Nuestro país a lo largo de los siglos ha tenido diversas epidemias que diezmaron a la población y la arrinconaron en los cementerios y en los pabellones de la locura y el miedo.
Recordar a dos presidentes que fueron chidotes con su tiempo es cosa de dar ejemplo: Anastasio Bustamante, alias el “zampahuevos”(tenía la fama de comerse hasta 30 huevos diarios) y a Valentín Gómez Farias, ambos médicos y guerreros, los dos se distinguieron por ayudar a la población en las épocas virulentas de las epidemias y aunque aun no fungían como presidentes, dieron pruebas de valor, audacia y amor por la gente.
El hospital de San Juan de Dios de San Luis Potosí se distinguía por ser una de las mejores escuelas en todo el Virreinato y en donde obligadamente los dos xaliscas estudiaron y aprendieron cosas de la medicina y fue precisamente en las epidemias del cólera en Zacatecas y San Luis donde, por separado y en distintas épocas, pusieron su sapiencia, educación y oficio en tratar de curar a la población que asustada no sabia qué hacer y dejando a miles de muertos en fosas comunes.
Las epidemias siempre han sido el azote de los pobres.
En nuestra genética amarga se vinculan con la desesperación, el miedo, pero también el de la victoria.
Aunque sea pírrica. Es decir, sin sabor o premio alguno.
Sólo la enseñanza. ■
