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jueves, 28 marzo, 2024
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Alba de papel Toledo, defensor de lo propio

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Para algunos un verdadero artista no puede renunciar a su ansia de libertad y de justicia; su lucha va más allá de favorecerse a sí mismo y alimentar su ego natural de creador para vivir de la publicidad y el reconocimiento.

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Francisco Toledo fue la antítesis de esta fanfarria, y a cinco días de su muerte ocurrida el cinco de septiembre próximo pasado en su natal Oaxaca de Juárez, su figura y estatura moral crecen como inspiración y ejemplo de una vida sofisticada como fue la suya, pero absolutamente entregada a los desposeídos de este país, que son los que tristemente forman el componente negado de México, un país alimentado por la vacuidad del discurso, sometido a la incertidumbre social, política, económica y cultural.

Un componente que dada la dimensión de la crisis que nos asfixia, no sólo incluye a los indígenas, sino a los pobres, los artesanos, los viejos, las mujeres, los jóvenes y los niños dentro de un sistema democrático anquilosado y fallido en sus tres niveles de gobierno, frente a la avaricia de la clase dominante que lo contamina y envilece.

Francisco Toledo está por encima de la precariedad social que nos corrompe, su generosa contribución como defensor del patrimonio cultural y como activista social, no fue sólo para Oaxaca, dejó su semilla en distintas regiones de la República y por citar algunos ejemplos de su enorme labor se relatan tres que son reveladores: en 2007 donó dinero en el municipio de Juárez de Nuevo León, para la escrituración de lotes de 24 familias mixtecas, lo hizo mientras realizaba la escultura “La lagartera” ubicada en la Explanada de Santa Lucía en Monterrey, cuya construcción duró un año cuatro meses y hoy es considerada una de las más importantes obras de arte público del país.

En ese lapso de Oaxaca a Monterrey, viajando en rigor por tierra – dado que detestaba viajar en avión-, llegó en varios momentos al Museograbado del Museo “Manuel Felguérez” y compartió su obra y talento con los integrantes de este importante espacio gráfico en Zacatecas, quienes se impregnaron de su destreza y de su sencillez.

Sobre una fábrica de hilados y tejidos de nombre “La Soledad”, fundada en 1888, abandonada en 1980 y adquirida por él, en el 2000, en el Barrio Vista Hermosa de San Agustín Etla, a 17 kilómetros de la Ciudad de Oaxaca, en marzo de 2006, se abrió a la comunidad artística y al público interesado, el Centro de las Artes San Agustín Etla (CaSa), un centro de formación, creación y experimentación artística, el más significativo centro de artes de carácter ecológico que se haya hecho en Latinoamérica.

Impulsado con sus propios recursos y apoyos del gobierno federal, en particular del Centro Nacional de las Artes a cuya red pertenece en la actualidad, este Centro priorizó la apertura, el intercambio y el diálogo cultural, sin atadura alguna.

Para los especialistas del arte popular mexicano, es bien sabida la brecha histórica y cultural de distanciamiento entre “artista” y “artesano”, pero para el maestro Toledo no había tal frontera, por el contrario, fue partidario del reencuentro y del reconocimiento por igual, su respaldo a los artesanos de México fue fundamental en la tarea de elevar la autoestima cultural.

Para el caso, entre 2007 y 2008, Karina Elizabeth Luna Juárez, codirectora junto a su esposo Leobardo Miranda del Taller “Miraluna” del Centro Platero de Zacatecas, alfarera y ceramista, tuvo la extraordinaria experiencia de asistir al CaSa en Oaxaca, y de aprender de sus observaciones y acompañamiento en la idea de fortalecer el oficio.

Dicho sea de paso, pero Luna Juárez constituye de algún modo el punto de partida para la reunificación de los alfareros, ya que entre los maestros de esta rama, es la más capacitada para emprender un plan estatal de desarrollo de la alfarería zacatecana.

En esta oleada de recuerdos, en 2007 en una visita de trabajo de quien esto escribe al Instituto de las Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), en un intento de acercamiento con el maestro Toledo, de inmediato, con su mirada esquiva y personalidad escurridiza, me preguntó por los artistas zacatecanos y cuál era su compromiso con su tierra y su gente; de algún modo, cómo asumían su responsabilidad social y política. Sin esquivar, le hablé de su contribución al patrimonio artístico de la Entidad, pero mi respuesta no satisfizo su ideología sobre el compromiso y la generosidad que un artista debiera asumir en su comunidad de origen.

La partida del gran maestro oaxaqueño, fundador de museos, escuela de artes, biblioteca para ciegos, defensor de los derechos humanos y culturales, nos ha dejado profundamente tristes, coincidimos con Juan Villoro cuando escribió que ver a Toledo caminar por las calles de Oaxaca era como ver un concepto. No caminaba él, caminaba el pueblo.

Deja una ineludible huella en México que se hará inmortal, su arte nace de la eternidad y de su amor por la tierra propia.

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