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viernes, 19 abril, 2024
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Impronta zacatecana en el Museo Nacional de Antropología [Segunda parte]

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Por: CARLOS AUGUSTO TORRES PÉREZ •

La Gualdra 404 / Arqueología e Historia / Ollin: Memoria en Movimiento

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“Pienso que es un honor que un trabajo mío se exhiba al lado del arte de los pueblos indígenas de México”.

Manuel Felguérez

 

 

 

En la pasada entrega de Ollin: Memoria en Movimiento, se dio cuenta de la fundamental aportación del erudito historiador zacatecano Genaro García, hacia principios de siglo XX, en la reestructuración del Museo Nacional y como director del mismo, lo que a la postre sería el origen de lo que actualmente es el Museo Nacional de Antropología. Asimismo se describe el proceso de gestación del proyecto en la administración del Lic. Adolfo López Mateos y su materialización por parte del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez inaugurándose hace 55 años, un 17 de septiembre de 1964.

Desde entonces, además de constituirse como el recinto que tiene el alto privilegio de resguardar las piezas más valiosas de las culturas prehispánicas que habitaron las distintas regiones de México y que conforman el acervo más valioso de nuestra identidad como nación, el museo se ha consolidado como una obra icónica en la historia del arquitectura y el arte contemporáneos de nuestro país, ya que el Arq. Ramírez Vázquez incluyó en su proyecto la colaboración de una gran cantidad de reconocidos arquitectos y artistas plásticos de la época como Rufino Tamayo, Leonora Carrington, José Chávez Morado, Mathias Goeritz y Carlos Mérida entre muchos otros, que dotaron al majestuoso inmueble de una serie de obras y elementos artísticos que recogen el más profundo simbolismo de nuestras raíces prehispánicas en interpretaciones contemporáneas de gran calidad. Entre ellos dos zacatecanos: Manuel Felguérez y Rafael Coronel.

A Felguérez, en aquel entonces apenas un joven de 36 años que empezaba a destacar en la escena del arte contemporáneo de México, le fue encomendado el diseño de la celosía de la planta alta del patio central del museo, inspirado en el cuadrángulo de las monjas de Uxmal del cual Ramírez Vázquez retoma escala y proporción. El objetivo era recubrir la fachada de esta segunda planta con un profuso altorrelieve como los que caracterizan la arquitectura maya de la región Puuc, contrastando con la sobriedad de la planta baja libre de decoración.

En su proyecto, dado el poco tiempo con que disponía para ejecutarlo, el maestro reinterpretó de manera simple una serpiente geometrizada y la materializó en aluminio anodizado. El resultado es magnífico; Felguérez logró un elemento de gran dinamismo visual a partir de un juego óptico de serpientes que parecen ascender y descender y que adoptan diversos aspectos geométricos a lo largo del día según cambia la luz del sol. Desde el interior, el efecto que causa la celosía es en extremo interesante ya que contiene y al mismo tiempo abre la visual de las salas superiores hacia el patio central como una suerte de persiana estática.

Por su parte, a Rafael Coronel le fue encomendada la elaboración de un mural para la sala etnográfica de Oaxaca ubicada en la planta alta del museo y para lo cual el arquitecto Ramírez Vázquez le patrocinó un viaje por diversas zonas arqueológicas del país con el objetivo de que capturara las texturas y colores tradicionales y los plasmara en su obra; el resultado, un magnífico lienzo titulado “El mundo espiritual de los mayas peninsulares”, que refleja, ya desde entonces, los rasgos que a la postre caracterizarían la obra del gran maestro zacatecano, como los expresivos rostros de hombres de edad avanzada en su mayoría de perfil, portando grandes indumentarias y vívidos colores sobre fondos casi siempre sombríos.

 

La mano artesanal zacatecana también tuvo presencia en la edificación del icónico recinto a través de la familia Salmón originaria de Guadalupe; esta familia tuvo a su cargo la instalación del piso de parquet de madera de mezquite en las salas de etnografía así como en las salas anexas al vestíbulo de acceso en donde se encuentra el auditorio Jaime Torres Bodet, la sala de exposiciones temporales, la tienda del museo y las oficinas administrativas, conservándose prácticamente intacto hasta nuestros días.

Posteriormente, en junio de 2006 y en el marco de su aniversario número 50 de vida artística, Manuel Felguérez donó al museo el mural “Tierra Quemada”, un lienzo de 6 x 3 m. que da la bienvenida a la Sala de las Culturas del Norte en el ala inferior sur del propio museo. El mural presenta un tema totalmente abstracto, evocando, según el propio maestro, “el clima desértico del norte del país y las culturas prehispánicas que ahí florecieron, en particular la propia zona arqueológica de La Quemada”. Con ello el maestro zacatecano se une también a la pléyade de artistas que sin cobrar un solo peso donaron sus obras a este importante recinto.

Finalmente, la huella más reciente de manos zacatecanas en el Museo Nacional de Antropología se dio para conmemorar el 50 aniversario de su apertura y la hace nuevamente el maestro Felguérez en 2014, con la espléndida celosía “Muro de Calaveras” que delimita el museo sobre el Paseo de la Reforma. Se trata de un gran tzompantli geométrico y moderno hecho en acero al carbón, obra escultórica de más de 400 metros de largo que simboliza la muerte y que junto con la celosía de serpientes diseñada por él mismo, representa la dualidad de las culturas mesoamericanas tal como lo expresó el propio artista: “Si en 1964, para el interior elegí la serpiente por ser un símbolo de vida importantísimo para todas las culturas de Mesoamérica, ahora opté por el cráneo, símbolo de la muerte, por la misma razón”.

 

 

*Director del Centro INAH Zacatecas.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_404

 

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