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jueves, 28 marzo, 2024
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El campo de batalla de la historia (II)

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En el prólogo a sus “Disertaciones” (Jus (1942) México) Lucas Alamán escribió, ya por el final: “en breve, á fuerza de escribir la historia románticamente, no tendremos nada seguro, ni se podrá distinguir lo que es cierto de lo fingido”. Para muchos puede resultar “romántica” la historia relatada por Alamán, en la cual el prófugo de la justicia Hernán Cortés es absuelto y adulado, elevado al papel de adelantado de la democracia. En la página 58 del citado libro del conservador se dice que Cortés, para recobrar la autoridad que Diego Velázquez, gobernador de Cuba, le había retirado, vindicó “la importancia que por aquellos tiempos se le había dado á los cuerpos municipales, para buscar en ello apoyo contra las demasías de la nobleza. Estos cuerpos gozaban de mucha independencia en sus operaciones; nombraban libremente los individuos que los componían; arreglaban sus gastos y levantaban gente armada que marchaba á la guerra bajo su propia bandera”. Por tanto funda la Villa Rica de la Vera Cruz para partir a la conquista de Tenochtitlan en nombre de la milicia de la Vera Cruz y no del gobernador de Cuba. Por supuesto, Andrés Manuel López Obrador disiente del tono y actitud del viejo conservador y asienta que “Apenas desembarcó en Veracruz, el conquistador Hernán Cortés, sin ningún fundamento legal, se autonombró alcalde y jefe del ejército invasor” (“Hacia una economía moral” Planeta (2019) México, p. 25). Lo que para Alamán fue un acto para responder a los excesos de una nobleza abusiva, para López Obrador fue el primer acto de corrupción. Sin embargo la afirmación del presidente de México es engañosa: omite indicar que Cortés fundó la Villa Rica porque esta no existía, y que lo hizo para que ese cuerpo autónomo le diese la autoridad para partir a la conquista. Alrededor de este punto, como de cualquier otro de la historia humana, coexisten variadas interpretaciones porque la historia es un “campo de batalla”. ¿Qué quiere decir esto?Primero, que no se puede concebir el antagonismo, la divergencia de las ideas, en tiempo histórico. De acuerdo a E. J. Palti (“La política del disenso” FCE (1998) México) durante el debate entre conservadores y liberales en el México del siglo XIX predominó entre estos últimos, y a la larga sería el punto de vista dominante hasta el período de la revolución mexicana, una visión teleológica de la historia propia del positivismo comteano. Fueron los liberales quienes, al derrotar a los conservadores en la Guerra de Reforma, lograron imponer la legitimidad del modelo de orden político derivado de las premisas contra el orden monárquico, pero tocó a los conservadores ser los pensadores de las aporías de la república porque nunca aceptaron las premisas de la democracia liberal. Segundo, que de no haber mediación entre los puntos de vista antagónicos en el plano intelectual, es decir, la existencia de una legitimidad aceptada por todos los bandos, el diferendo se resolverá por la vía de las armas o de la paulatina extinción de los opositores al régimen, sea porque mueren, son exiliados o se desactivan políticamente. Con estos dos puntos podemos caracterizar lo que ocurre en México en los tiempos que corren. Por un lado, aquellos que se aglutinan alrededor de la autodenominada “cuarta transformación”, cuyo líder es el presidente de la república, tienen la pretensión de eliminar un cuerpo consistente de ideas, a las que nombran “neoliberalismo”, porque son recetas para el saqueo, la corrupción, la desigualdad y la violencia, tal como se expone en el citado libro de López Obrador. Para ellos esclaro que cualquier defensa de las doctrinas neoliberales, cuyos logros niegan, es imposible, y quien lo haga solo puede hacerlo desde la mala fe y la oposición al pueblo, que sólo ellos representan. Entonces no pueden aceptar el antagonismo, y despliegan estrategias falaces para negarlo (“sin calidad moral no puede haber crítica”). Por el otro, en la medida que se acepte que la vía de las elecciones libres de interferencia estatal, competitivas, en las que se garantice el valor del voto es la correcta, se podrá evitar la recaída en las guerras civiles, las purgas y los gorilatos al estilo sudamericano. No ha mucho, Pedro Salmerón Sanginésdenunció que a partir del año 2000, con la victoria de Vicente Fox, se lanzó una “ofensiva contra la historia oficial” que era “en realidad una ofensiva…contra una historia crítica y profesional que el movimiento social hacia suya” (“Falsificadores de la historia y otros extremos” Ítaca (2014) México) así que comenzó una serie de artículos para debatir con los “falsificadores de la historia”. Con la llegada de Enrique Peña Nieto, al decir de Salmerón, esa ofensiva se recrudeció y mostró signos de decadencia porque ningún historiador profesional ayudaba al presidente con sus falsificaciones. Si duda la historia que se cuenta hoy día desde la Presidencia de la República es honesta, lo que dista mucho de que sea científica o libre de posicionamiento. No puede serlo, ninguna historia contada desde el ámbito del poder puede, o debe, ser científica, lo único a lo que puede aspirar es a que la crean sus acólitos. La oposición, por cierto, debería comenzar por defender los logros “neoliberales”, con el control de la inflación a la cabeza. ■

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