de un sátiro con panesca flauta
y la luz de su frente incendia todos los ojos
que osan enfrentar la tela de mirada incauta.
¡Ah, monstruo que mancha el papel con tóxica tinta,
horticultor —también tallador— de líneas de ónix,
crea con tintura a nuestra lóbrega nodriza,
e ilumina al lienzo terrenal para él tan dócil!
Sus pasos aún se escuchan por el Barrio Latino,
es una gárgola acuática de catedral
que cerca de la barda, a raíz de un agrio vino,
duerme bajo cabellos de musa en Montparnasse.
A una docena de gatos saltando el tejado
su mirada evoca como a mil mujeres muertas
—la Esperanza rendida ante un vahído centauro—:
¡Oh, tú, bardo de la ilustración! ¡Oh, Julio Ruelas!
https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_427