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viernes, 19 abril, 2024
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Entrevista a Ana Corvera, escritora zacatecana

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Por: Armando Salgado •

La Gualdra 401 / Entrevistas / Poesía

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Ana Corvera (Zacatecas, 1984). Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la UdeG y Licenciada en Letras por la UAZ. Obtuvo el Premio Nacional para Proyectos Artísticos y Culturales (IMJ) en 2004 y el Premio Estatal de Ensayo “Mauricio Magdaleno” en 2006. Becaria del PECDA en 2007 y 2015, ha publicado en libros y revistas de México, Venezuela y Colombia. Sus textos de creación aparecen en antologías de poesía joven como Los médanos de la memoria (IMAC, 2013) y El viento y las palabras (La Zonámbula Editorial, 2014); sus textos de investigación en Pensamiento Novohispano (UNAM, 2006), Dolores Castro, palabra y tiempo (BUAP/Del Lirio, 2013), Ficcionario de Teoría Literaria (Texere, 2015) y Palabras Vivas: Ensayo de Crítica Literaria en torno a María Luisa Puga (IZC/UAZ, 2016). Su libro Nocturno corazón de los insectos (Taberna libraria-UAZ, 2011), es un híbrido entre narrativa y poesía. Docente de talleres de ensayo literario, ha impartido clase en la Academia de Escritores de Venezuela y recintos culturales de Jalisco, donde ahora reside.

 

Armando Salgado: Se suele escuchar que los lugares nos pertenecen o que les pertenecemos a ellos, ¿para ti qué significa ser originaria de Zacatecas?, ¿hasta la fecha cuál es tu vínculo con esta ciudad?

Ana Corvera: Aunque me mudé hace 11 años a Guadalajara, una ciudad donde estoy viviendo una etapa muy importante, la verdad es que mis raíces siempre estarán en Zacatecas: fue allá donde nací, crecí y aprendí a ver el mundo, creo, de una manera limpia y abierta, con capacidad de asombro. Trabajar allá me permitió enfrentar grandes responsabilidades siendo la verdad bastante joven: fui editora de suplementos para CONACULTA, colaboraré en la producción y conducción de un programa de radio, edité libros de Filosofía y de Historia, me involucré en la organización de entrevistas y ruedas de prensa para personajes tan importantes como Carlos Monsiváis o Gloria Gaynor. Ésa es la dinámica que vive el equipo al que tuve la suerte de pertenecer en el Instituto Zacatecano de Cultura por varios años, y yo siempre estaré en deuda con mis jefes, con mis compañeros. Ellos me dieron la oportunidad de aprender, así que cuando migré pude adaptarme a otros códigos de comunicación, de escritura; a otros ritmos de trabajo y a otras exigencias. Pero en mi vínculo con Zacatecas existe una paradoja de la que me gusta hablar porque me parece bellísima y porque me di cuenta de que la comparto con una mujer que es un ejemplo para mí desde muchos puntos de vista, Dolores Castro. Ella creció en la misma ciudad y asegura que el paisaje ejerce cierto efecto apabullante en algunos que son, quizás, demasiado sensibles. Es como si ese cielo tan azul y esas calles tan hermosamente concebidas y cargadas de historia nos presionaran constantemente con todo lo que callan y entonces uno no tuviera más remedio que tratar de llenarse de eso desde el destierro. Tal vez fue lo que me sucedió a mí. Vuelvo a recargarme a Zacatecas, viajo y me regocijo hablando de su riqueza en otros países, pero no he sido capaz de quedarme allá durante más de una década.

 

AS: Las influencias son las texturas que nos conforman, algunas veces son geográficas y están ahí desde el principio, otras se suman a nuestra experiencia de forma accidental. Tú tienes un estrecho trato con ciertos nombres: ¿cómo es tu relación con Ramón López Velarde?, ¿qué te motivó a escribir sobre autoras como Dolores Castro y María Luisa Puga?, ¿qué autores zacatecanos nos sugieres leer?

