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jueves, 18 abril, 2024
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Nunca he necesitado ser feliz para coger un libro

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Por: EDGAR KHONDE •

La Gualdra 419 / Río de palabras

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Recuerdo cuando caminaba del metro a casa a través de Iztapalapa. No tenía miedo, pero tampoco iba confiado. Observaba lo que ocurría a mi alrededor y medía cada paso y cada calle para estar seguro de la inminencia de la llegada a mi hogar. Subía luego las escaleras hasta el apartamento y encontraba en la oscuridad y el silencio la calma que requería. No es que sea una persona intranquila, puedo conservarme sereno ante circunstancias álgidas y peligrosas. Pero creo que el reposo y el sosiego son un estado óptimo para tomar elecciones. Para coger un libro, abrirlo y leerlo, no necesito estar feliz; para elegir un vino o un postre no necesito sonreír; para descolgar el teléfono y hablarle a ella y saber cómo está y qué ha comido, no requiero de la euforia. No lo he descubierto hoy, me di cuenta desde hace más de veinte años. Me percaté de que no necesitaba la felicidad en la vida: no necesitaba alcanzarla, acogerla, buscarla. Supongo que eso ha sido una solución a problemas en lo que no me he metido. Nunca le he prometido a nadie que seremos felices para siempre o que ella es mi felicidad. Se puede entender entonces que tampoco le delego a otra persona mi ausencia y carencia de ambición respecto a ese estado de ánimo que prima la entera satisfacción por sobre otros discursos y relatos. Ahora escribo este texto desde un restaurante donde todas las mesas, a excepción de la mía, tienen más de dos comensales. Yo no río ni sonrío, estoy concentrado, me siento en calma. En las otras mesas hay risas y palabras. Yo estoy en silencio, pero atento a lo que sucede en este lugar. No estoy feliz ni triste ni enojado. Mi estado de ánimo podría describirse como escritural. Soy un relojero adentro del reloj. ¿Preferiría que estuviera ella conmigo en vez de estar redactando? Sí, por supuesto. No sería feliz con su presencia porque como lo he dicho, la felicidad no me interesa. Si la tuviera enfrente, estaría embelesado, como anoche que no quería dejar de mirarla mientras compartíamos una botella de vino. Cuando salimos de aquel bar caminamos juntxs y abrazados y eso me gustaba y me transmitía tranquilidad sin dejar el factor sexual y amoroso fuera de la ecuación. No puedo imaginarme mi comportamiento si fuera feliz la totalidad del tiempo. ¿Podría ese motivo convertirme en un mejor humano? Se supone que sí. Hoy no lo voy a averiguar. Terminaré este texto, se lo enviaré a la editora y aparecerá publicado un lunes. Solo el lector podrá dictaminar si el texto fue escrito por un escritor feliz o uno completamente desgraciado.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_419

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