8.8 C
Zacatecas
jueves, 28 marzo, 2024
spot_img

La izquierda en el cine mexicano del siglo XX [Octava parte: La verdadera época de oro del cine mexicano] [i]

Más Leídas

- Publicidad -

Por: XAVIER ROBLES •

La Gualdra 409 / Cine / Desayuno en Tiffany’s, mon ku

- Publicidad -

 

En 1966 Juan Ibáñez filmó Los caifanes, un melodrama interesante que mostró la vida nocturna de la Ciudad de México de la época, frecuentada por un grupo de personajes de barrio; filme que contó con la aparición de algunas personalidades de la vida intelectual y artística de México. Sin embargo, los protagonistas de la cinta seguían siendo dos jóvenes pequeño burgueses, que mostraban cierta simpatía por los caifanes del título, pero que no parecían conscientes de la lucha de clases, tema que quedó esbozado sólo de manera sentimental y subjetiva.

Juan Ibáñez pudo haber dado el gran salto, el rompimiento definitivo con una película que marcara nuevos rumbos al cine nacional, pero se quedó sólo en el intento, en las buenas intenciones, empeoradas por el hecho de haber escogido al melodrama como género dramático que sustentó el desarrollo de las acciones de los personajes. De todas maneras se hizo evidente que el cine industrial mexicano requería nuevos caminos, nuevos derroteros que trajeran de nuevo el público hacia nuestras pantallas.

Para esto, se estaba produciendo una verdadera revolución cultural en todo el mundo y en los diversos medios artísticos, desde la música hasta el cine, pasando por el teatro, la danza y otras expresiones del arte y la cultura mundiales. En estas circunstancias, se produjo el Movimiento Estudiantil-Popular de 1968, que rompió moldes y tabúes en importantes aspectos de la vida social y cultural en México, y todo lo anterior parecía obsoleto y viejo ya.

Una generación de nuevos cineastas también se venía formando y preparando en Francia, en Polonia y en la Unión Soviética. El propio Movimiento Estudiantil-Popular de 1968 aportó en ese año una película trascendente en muchos sentidos: El grito, dirigida por Leobardo López Aretche, en la que participaron colectivamente las primeras generaciones de egresados del CUEC, que había comenzado a dar clases en 1964. Este importantísimo documento y testimonio narra diversos momentos del Movimiento, culmina con la represión genocida de Tlatelolco y fue censurado por las autoridades. La ficha técnica es significativa. Textos: Oriana Fallaci y Consejo Nacional de Huelga; asistente de dirección: Alfredo Joskowicz; producción: José Rovirosa; fotografía: el propio Leobardo, Roberto Sánchez, José Rovirosa, Alfredo Joskowicz, Francisco Bojórquez, Jorge de la Rosa, León Chávez, Francisco Gaytán, Raúl Kamffer, Jaime Ponce, Federico Villegas, Arturo de la Rosa, Carlos Cuenca, Guillermo Díaz Palafox, Fernando Ladrón de Guevara, Juan Mora Catlett, Sergio Valdez y Federico Weingartshofer; montaje: Ramón Aupart; sonido: Rodolfo Sánchez Alvarado; grabación: Paul Leduc, Raúl Kamffer y Rafael Castanedo; regrabación: Salvador Topete; música: canciones de Óscar Chávez. Muchos de estos nombres resultarán años después muy conocidos por los cinéfilos mexicanos.

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

Consecuencia de todos estos factores, fue el exitoso estreno de dos películas mexicanas que marcaron esos nuevos rumbos al cine que ya reclamaba la gente: El principio (1973), de Gonzalo Martínez, escrita por él mismo; y Canoa (1975), de Felipe Cazals, escrita por Tomás Pérez Turrent; dos filmes que sin duda deben ser considerados fundamentales para el cine mexicano, y para la izquierda contemporánea del país. La primera de ellas planteó la crítica del poder y del autoritarismo, con base en una historia alegórica enmarcada en los inicios de la Revolución Mexicana de 1910; la segunda narra el linchamiento de jóvenes trabajadores universitarios que son víctimas de la intolerancia, del fanatismo religioso, del clima de hostigamiento y de una feroz campaña en los medios contra el supuesto comunismo de los estudiantes de 1968.

Estas cintas dieron inicio a lo que podría considerarse la verdadera época de oro de nuestra cinematografía, una época en la que los cineastas mexicanos manifestaron su predilección por temas sociales y políticos, y por dar a conocer una realidad, a veces cruel, a veces divertida, a veces triste, siempre motivo de reflexión y de análisis, ignorada casi absolutamente en las décadas precedentes, con las notables excepciones que ya señalé.

En las alturas del poder, se habían venido gestando cambios también. Luis Echeverría había relevado en la presidencia a Gustavo Díaz Ordaz (según datos documentados fehacientemente ambos fueron agentes de la CIA y fueron los principales asesinos intelectuales de la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968).

Echeverría, megalómano incurable, tenía la pretensión de limpiar su nombre y su conducta política genocida, con una supuesta “apertura democrática” y con cambios cosméticos que cambiaran superficialmente la férrea dictadura priista de aquellos tiempos. Entonces permitió y fomentó la crítica social a través del cine y de su hermano Rodolfo Echeverría, quien había sido actor y era conocido con el seudónimo de Rodolfo Landa, y a quien había designado como principal operador del Banco Cinematográfico, institución que se encargó de financiar por parte del Estado la mayoría de las importantes películas que se produjeron en aquellos años.

Desde luego, Echeverría quería convertirse en figura política internacional, acaso siguiendo instrucciones de la propia CIA y de la Casa Blanca, y en todas partes que pudo lanzó su mensaje acerca del “Tercer Mundo” que pensaba encabezar. Utilizó como vehículo propagandístico la libertad de expresión de que gozaba el cine mexicano, e impulsó el llamado “nuevo cine” por todos los festivales del mundo. Para ello necesitaba nuevos cineastas. Nuevos directores, nuevos escritores, nuevos fotógrafos y toda una generación distinta de actores e intérpretes para esas películas. Pero éstos ya estaban ahí, esperando (¿acechando?) una oportunidad para dar a conocer sus propuestas, por lo demás diferentes y enriquecedoras.

Los cineastas, pues, se vieron favorecidos por esta alianza que les proponía directa e indirectamente el gobierno echeverrista. Desde luego aceptaron, de buena o de mala gana (¿tenían alternativa?), y quien se rehusó simplemente fue excluido del cine industrial, o se dedicó a filmar cine independiente, como es el caso de Óscar Menéndez, Sergio García y otros cineastas de izquierda conscientes y respetables, cuyas películas lamentablemente tenían también muchas limitaciones y carencias de todo tipo.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_409

 

 

 

[i] Octava entrega de la serie de textos escritos y facilitados por el escritor de libros cinematográficos, Xavier Robles (Rojo amanecer, 1989; Los motivos de luz, 1986). Robles, siempre comprometido con los movimientos sociales de izquierda en México, nos comparte los ensayos que esperamos aporten reflexión sobre el cine. Nota de Carlos Belmonte Grey. Continúa en el siguiente número de La Gualdra.

 

 

 

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -