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jueves, 25 abril, 2024
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“El proceso de civilización nos ha impuesto a todos ser atractivos”

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Por: ALEJANDRO ORTEGA NERI •

■ La crisis de la autoestima en personas ha generado el auge de productos milagro: Martell

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■ Afirma académico que hay una tendencia de consumo compulsivo y de un mínimo esfuerzo

 

A mitad de la década de los 50 Jack Kerouac estaba enamorado. La figura de la generación beat vivía en la Ciudad de México y entre drogas, vino y situaciones riesgosas, el escritor se embelesó de “la pequeña mujer por quien los ríos corren y por quien los hombres caen de las escaleras”. Con la descripción, Kerouac se refería a Esperanza Villanueva, una prostituta desdentada adicta a la morfina y la autodestrucción, a quien bautizó como Tristessa.

El atractivo físico, la belleza o la hermosura, son una construcción social. Los estereotipos nos obligarían a pensar que la mujer que describía Kerouac era sumamente hermosa, pero también al saber de quién se trataba, pensaríamos que era horrenda, sin embargo, para el escritor, desde su propia subjetividad, Tristessa encarnaba la belleza.

El proceso de civilización nos ha impuesto a todos ser atractivos o bellos, una imposición que a decir del docente investigador de la Unidad Académica de Psicología de la Benemérita Universidad Autónoma de Zacatecas (BUAZ), Juan Martell Muñoz, ha sido dictada por los ganadores tradicionales, que sin embargo, por fortuna, ha cambiado aún y cuando hay un embate de la derecha en el mundo con grupos extremistas blancos que pretenden recuperar, lo que a su consideración, han perdido.

Sin embargo, amén de que la concepción de atractivo físico o belleza esté cambiando, hay otro factor que es importante tener presente, el aspecto de la salud. De acuerdo con Martell Muñoz, la crisis del autoconcepto o la autoestima en las personas ha generado también el auge del consumo de los llamados “productos milagro” sin que se estén previniendo el daño que esto puede generar.

Desde la psicología social, explica Martell, hay una explicación con respecto al fenómeno de “cómo nos sentimos con nosotros mismos” al que se le llama “regresión promedio”, y que es cuando hay temporadas de la vida en que nos sentimos mal, que hemos tocado fondo, pero regresamos al promedio, sin que a veces se dé cuenta uno de ello.

Partiendo de eso, es que, de acuerdo con el investigador, se crea que “la psicoterapia, el tecito que nos recomendó la comadre, el libro de superación personal, el de autoayuda y los tratamientos médicos son los que nos han ayudado” pero lo que sucede realmente es que hemos regresado al promedio.

Sin embargo, el psicólogo social reconoce que por otra parte la disciplina ha descuidado estudiar el autoconcepto o el autoestima de las personas que en vez de recurrir al consumo de los productos milagro recurren a someterse a cirugías plásticas, aunque considera que muchas veces es por una influencia de los medios masivos de comunicación que dictan que las personas deben ser atractivas.

También los modos de producción y los estilos de vida influyen para la búsqueda de la belleza ideal. Hay una tendencia de consumo compulsivo pero también de un mínimo esfuerzo, pues a decir del académico, culturalmente hemos preferido untarnos, inyectarnos, someternos a cirugías, a tomar píldoras o a conectarnos aparatos electrónicos al estómago, que han dejado víctimas mortales por descargas eléctricas, a hacer ejercicio y poner a trabajar al corazón y los pulmones. No hay un esfuerzo y hay que ponerle ciertas exigencias al organismo, asevera.

Dentro de esta cultura del mínimo esfuerzo también habita la creencia de que la vida es indolora. “Vamos dirigidos por un hedonismo máximo en el que buscamos a costa de lo que sea el placer y evitamos a costa de lo que sea el dolor”, dice, pero la vida no es indolora, la vida en ciertas circunstancias es dolorosa; enfermedades, fracasos amorosos o académicos hacen esta vida con dolor, advierte Martell, situación que se ha querido combatir con el grave problema de los opioides y drogas analgésicas, que son también riesgosas, pero que se utilizan porque se cree que no somos merecedores de un dolor.

“Es esa tendencia hedonista la que nos hace usar estos productos milagro que implican el menor esfuerzo y la máxima ganancia sin poner nada en juego. Sin un mínimo esfuerzo queremos tener el cuerpo de un maratonista o de un futbolista pero en el sillón. Somos papas de sofá”.

A pesar de que el mundo atraviesa por el gobierno de la corrección política, en el que aquellos que han renunciado a los estándares de belleza impuestos mediante campañas como la llamada Body positive, que dicta aceptarse y quererse con el cuerpo que se tiene, por otro lado está la tendencia de la cultura fitness y los runners que pregonan el ejercicio como el medio idóneo para un cuerpo atlético y saludable.

Para Martell Muñoz esto también forma parte del mercado y los medios de producción, que por una parte te venden una serie de elementos de determinada marca para hacer ejercicio, pero que para muchos los mismos precios de los tenis o la ropa exclusiva sean caros y por ende recurran al mínimo esfuerzo y consuman productos milagros.

El mercado nos somete a muchas contradicciones, concluye Martell, por un lado nos imponen una apariencia física atlética, pero por otra parte nos ofertan pautas alimentarias basada en hamburguesas y el potencial consumo entra en unan contradicción, pero los productos milagro están impuestos por “charlatanes pseudocientíficos” con quienes participan también los medios de comunicación masiva mientras la academia y la ciencia es ignorada.

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