La Gualdra 411 / Festival Internacional de Poesía RLV 2019
Y el tema del último planeta,
desterrado
al frío de la noche
en algún sitio de octubre.
El hilo del que pendía
cortado sin arrepentimiento.
Se borró de cuadernos y sistemas,
lo desaprendimos con esmero,
como ha de suceder con tantas cosas.
Cuando me lo dijo, estábamos en la oficina.
La lluvia suavizaba su voz
en esta ciudad de estrellas apagadas.
Los planetas, sabía teóricamente, son estables,
sus luces constantes y finísimas.
Me gustaban por eso.
Pero, después, saber con qué facilidad
se puede prescindir. Los objetos, los nombres,
ceden sus amarras fantasmas sin agobio.
Un pájaro se resguardó de la lluvia
en la oficina.
La pequeña bestia cantaba,
revoloteando su voz tan tibia.
Dijimos
que lo liberaríamos,
pero lo olvidamos.
El lunes ahí estaba,
helado,
un puño de alas oscuras.
Después de ese día
no hablamos más.
En algún sitio de mi cuerpo,
se engendró una nueva oscuridad,
un hemisferio de pérdida bajo la piel.
Qué confusión,
permanecer y cesar,
caminar las mismas calles
y volverse invisible.
Miraba, desde el otro lado, la ventana.
Recorría mi trayecto errático de sombra,
los días que compartimos:
aulas iluminadas, distantes
ecos de otra luz.
Encendía sus palabras entre mis labios,
esquirlas abrasadas,
parpadeantes.
La materia es, en ocasiones, más débil que la mente:
Yo no existía pues se negaba a verme.
Mi cuerpo
levantaba su oscura obsolescencia.
Mi nombre,
un trago de silencio en su garganta.
Y la ridícula tristeza,
como si el planeta hubiera de hecho desaparecido,
erosionado, hundido en su apogeo de sombra,
cerrado sobre sí mismo,
un camino que ya nadie recorre.
* CDMX.