AC: Las texturas geográficas de las que hablas me parecen muy interesantes porque creo que mi primer libro, Nocturno corazón de los insectos, tiene mucho de eso. Me propuse un volumen inspirado en los bestiarios, hecho de fragmentos que se conectaran entre sí y que narraran una historia, si bien el discurso era más cercano a lo poético. Fue una apuesta en el sentido estructural y en el contenido. Todo ocurre en un microcosmos más o menos habitado; los protagonistas al final de cuentas son seres que no pueden hablar: los insectos, una abuela prudente y una niña que no se atreve a hacer muchas preguntas porque hay una vocación de silencio que yo asocio, por ejemplo, al clima de Zacatecas. El frío a veces es tan duro que no te permite salir de casa, ni siquiera de la cama. Te obliga a ensimismarte, a cuidar tu respiración, tu aliento y, por ende, lo que dices, lo que externas. El jardín en el libro representa un oasis en el que puedes encontrar cierta calidez y muchas respuestas si te sitúas en el semidesierto. Ramón López Velarde es un orgullo, pero también un compromiso. Sobre María Luisa Puga, Dolores Castro y otros autores, he publicado ensayos en diversos libros porque me interesan como fenómeno literario; son voces, propuestas, sensibilidades que no debemos perder de vista en medio de la vorágine. En el caso de las dos escritoras que mencionas, pude colaborar con editores muy interesados en mantenerlas vigentes porque ambas han hecho escuela y son ejemplo para muchas generaciones, sobre todo en el caso de Lolita, a quien conocí durante entrevista que le hicimos para la radio hace ya unos 15 años; seguimos en contacto tiempo después y la verdad ella me marcó. Sugiero leer a todos los escritores zacatecanos, menciono sólo algunos porque sé que irremediablemente me van a faltar: Gonzalo Lizardo, Verónica G. Arredondo, Raúl García Rodríguez, David Castañeda, Maritza M. Buendía, Amparo Dávila.

AS: Actualmente te dedicas a la divulgación de las ciencias, ¿cómo has vinculado tu formación literaria con los temas científicos?, ¿hay una relación entre estas disciplinas con tu libro Nocturno corazón de los insectos (Taberna libraria-UAZ, 2011)?

AC: Creo que mi camino ha sido muy curioso porque me permite ser fiel a los temas que me interesan. Cuando era niña yo quería ser médico con un fervor que ahora me enternece. Adoraba la biología, leía enciclopedias especializadas en sistemas de diagnóstico, pero finalmente estudié literatura. Desde que vivo en Guadalajara he pertenecido a oficinas de comunicación que se dedican precisamente a difundir investigaciones o a educar a la población en salud y para mí ha sido de verdad gratificante, por un lado, fungir como una especie de “traductora” del lenguaje que utiliza, por ejemplo, un experto en genética al describir el momento en el que falló la reunión entre dos células y el resultado es una mutación que puede detectarse desde la cotidianidad para prevenir secuelas en familias completas. Por otro lado, me satisface planear y generar contenido que tenga eco entre los lectores o espectadores llamados “comunes”; salir a buscar a los seres humanos que viven y superan esas historias detonadas por un diagnóstico médico. Casi siempre me toca estar detrás, redactando, hablando, gestionando, conectando, acompañando, como un “puente” entre hechos y personas. Los resultados que se logran en equipo son maravillosos y yo sigo aprendiendo mucho de cada uno de los procesos, de los jefes que he tenido, de mis compañeros. Creo que en Nocturno corazón de los insectos se reúnen varios elementos. Tiene mucho de esa vocación de observar, de analizar, de aprender, pero también de escuchar, de jugar con la estructura, de sensibilizarse, de pensar de otra manera la infancia y la naturaleza, la realidad. Fue un libro que se escribió con mucha honestidad.

 

AS: Tu actividad literaria te ha llevado hasta Colombia, cuéntanos sobre esas travesías: ¿qué significó para ti participar en el Encuentro de Mujeres Poetas, en Cereté? También has impartido charlas en la Universidad de Nariño, en Cartagena, en la Casa Delegada de Nariño, en Bogotá, y para la red de Bibliotecas de Facatativá, además de dar un curso en la Academia de Escritores de Venezuela, ¿qué intereses tienen estos públicos?, ¿hay similitudes con nuestro país?

