La Gualdra 400
Son muchas las semanas, ya.
Muchos los meses y muchos los años, tantos como las datas de la emoción nos arrinconan muy al fondo del documento en blanco, el archivo aún sin nombrar, la memoria cada vez más llena.
Cuatrocientos.
¿Se acuerdan?
Los cuatrocientos de Truffaut. Esa película donde el pequeño Antoine Doinel, pequeño desertor, lo llamó años después Aute, corre y corre en solitario hasta encontrarse con el mar, una mar grisácea, mejor en femenino, que lo arranca de las tribulaciones de una vida diaria y de ciertos sobresaltos que vulneran su identidad en construcción. Los llamados golpes de la vida.
¿Te acuerdas?
Lo había resuelto antes, Dionel. Tumbado en el sillón y un cigarrillo en la mano, leyendo a Balzac. Escapar de todos, eureka, cómo no, si esos todos no se convierten en uno. Uno que mira, sala oscura y casi desierta, la primera de Truffaut en una tarde lejana y lluviosa, mira y mira los ojos limpios de Dionel a través de una cámara que se detiene, a uno mismo.
¿Recuerdas?
Ooo
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