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viernes, 29 marzo, 2024
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Sontecomapan

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Por: Magdalena Okhuysen •

La Gualdra 414 / Río de palabras

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Hay escenas que sólo puede registrar la memoria; el viajero lo entiende cuando llega a Sontecomapan; cansado e impulsado a seguir, motivado por el latido entusiasta de las experiencias del recorrido, se dispone a recapitular sus momentos clave; busca la taza de café que ha dejado al pie de la hamaca y se ladea para tomarla del suelo; un viento suave abraza su costado y cuando se reincorpora con la taza entre las manos, descubre la luz del sol que reverbera sobre las hojas de los árboles; se complace en esa especie de llovizna cayendo sobre los miles de verdes que de repente le parece que se ríen; acentúa también la luz las sombras. El hombre siente la brisa columpiarse en el abrazo cálido del ocaso, una brisa que refresca recuerdos sutiles aparecidos de pronto.

Es un momento exacto; la luz recorre cuesta abajo el camino del horizonte, acompaña al sol, con elegancia, como en los antiguos mitos, sin prisa ni calma, simplemente “así”… El viajero entiende de golpe que es uno entre los otros; acepta el hecho de su singularidad acentuada, multiplicada y difusa entre todas las singularidades de quienes han visto suspenderse en la eternidad una danza semejante; maravillado comprende que frente a sus ojos puede ocurrir de vez en cuando uno que otro milagro. Una sensación de infinito se le siembra en el ánimo y germina espontáneamente en un silencio pleno que se instala para acompañarlo durante el trance —perfecto y fugaz— de la conciencia luminosa de ese instante, de esa totalidad indómita.

Sontecomapan es tierra cálida y fértil de la costa; se dispone siempre a recibir la noche en medio del jolgorio que trae consigo el vuelo de las aves; entre fuertes, sonoros aleteos, miles de pájaros aterrizan en sus nidos o en las ramas de los árboles que hoy les guardarán el sueño; su alboroto horada el silencio que parecía haberse edificado como un bloque de aire–viento–atmósfera–espacio; las cigarras empiezan ya a asfixiar también la calma del calorcito manso del verano… ya viene el verano, sí, ya se siente el calor. La luz cae en una inflexión más o menos angular, la vida se desborda entre los árboles, satura el aire que se hace casi denso y se funde en el océano de sonidos, de la fuerza intensa de presencias que ya a estas horas no se ven, las aves, los insectos, el agua, la tierra, esa mirada que se abisma en la experiencia: el movimiento de todo conviviendo a cada instante en la existencia.

 

 

 

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