AC: La literatura ha sido muy generosa conmigo desde el inicio. Escribo, pero también soy académica, así que las posibilidades se amplían cuando me toca pararme frente a grupos de personas en el extranjero. Colombia es un país hacia el que siempre he sentido mucha empatía. Me gusta mucho la poesía que se está escribiendo allá y me sorprende la apertura con la que ellos leen la que se escribe en México. Estar en otro país para mí es una responsabilidad grande y busco estar preparada. No sólo hablo de mí o de mis experiencias en este campo, me gusta hablar de todo lo que hace o se ha hecho en mi tierra. En Cereté, además de estar en recitales, me tocó impartir un curso a mujeres víctimas de violencia. Escuchar sus historias para mí fue impactante, muy revelador. Nos tocó leer y narrar juntas, entender que la literatura puede volverse un catalizador, incluso una razón para escribirse (vivirse) diferente. Ese tipo de cercanía con los lectores te da otro panorama. Te interesa seguir publicando, por supuesto, pero también ser más empático, compartir, escuchar, aprender. Me gusta, lo repito, la idea de ser un puente, de que a través de mis palabras otras realidades se encuentren. Disfruté mucho ir a la Casa Delegada, a la Universidad de Nariño, a Facatativá, donde por cierto tuve una experiencia increíble con los alumnos del taller literario, fue muy conmovedor y esos días para mí ya son imborrables. Creo que colombianos y mexicanos tenemos culturas muy parecidas, y que ellos en verdad admiran a nuestros autores, los han leído y estudiado con detenimiento. Respecto a Venezuela, no he tenido la oportunidad de estar allá físicamente pero sí de elaborar e impartir cursos de ensayo a distancia. La Academia tuvo que cerrar a consecuencia de la crisis económica que vive el país, pero yo era la única maestra mexicana y para mí fue honroso.

 

AS: ¿Qué otros proyectos tiene Ana Corvera?, ¿qué suele hacer diariamente para tener tranquilidad y disfrutar de la vida?

AC: La verdad es que soy una persona muy inquieta. Me gusta actualizarme, aprender. Acá también he encontrado gente maravillosa y comparto con ellos. Viajo en la medida de lo posible, leo, escucho. Sigo editando textos, hablando de literatura en suplementos, en revistas. Colaboro en el programa Cuenta Conmigo de Televisión Educativa, conducido por Javier Aranda, tengo un proyecto que promueve voces literarias contemporáneas en espacios radiofónicos y a partir de este año soy asesora del Coloquio Internacional Voces desde el llano en Jalisco. Escribo un libro que ya no tiene nada que ver con los insectos de la infancia sino con la idea de una belleza que en algún momento nos ha agobiado a todos porque es falsa y es impuesta. Los textos discuten ese aspecto de una historia colectiva que no nos permite admirar lo bello que existe en la diferencia, incluso en los defectos.

 

 

Libélula (Anax imperator)

Se dice Hada Cornuda pero todos le gritan Equino del Diablo. Anida bajo las aguas y huye cuando sus hijos asoman por primera vez a la superficie, con deseos de galopar.

Asumirse etérea significa predicar sin palabras, borrar la sonrisa de quienes la amaron apoyada en sus propios sonidos. Por eso calla. Tararea anhelando que ninguno se contagie de su fiebre de invisibilidad.

Nadie debe estar cerca. Si alguien robara sus dientes, ella desaparecería enseguida y borraría su destino. Por eso se esconde y no ríe. No quiere que la toquen, apenas la lluvia y sólo para que termine con la llama de sus pensamientos.

Los adultos también le dicen enfermedad de los niños y por eso la siguen cuando quieren olvidarse del mundo. Admiran que jamás se detenga, incluso si alguien pregunta las razones de su exilio.

El corazón de la libélula es una brújula en el aire. Ella navega, no se detiene hasta que un tipo de oscuridad la obliga a convertirse en un sobre muerto.

Inmóvil, se deja auscultar por un otro. Le muestra sus alas blancas y sus cuernos rosados, idénticos a los que, en efecto, poseen las pequeñas heroínas de los cuentos.

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_401

 

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