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jueves, 28 marzo, 2024
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Nunca más la comodidad de nuestro silencio

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Por: LILITH DWORKIN •

Ser mujer y ser feminista es mal visto. Pero ser adolescente y militar en el feminismo radical es un acto de valentía. Las mujeres somos bombardeadas constantemente por los medios de comunicación, redes sociales, publicidad, familiares, amigos, amigas y parejas sobre cómo debemos ser, la manera en que tenemos que lucir físicamente, la forma en que nos debemos comportar y como debemos pensar.  Ser feminista es cuestionar estas formas, es ir más allá de lo establecido. El feminismo radical es gradual y me atrevo a decir que inevitable, el cuestionamiento crítico te lleva a esta postura. Es darte cuenta que todas las decisiones individuales tomadas por “libre elección”, están regidas por un sistema y una estructura que va más allá de la persona que eres, están determinadas por la sociedad.

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El patriarcado es el predominio del varón en un grupo social, esta estructura es más compleja de lo que parece, para que éste sistema pueda reproducirse se necesitan roles de género, los cuales son las normas sociales que determinan el comportamiento socialmente aceptado para hombres y mujeres.  Estos nos son inculcados desde el momento de nacer y ponen en desventaja a la mujer respecto del hombre, con cosas como  si nace con vulva deberán perforar sus orejas y cuando pase el tiempo jugara con  muñecos bebes para que aprenda su más grande aspiración en la vida que es ser madre y ama de casa. Mientras, a los niños se les enseña a jugar a profesiones para que sepan que  pueden ser lo que quieran en conjunto con numerosos juegos agresivos y violentos  demostrando que el usar violencia es normal, así se solucionan los problemas.

Al llegar a la adolescencia estos roles ya están sumamente marcados y arraigados, tenemos hombres violentos que saben que pueden lograr cualquier cosa que se propongan y mujeres sumisas, calladas y sonrientes que entiende que su más grande objetivo es el ser “bellas”, que saben que su inteligencia y determinación no basta y que además es inválida si no son bonitas.

Ser feminista radical es rechazar estos roles de género que ponen en desventaja a la mitad de la población mundial y encubren y protegen a la otra parte de la población, ser feminista radical es llegar a la raíz, sacudir sus estructuras para poder cortar de tajo el problema. El feminismo radical no busca igualdad, busca la libertad y emancipación de las mujeres.

Las mujeres hemos tenido que reapropiarnos de lo que históricamente nos fue arrebatado, tenemos que luchar por la autonomía de nuestras cuerpas y de nuestros pensamientos. Y cuando quien milita y lucha por autonomía es una mujer adolescente no sólo se tiene que enfrentar a las limitantes del sistema que invalidan la opinión de la mujer, también nos enfrentamos a la constante ridiculización de nuestros actos: “lo hacemos por moda”, “es una etapa”, “eso no te va a llevar a nada, mejor consíguete un novio, falta te hace”, “estas muy joven si quieres opinar, primero termina de estudiar”, “¿tú fuiste violada o por qué eres tan intensa?”  Por mencionar sólo algunos de los comentarios que me han dicho a lo largo de mi proceso como adolescente radfem.

Comprender la  cruda realidad de ser mujer adolescente es difícil, pero una vez que abrimos  los ojos no volvemos a callar nunca.  Comencé a militar en el feminismo radical luego de leer algunos libros a los 14 años, apenas comenzaba a comprender lo que decían otras mujeres, pero me hacía sentido porque había  vivido en demasía diversas formas de violencias. En ese momento ya me había enfrentado a la humillación de compañeros de clase por mi aspecto físico, me enfrente a maestros que me expusieron grupalmente por haber respondido mal alguna pregunta y celebraron el “tan burra, tenía que ser mujer”, mi familia ya me había hablado de que yo no podía salir con ropa corta o pegada a la calle “porque iba a provocar a los hombres”, mis compañeras de clase ya me habían llamado “zorra” por platicar con algún niño, algunos hombres ya me habían enviado por mensaje fotos no solicitadas de su pene, compañeros mayores de la escuela ya me habían pedido fotos sin ropa haciendo uso de la manipulación y luego amenazado con pasarlas a todo mundo, ya había sufrido abusos sexuales de parte de hombres y yo no podía entender por qué con escasos 14 años de vida podía entender las vivencias de esas mujeres feministas radicales. Yo entendía lo que decían, su sentir, sus sufrimientos. Entendí que el ser feminista no está en las universidades, ni  está en las librerías, tampoco en las redes sociales. Está en el barrio, con la vecina, con mi mamá, con la mujer de al lado mío en el camión, el feminismo soy yo, somos todas, es ser mujer. Porque todas somos sobrevivientes.

Las feministas radicales repudiamos toda forma de opresión, afirmamos que la sexualidad solo se puede vivir desde el respeto y desde el consentimiento. Creemos que el consentimiento no se compra, si alguien paga a una mujer por su consentimiento es porque ella necesita dinero para sobrevivir, no el sexo. Entonces eso es violación. Creemos en la abolición de la pornografía porque esclaviza a otras siendo víctimas de violencia sexual, violencia psicológica y económica. Así pues el feminismo radical no solo es antipatriarcal sino también anticapitalista pues dentro del capitalismo las mujeres somos vistas como objeto de consumo, somos un producto de compra y venta. Abolir el patriarcado significa también la caída de las industrias más ricas y que más reditúan al sistema: la prostitución y la pornografía. El feminismo radical postula que las únicas capaces de sentir la opresión somos quienes nacemos con vulva, pues ser mujer no es un sentimiento ni una identidad, es una realidad biológica.

Soy feminista radical y soy adolescente, estoy cansada de que invaliden mi opinión, de que subestimen mis ideas y mis acciones. Estoy hasta el coño de que todos opinen sobre mí. Yo soy mía, tengo autonomía y yo decido, porque se lo debo a mis ancestras, a mis hermanas víctimas de este sistema que nos condena y me lo debo sobre todo a mí. Existimos porque resistimos y jamás volverán a tener la comodidad de nuestro silencio.

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